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La muchacha se encontraba perdida en la inmensidad de sus ojos grises cuando el objeto traspaso la tierna piel de su abdomen. Primero, como un simple roce y luego como un golpe intencionado, lleno de malicia y odio profundo.

La daga cruzó su carne, las capas de su piel siendo destrozados por su afilada superficie, mientras ella por instinto se llevaba las manos hasta el lugar. Intentó alejarse, pero pronto sintió como el dueño de esos delicados ojos grises se lo impedía, atrapándola en una suave caricia por la espalda, que en otro momento le hubiera hecho rebosar de sentimientos de placer, pero en aquel, le hacía temblar del más intenso miedo.

Dando un paso atrás, logró zafarse de su agarre, pero pronto comprobó que era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho.

Pudo sentir la sangre borboteando de su herida, sus manos llenándose del líquido escarlata, de manera apresurada trató de apretar la herida con la falda de su vestido, pero no le era posible, sus intentos eran fallidos.

Cuando quiso dar otro paso atrás, su equilibrio tembló, sus manos intentaron aferrarse a algún lugar, pero el aire no logro detener el fuerte golpe que la loza de la cerámica dio contra su cuerpo al caer. Aun en el suelo, lo veía, sus ojos grises llenos de lágrimas, su mano ensangrentada y la daga en ella.

—Tu... —musitó la muchacha, su voz siendo interrumpida por la bilis subiendo por su garganta y terminando sobre su aterciopelada capa roja.

Restos de sangre manchando sus impolutas ropas, le hicieron temblar, sus manos buscando por doquier algún objeto al cual aferrarse para poder huir, a pesar de que el hombre de ojos grises no se movía de su lugar frente al estanque del castillo.

Quiso gritar, pero más escupitajos repletos de sangre se lo impidieron.

—Ayuda...

El hombre pareció salir de su ensimismamiento, una vez escuchó la voz de la mujer, porque se llevó una mano hasta el fondo de su saco y sostuvo con dedos temblorosas un arma.

La mujer no dijo nada, pero tragó hondo cuando el arma apuntó hacia sí. Quería correr, pero no había una sola salida, aquel funesto hombre le había tendido la trampa perfecta, al encontrarse en un lugar libre de personas, donde nadie escucharía sus gritos de ayuda cuando acabara con ella.

—Perdóname —musitó el muchacho apretando el gatillo hacia la mujer, su rostro ladeado evitando ver la forma en que cuerpo crujía con cada bala siendo arrojada hacia sí.

Antonella se sentó de un solo golpe, sus ojos cerrados aun, sintiendo el profundo dolor de las balas perforando su cuerpo, la sangre corriendo por su falda, sus manos ensangrentadas y sus ojos grises, esos endemoniados ojos grises que siempre terminaban de la misma forma, destrozándola.

Gritó antes que pudiera detenerlo, sus gritos perturbando el silencioso hogar de los Montes, esa pequeña villa en un desolado y moribundo pueblo donde nada pasaba, solo la vida.

Su cuerpo entero se sacudía con temblores, sus manos aferrándose a las finas sabanas de mil hilos de su cama, por su frente corría sudor a borbotones y se mezclaba con sus lágrimas, que incontrolables corrían por sus mejillas.

Su hermana corrió hasta su encuentro, el golpe de la puerta al chocar contra la pared, era lo único que lograba interrumpir el sonido de los gritos de la muchacha. Sus delgados brazos intentando luchar contra Antonella, quien se sostenía la cabeza y los cabellos, a tal punto, que se los arrancaba a mechones del cuero.

—Anto —trató de hablarle, pero la muchacha no la miraba, solo era capaz de contemplar una imagen en su cabeza, la de su propia muerte cerniéndose sobre si con una marea de recuerdos de una vida que nunca hubiera vivido antes.

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⏰ Last updated: Feb 27 ⏰

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El aleteo de una mariposa #ONC2024Where stories live. Discover now