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Yoongi

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Yoongi.

Estiro la pierna derecha y la engancho alrededor de mi mejor amigo, Soobin, estampándolo en la mancha roja, riendo cuando mis brazos empiezan a temblar por haberme sujetado demasiado tiempo.

Estamos en su estudio jugando al Twister el viernes por la noche, como hemos hecho tantas veces mientras crecíamos. Desde que conocí a Soobin en séptimo curso, su casa ha sido mi segundo hogar.

Tres de nuestros otros amigos están tirados en el sofá, animándonos, uno de ellos hojeando distraídamente el televisor hasta que finalmente llega a Love It or List It.

—¡Anótalo, amigo! —Grita Soobin al televisor, que está mirando boca abajo a través de sus piernas. Me dispongo a interrumpir su equilibrio golpeándole con la cadera cuando la puerta principal de la casa se abre y se cierra bruscamente. Y pierdo el equilibrio.

A las siete en punto. Cada vez.

Es él.

Por fuera, trato de no mostrar una reacción, pero por dentro estoy traqueteando como una desvencijada montaña rusa de madera y mi estómago se ha quedado en la cima de la empinada caída.

El padre de Soobin está en casa.

Jeon Jungkook.

Pasa junto a la abertura de la guarida y echa una breve mirada hacia dentro, sonriendo cuando me ve derrumbado en la alfombra del Twister junto a su risueño hijo. No deja de caminar de camino a la cocina, así que solo tengo unos segundos para empaparme de él. En realidad, nunca habrá tiempo suficiente para absorber su cuerpo grande y voluminoso. Esos hombros. Es duro, grueso e impenetrable.

En todas partes.

En la fiesta de cumpleaños de Soobin hace unos meses, mi mejor amigo y yo tenemos dieciocho años, Jungkook vino a nadar con nosotros en el patio trasero y casi me hiperventilé. Me temblaron las rodillas bajo el agua al ver el pelo sal pimentado de su pecho, la losa redonda de su estómago.

Y cuando el agua amoldó su bañador a su regazo, la enorme cresta entre sus muslos me hizo tantas cosquillas en el vientre que me puse tan rojo que todos pensaron que tenía una quemadura de sol.

El padre de Soobin tiene cuarenta y cinco años. Un padre soltero y divorciado.

Tengo dieciocho años.

He estado enamorado de él, más o menos, desde que tenía doce años.

Nadie se compara. Lo que Jungkook me hace en mis sueños es más satisfactorio que lo que cualquier chico podría lograr en la vida real, así que ni siquiera me molesto con ellos. La universidad empieza dentro de un mes y ya estoy seguro de que ninguno de los chicos de ahí estará a la altura.

Al recordar la universidad -es decir, el vencimiento de la matrícula-, mi estómago gime y me pongo en pie, pegando una sonrisa despreocupada en mi rostro. —Voy a coger otro trozo de pizza de la cocina. —Me acomodo el pelo rubio. —¿Alguien quiere una?

𝗣𝗔𝗣𝗔Where stories live. Discover now