CAPÍTULO IV: Mindy.

2 0 0
                                    


—¡Mamá! ¡Papá! —mis gritos inundan toda la oscura habitación, escucho sus pasos viniendo apresurados, tan rápidos que ni siquiera debo volver a llamarlos.

—Mindy, pequeña, ¿qué pasa? —mi madre pregunta con ternura a la vez que me envuelve en sus brazos, casi de inmediato me tranquilizo. Ahora ya no recuerdo porque mis ojos están llenos de lagrimas ni porque mi corazón late tan rápido.

—Parece que fue otra pesadilla —comenta mi padre sonriendo levemente, debe estar cansado de tener que trabajar durante el día y en las noches, cuando puede descansar, tener que venir a ver si estoy bien—. Cuando dormía en nuestra habitación no tenía pesadillas —comenta a mi madre, quien enseguida niega con la cabeza.

—Ya es más grande, no puede dormir con nosotros para siempre —le dice a mi padre, yo sólo los observo sin saber desde cuando me consideran más grande, ni siquiera le llego al tarro de galletas que esconden en la alacena.

—Quizá sólo un par de noches más pueda dormir con nosotros, antes de estar lista —comenta mi padre, pero mi mamá se rehúsa a aceptar la idea—. No está acostumbrada a dormir sola, necesita compañía —explica mi papá, un brillo en los ojos de mi madre indican que ha tenido una idea, la miro fijamente pensando en que no parece ser una buena idea.

—Eso es, necesita un compañero para dormir —exclama con emoción—, mañana mismo arreglaré ese asunto. Pero por ahora, debes volver a dormir —indicó volviendo a arroparme, miré a mi padre quien sonrió con pena, casi como disculpándose de que aquello no hubiera salido como queríamos.

Ambos salieron de la habitación, no sin antes darme un beso en la frente para que ya no tuviera malos sueños. De alguna manera aquello funcionaba, pero aun me daba temor cuanto espacio y cuanta soledad había en aquella habitación, por no hablar de la oscuridad, ¿acaso no podían inventar mini soles para alumbrar las habitaciones por las noches?

• ────── ✾ ────── •

Apenas amaneció salí de la cama, no quería estar más tiempo separada de mis padres. Salí de mi habitación encontrándolos en la cocina, mi padre preparaba ensalada de frutas mientras mi mamá parecía muy entretenida cociendo algo. Mi padre siempre me advertía de no molestar a mamá cuando cosía, pues se concentraba tanto que no se fijaría si yo tomara algunas de sus cosas, no había problema en que tomara algo, sino que fuera algo peligroso como aquellas agujas filosas que podían atravesar un dedo o incluso toda la mano si no se tenía cuidado.

—Ahí está la pequeña de la casa —saludó mi padre colocando un plato de frutas en mi lugar, le sonreí con cariño agradeciendo el desayuno.

Comí con mi padre y lo ayudé a recoger y limpiar los trastes, mi mamá no desayunó, estaba tan concentrada en aquella tarea que no paró hasta que hubo terminado. Orgullosa y satisfecha de su labor levantó entre sus manos aquello en lo que había puesto tanto esfuerzo; un pequeño peluche de delfín.

Nuestra aldea no estaba cerca del mar, pero tampoco tan alejada, por lo que algunas tardes solíamos ir a pasear. Una tarde soleada que visitamos la playa vimos a lo lejos unos delfines, saltaban saliendo y entrando del agua con tanta alegría que me daban ganas de ir a saltar con ellos, pero no sabía nadar, aun así, fue uno de los días más felices.

—Este pequeño va a acompañarte en las noches, cuando tengas miedo te protegerá, cuando quieras jugar se divertirá contigo y cuando te sientas sola puedes hablar con él —dijo mi mamá entregándomelo—. Pero para que siempre esté contigo y te cuide debes darle un nombre —explicó.

Tomé el peluche entre mis manos, lo observé con atención, era tan suave, abrazable y cálido, tenía una expresión como si estuviera sonriendo y unos hermosos ojos oscuros pero brillantes. Su color era azul cielo, un cielo iluminado, no el cielo nocturno que tanto miedo me causaba.

Pixeles En La PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora