𝐏𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐨

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Anna recordaba claramente aquella noche. Las calles repletas de nieve, las casas cerradas, y el intenso frío que hacía. Podía verlo desde la ventana de su carruaje.
Todo, cada detalle, sin perderse una sola cosa. Era imposible olvidarla.
Habían pasado años la última vez que había pisado tierras inglesas. No pensaba volver pronto, pero su padre estaba enfermo, más de lo que ya estaba. Era posible que muriera pronto, y aunque siempre pasaba lo mismo, esta vez era en serio.
Su padre, el rey George III, un gran soberano, así como un hombre secuestrado en su propia mente, vagando en sus sueños y fantasías.
Había sido así desde que Anna podía contar hasta cien, y acababa de empezar a aprender lo básico del francés.

Tenía ocho años, era muy pequeña, pero recordaba lo mucho que amaba a su padre. Lo mucho que él la amaba también.
Era hija de la realeza, así como sus otros seis hermanos.
Los siete pertenecían a la casa Hannover de Reino Unido.
William, Anna, Laurie, Annabelle, Sophia, Harry y Edward. Los siete rayos de luz para la fría Londres.
No todos eran apegados a su padre, en realidad..., sólo dos de ellos.
William y Anna habían sido los primeros en nacer, y los que más disfrutaron de la poca lucidez que tenía su padre. Era fácil quererlo, con ese corazón tan apasionado que tenía.

Muy a diferencia de su madre, una mujer con los pies bien puestos en la tierra.
Era un equilibrio excepcional para alguien tan soñador como su padre.
Charlotte de Mecklenburg-Strelitz, la mujer más decidida que había pisado Londres en un buen rato.
Sus siete hijos la querían, pero le guardaban un respeto inimaginable. Con esa voz característica, una que siempre parecía dar órdenes en vez de darle cariño a sus hijos.
La familia de Anna no era la más unida, y tampoco la más amorosa.

En realidad, de siete hijos que habían tenido los reyes de Inglaterra, sólo dos podían pasar tiempo juntos sin pelear cada cinco segundos.
Siete, habían asegurado bien la línea de sucesión al trono. William George Arthur Phillip James, el primogénito, y claro, el más ejemplar de todos.
Tan fuerte y tan responsable, se había hecho cargo del reinado de su padre por años, y aunque legalmente no era el rey, en deberes, si lo era, pues George, nunca estaba presente por su enfermedad.
A pesar de haber tenido que madurar tan rápido por su padre presente-ausente, jamás dejaba de ver el mundo con ojos de bondad. "Se amable siempre, Annie", era el mismo consejo que William le daba a Anna siempre.

Y claro que lo siguió al pie de la letra. Era la siguiente en la línea de los siete hijos del rey George. Los sirvientes siempre decían que Anna era una versión femenina de William, pero ella jamás creyó ser tan buena como su hermano.
Aunque en varios aspectos, era muy similar a su padre. Viviendo bajo ensoñación siempre, contando las estrellas, soñando con ver auroras polares. El espacio y su gusto por él habían sido herencia de su padre, con quien armaba las mejores charlas por horas.
Pero el corazón de Anna pronto se rompió, cuando George dejó de estar presente. Cuando se había ido y no pudo regresar. Cuando lo encerraron en un cuarto, lejos de todos, con las ventanas selladas y la puerta cerrada. A veces se sentaba ahí y fingía hablar con él.

𝐖𝐚𝐫 𝐎𝐟 𝐇𝐞𝐚𝐫𝐭𝐬 • 𝗕𝗿𝗶𝗱𝗴𝗲𝗿𝘁𝗼𝗻Where stories live. Discover now