Condena perpetua.

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Al decidir alejarse un poco de la multitud, Gojō tomó asiento sobre una banca detrás de un muro de arbustos que intervenían con el paso de las personas que disfrutaban del evento, lugar en donde a lo lejos, aún podía escucharse el murmullo de la gente.

Frente a él, se encontraba una fuente preciosa que a pesar de existir hace ya bastantes años, prevalecía intacta.

Observar el constante descenso del agua en aquella fuente le hacía regresar a aquel pasado que solía condenar, pero que hoy en día su alma rogaba por recordar aquellos hermosos recuerdos que existían guardados bajo llave.

De pronto, una persona tomó asiento a su lado, volviendo a sentir la calidez de una presencia tan reluciente, no fue hasta que sus oídos pudieron presenciar aquel dulce tono de voz que añoraba escuchar.

- ¿Fastidiado? - preguntó situándose a su lado, haciendo que lentamente, el contrario alzara la mirada en su dirección, en el estado de conmoción más puro que su alma pudo expresar.

Paralizado permaneció observándolo con detenimiento, parecía una locura estarlo presenciando en carne y hueso más allá de un simple sueño, pero para su desgracia o su buena suerte, era real, Suguru Getō se encontraba a su lado, llevando consigo puesto un precioso kimono negro, con un cinturón blanco atado por el medio, como si se hubiesen puesto de acuerdo para ir en juego.

- Suguru... - susurró lentamente, todavía permanecía paralizado, su cuerpo no podía responder a su mente, e incluso creía que había sido un milagro que de su boca hayan podido salir palabras.

- Curioso. - rió, retomando la palabra, llevando ambas manos por detrás de su nuca, extendiendo sus piernas en toda su extensión. - ¿No te parece curioso que nuestro reencuentro sea justamente aquí? Es realmente sorprendente que, después de una larga década, nuestro reencuentro sea exactamente en el mismo lugar en el que nos avistamos por primera vez.

- Suguru... - volvió a susurrar, ésta vez haciendo reír al contrario.

- ¿Sólo dirás mi nombre, Satoru?

El de cabellos blanquecinos parpadeó un par de veces confuso, su corazón latía con inmensa fuerza, afortunadamente se encontraba sentado, de no ser así, sabía perfectamente que sus piernas le hubiesen traicionado. Aún así, sentía como todo su cuerpo flaqueaba en su totalidad, pudiendo desvanecerse en cualquier momento.

Suspiró con intensidad antes de reunir las fuerzas suficientes para poder articular palabra alguna, era complicado salir de aquel estado de conmoción en el que permanecía desde que sus ojos visualizaron la silueta del contrario.

- Se siente bien volverte a llamar por tu nombre, Suguru. - dijo volteando a verlo directamente a los ojos, haciendo que Getō apartase la mirada, no recordaba la intimidante que podía sentirse aquel mirar.

- ¿Qué tal todo? Escuché que volviste al colegio, mis hijas me lo contaron, lucían entusiasmadas con la noticia.

- Así como escuchaste. - dijo volteando nuevamente su vista hacia el frente, observando como el agua caía constantemente en la fuente. Se relajó un poco y decidió extender su largo al igual que el azabache, decidiendo continuar. - Estaba descuidando un poco a Megumi, necesitaba compartir más de mi tiempo con él, de esa manera, tendría más oportunidades de interacción con mi hijo. ¿No lo crees?

Getō asintió en silencio, con una ligera y sutil sonrisa, a decir verdad, hace diez años atrás no se le habría cruzado por la cabeza la idea en donde Satoru decidiese más adelante convertirse en un padre adoptivo. Era una total locura, sin embargo, era lindo.

- ¿Qué tal todo con Mimiko y Nanako-chan? - preguntó, volviendo a retomar la palabra a falta de una respuesta, pues quería evitar la existencia de aquellos pequeños momentos de tenso silencio.

- Realmente a pesar de considerarme un buen padre para mis hijas, no tengo idea de cómo manejar un divorcio con ellas, se vieron de cierta forma involucradas en las discusiones, afectándolas de ésta manera, en especial a Mimiko. - suspiró con profundidad, masajeando con delicadeza su propia sien. - No sé que hacer o decirles. - expresó cabizbajo.

Gojō le observó de reojo, Getō seguía manteniendo aquel puro y sensible corazón, que sólo aquellas personas cercanas a él podían apreciar.

Alzó un tanto la cabeza en busca de palabras, como si la luna fuese respuesta suficiente a todos los enigmas de la vida.

- Megumi, mi hijo una vez dijo "¿Y, por qué sigues condenándote?" Descubrí que, la única solución a cualquier dilema era la comunicación. Sonará tonto pero, a pesar de ser tan sólo unos mocosos, son capaces de escuchar testimonios y dar los suyos, darles al igual que nosotros la misma importancia y validez. El punto es encontrar una misma sintonía, una conexión en donde comprendan que no es sencillo para ambas partes, sin embargo, constantemente se lucha por hacerles sentir nuestra presencia y el hecho de saber que no están solos en esto.

Suguru dirigió nuevamente su vista a Gojō, quién observaba cada partícula estelar. ¿Realmente era el mismo Gojō Satoru de hace diez años?

- Sé que podrás con cualquier adversidad presentada, Suguru. Siempre has podido.

El corazón del azabache de pronto sintió cierta presión, aquel hombre del que una vez estuvo enamorado finalmente era aquella versión que tanto anhelaba en el pasado, y que a día de hoy, secretamente lo hacía.

- Haz cambiado Satoru, Shoko tenía razón.

Gojō dejó de observar las constelaciones en el cielo para así poder admirar aquella hermosa sonrisa a su lado que continuamente recordaba en sus sueños, que creía recordar con suma exactitud, pero que en aquella noche contempló en presencia después de diez largos años.

- Lo hice por ti, Suguru.

Y ahí iba de nuevo, aquella punzada en el pecho que constantemente padecía al recordar a su más grande amor, pero que en aquella noche experimentaba por sus palabras emitidas, los sentimientos encontrados, y los paradigmas de la vida.

- ¿Te parece prudente qué ahora lo sepa?

Satoru respiró con lentitud, Suguru siempre era y sería su punto más débil.

- Desde siempre condené la perfidia de mi amor, exiliándome en el sitio de los infieles, sin embargo, aún sabiendo que nunca volverías a mi lado, jamás dejé de esperarte.

Getō se levantó de aquella banca, caminando unos cuantos pasos adelante, haciendo creer al contrario que se retiraría de su vida, nuevamente.

De pronto, aquella dulce y grave voz se pronunció nuevamente. - "¿Y, por qué sigues condenándote" - citó aquella frase emitida por el hijo del contrario, haciéndole levantar nuevamente a Satoru su rostro, para observarlo frente a él, de espaldas, admirando el descenso del agua en la fuente. - Han pasado diez años ya, Satoru, y aún sigues condenándote por lo de tu juventud, ¿Realmente estás completamente redimido?

- Sé que no es correcto condenarse de por vida por un error cometido en el pasado, pero tratándose de ti, estaría dispuesto a pagar una condena perpetua, obteniendo o no tu perdón.

En el agua podía reflejarse el brillo de la luna, al igual que su propio rostro, de cierta forma a pesar de sentir cierta presión en su corazón, sentía una tranquilidad inmensa en el panorama.

...

𝐓𝐞𝐬𝐭𝐢𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐚𝐦𝐨𝐫 - 𝖲𝖺𝗍𝗈𝗌𝗎𝗀𝗎.Where stories live. Discover now