Capítulo I Descripción de las funciones

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—Sería conveniente que en lo sucesivo avisaras a dónde vas. No es que te estemos cuidando, tienes derecho a ir a donde quieras dentro de esta oficina o incluso las otras, si fuera necesario, simplemente que trabajamos por plazos. Nuestro trabajo tiene responsables directos y fechas de entrega, lo que significa que si necesitamos algo o si alguien pregunta, debemos atenderlo de inmediato, por tanto es importante saber en qué lugar se encuentra la persona encargada de lo que se necesite en ese momento.

Me quedé quieta mirándolo, esperando la explicación que justificara una llamada de atención por no estar en mi lugar, por haber ido al baño, al parecer esa era; aunque no entendí bien si la explicación había sido para convencerme a mí o a sí mismo, así que sólo asentí y esperé la siguiente instrucción. No dijo nada. Luego de una pausa extraña en la que se quedó ausente prosiguió.

—Claudita te va a mostrar la forma correcta de glosar. Aprende todo lo que puedas y pregunta todo lo que no entiendas—.

Salí de su oficina agradeciendo, era una costumbre muy arraigada en mí. Me detuve al salir y regresé para cerrar la puerta, el hombre dibujó una mueca, mueca que más tarde me daría cuenta que es lo que los traabajocinistas llaman una sonrisa. Como director de área su nombre aparecía en todos los archivos, aún así, tendría que revisarlo muchas veces en los encabezados de los escritos antes de poder aprendérmelo. Cuando me di la vuelta para regresar a mi lugar asignado podría jurar que alcancé a ver sus ojos color amarillo y las pupilas contraídas como las de un gato. Volví la vista para asegurarme, pero el hombre estaba como si nada. Reí un momento al pensarlo de esa manera. Después de esa imagen fui directamente al lugar de Claudita, su nombre era Claudia, por cierto. Apenas levantó los ojos para verme sin decir nada se puso de pie y se alejó, enseguida regresó y puso en mi futuro lugar lleno de papeles, de grandes pilas de papeles, al menos 600 hojas en folders de diferentes colores con etiquetas diversas; más folders que tenían otros tantos de hojas sobre las portadas engrapadas a otras tantas hojas.

—Estos expedientes hay que glosarlos. Te muestro cómo y después lo haces tú— ¿glosar? ¿qué significaba eso exactamente? Vi que tomó los papeles y comenzó a acomodarlos: primero una hoja con un sello, después una igual pero sin sello, una con firma, luego una con letras grandes y en cursiva, otra en mayúsculas y al final venía una factura que coincidía con las fechas de todos los otros papeles, esa sí sabía qué era. Así lo hice. Lo que me pidió igual que ella. Iba a preguntarle por qué era ese el orden, pero temí distraerla, ganó mi curiosidad.

— ¿Por qué en ese orden? — le pregunté.

Después de una ligera pausa parecida a la del supervisor, que acababa de llamarme la atención por no avisar que iba al baño, mirándome como si esos siete segundos que tardaría en responder fuesen una pérdida de tiempo y tratando de descifrar qué clase de criatura extraña era yo para hacerle una pregunta así y en todo caso para qué demonios me serviría saberlo si igual tendría que hacerlo, simplemente respondió:

—Porque así se ha hecho siempre. Ahora inténtalo tú—.

Intentar, implica tratar y quizá equivocarte, es parte del proceso de aprendizaje; sin embargo, en tareas tan simples como acomodar papeles, con base en las características particulares de las hojas, no había margen de error. En todo caso si llegase a encontrar alguna hoja que no coincidiera con las del ejemplo del primer expediente, bastaba con fijarme en las fechas para encontrar el lugar que le pertenecía, si no, podía también fijarme en posibles coincidencias en la forma de los documentos y en un caso extremo, consultarlo con Claudita y de paso preguntarle ¿qué demonios era glosar?

Cuando terminé de ordenar todas las hojas que me había pedido y en los folders que había puesto en mi lugar sin siquiera mirarme, literalmente hablando, pues la pila de folders llegaba hasta su cabeza, me asomé con un sincero sentimiento de satisfacción. Se los entregué al tiempo que miraba el reloj. Me sentía orgullosa, apenas 3 horas de mi vida en 60 folders. Era un logro. ¿Cómo lo había conseguido? Con un estribillo de una canción que me gustaba y que repetía constante en mi cabeza una y otra vez. La imaginación quería verme bailando en mi mente y quiso asociar el estribillo con los adjetivos que diferenciaban a cada papel. No se lo permití. Claudita, sin mirarme, los tomó y los depositó en un carrito que me recordaba a los de los restaurantes elegantes; sólo que éste era de plástico y del doble de su tamaño. Colocó los folders en pilas de seis, no hubo necesidad de hacer otra cosa, yo ya me había adelantado, previamente los había ordenado por fecha como lo había hecho con su contenido.

La imaginación de MajaWhere stories live. Discover now