Capítulo Ocho

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Las dos siguientes semanas transcurrieron de la misma
manera, navegando por el Mediterráneo y el Adriático y visitando algunas de las casas de Ohm, donde este disfrutaba de pequeños placeres, como una barbacoa en la terraza de su mansión en Saint-Tropez o tomar una cerveza en Montenegro contemplando la puesta de sol.

Al mismo tiempo, todos los días dedicaban un tiempo al trabajo. En primer lugar, Fluke convocó una reunión con los altos ejecutivos de la empresa y el departamento de comunicación.

—Disculpad si no recuerdo vuestros nombres —dijo Ohm, sin dar más explicaciones, —pero quería que me vierais antes de que circulen más rumores.

Fluke vio las expresiones de sorpresa y las miradas cruzadas previas a concentrarse en lo que Ohm decía.
Él fijó la mirada en el jefe de prensa y continuó: —Manda una nota a los medios anunciando que he vuelto. Mi ausencia se produjo por un leve accidente del que todavía me estoy recuperando. Por ahora, voy a pasar un tiempo con mi esposo y volveré a tomar las riendas de la compañía cuando corresponda.

El empleado carraspeó.

—El sector financiero estará ansioso por tener más detalles, señor Thitiwat.

Ohm le dedicó una tensa sonrisa.

—Ese es tu trabajo. Explica que mi esposo ha estado al mando y que continuará estándolo hasta nuevas noticias. Eso es todo.

A continuación, Fluke disfrutó viendo como los hermanos canadienses inclinaban la cabeza cuando los amenazó con cancelar el acuerdo.
Al día siguiente pudieron celebrar la firma del contrato.

Pero Fluke estaba en un permanente estado de desconcierto entre el arrebatador encanto de Ohm y su refinada astucia cuando se trataba de negocios, que explicaba por qué había llegado a la cima del mundo
empresarial.

Pero, además, había otros momentos en los que Ohm lo miraba con una curiosidad que le atenazaba la garganta y le aceleraba el corazón, como si intentara adivinar qué le ocultaba; o mejor, por qué no era del todo sincero con él.

En cuanto a su memoria, aunque solo fuera muscular, iban apareciendo pequeñas grietas en el bloque de cemento en el que había quedado encerrado su cerebro. Como cuando, la semana anterior, Fluke le había visto marcar el teléfono de su ayudante personal sin acudir a la lista de contactos. El mismo ayudante cuyo nombre no lograba recordar.

Decir que Fluke estaba en permanente alerta no era una exageración. En cuanto a la electrizante atracción que había entre ellos...

Después de la primera mañana en su camarote, Ohm no había hecho la menor aproximación. Fluke se amonestaba por sentirse desilusionado y por la continua presión que sentía en el vientre y en el pecho; un acuciante deseo, exacerbado por compartir la cama con su marido que, al contrario que él, cada noche dormía profundamente a su lado.

Como tantas otras veces, entró en uno de los salones del yate debatiéndose entre las ventajas e inconvenientes de la situación, y se paró en seco.
Ohm estaba sentado en un gran almohadón con un destello de furia competitiva en la mirada. A su lado, Nike, el miembro más joven de la tripulación, estaba igualmente concentrado. Lo que dejó a Fluke atónito fue lo que estaban haciendo.

¡Su marido estaba jugando a un videojuego!

Ninguno de los dos percibió su presencia porque estaban completamente abstraídos y su aire infantil hizo sonreír a Fluke.

Pero a Ohm se le pasaban pocas cosas desapercibidas demasiado tiempo. Sin mirarlo, dijo: —Parece que he vuelto a sorprender a mi esposo.

—Yo... sí. No puedo negarlo.

El esposo perdido Where stories live. Discover now