Capitulo 6

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Wells


El frío del atardecer hizo estremecer a Wells. La temperatura había bajadodesde el aterrizaje. Se acercó a la hoguera, sin hacer caso de las miradasmaliciosas que provocó su irrupción. Todas y cada una de las noches quehabía estado confinado, se había dormido soñando con el momento de sullegada a la Tierra. En su sueño, le tomaba la mano a Clarke mientrasambos contemplaban la Tierra maravillados. En cambio, Wells se habíapasado el día rebuscando entre piezas chamuscadas del equipo e intentandoolvidar la cara que había puesto Clarke cuando lo había visto. No esperabaque se le arrojara a los brazos, pero tampoco esperaba que lo mirase comosi quisiera verlo muerto.

—¿Crees que tu padre ya la habrá palmado? —le preguntó un waldenitaque parecía algo más joven que Wells. Varias personas soltaron risitas.

A Wells se le encogió el corazón, pero hizo lo posible por mantener lacalma. Podía tumbar a unos cuantos de aquellos vándalos sin pestañear. Sehabía declarado campeón indiscutible del combate cuerpo a cuerpo durantela formación para el regimiento de oficiales. Por desgracia, él solo era unoy los otros, noventa y cinco; noventa y seis contando a Clarke, que por lovisto se había convertido en su mayor enemiga de todo el planeta.

Se le había caído el alma a los pies al no ver a Glass en la nave. Parahorror de todos los habitantes de Fénix, la habían confinado poco despuésque a Clarke, y aunque Wells había frito a preguntas a su padre, no habíaconseguido averiguar qué infracción había cometido su amiga. Ojalásupiera al menos por qué no la habían seleccionado para la misión. Pormucho que intentara convencerse a sí mismo de que a lo mejor la habíanindultado, sabía que con toda probabilidad seguía confinada, contando losdías que faltaban para su inminente cumpleaños. Se le hizo un nudo en elestómago al pensarlo.

—Me pregunto si el joven canciller nos obligará a cederle una parte decada ración —preguntó un chico arcadio, en cuyos bolsillos abultaban lospaquetes nutritivos que había recogido en el caos posterior al accidente.Por lo que Wells podía calcular, las raciones que tenían les alcanzaríanpara un mes, menos si la gente seguía quedándose con todo lo queencontraba. Por otra parte, no era posible que esas fueran todas lasprovisiones; tenía que haber un contenedor con más comida en algunaparte. Lo encontrarían en cuanto hubieran acabado de inspeccionar losrestos.

—O a lo mejor espera que le hagamos la cama —apostilló una chicabajita con una cicatriz en la frente.

Wells los ignoró y alzó la vista a la interminable extensión de azulintenso. Era sobrecogedor. Aunque había visto el cielo en fotografías,jamás había imaginado que el color pudiera ser tan vívido. Leimpresionaba pensar que un manto azul —compuesto de algo taninsustancial como cristales de nitrógeno y luz reflejada— lo separara delmar de estrellas y del único mundo que había conocido. Se le encogió elcorazón al pensar en los tres chicos que no habían sobrevivido lo suficientecomo para contemplar toda aquella belleza. Sus cuerpos sin vida yacían alotro lado de la nave.

—¿Camas? —bufó otro—. Ya me dirás tú dónde vamos a encontrar unacama en este lugar.

—¿Y dónde diablos se supone que vamos a dormir? —preguntó la chicade la cicatriz, mirando a su alrededor como si esperara que unos cuantosbarracones brotasen de la nada.

Wells carraspeó.

—El equipo incluye tiendas de campaña. Solo tenemos que acabar derevisar los contenedores y recoger todas las piezas. Mientras tanto,deberíamos enviar a alguien a buscar un arroyo para saber dónde vamos alevantar el campamento.

Los 100 (Libro 1)Where stories live. Discover now