III SUEÑO

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Un tacto cálido y familiar, le hizo abrir los ojos

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Un tacto cálido y familiar, le hizo abrir los ojos.

— ¿Abuela? ¿Abu Mag? ¿Eres tú? —pregunto Dalia con lágrimas en los ojos, sin creer lo que veía.

— Claro que soy yo, mi florcita, ¿Quién creías que era? —respondió su abuela con voz cálida y una sonrisa que iluminaba su rostro.

— Pero ¿cómo? Eso es imposible ¿Dónde estoy? —preguntó Dalia, confundida y asustada.

Dalia miro alrededor, y reconoció el lugar. Se encontraba en el ático de la casa de su abuela, rodeada de objetos antiguos y polvorientos. Había cajas llenas de libros, fotos, cartas, y recuerdos. Había muebles de madera, lámparas de cristal, y alfombras de colores. Había un olor a viejo, el olor característico de ese lugar que por más que lo limpiaran no se iba, el olor que le recordaba a su abuela. Entonces vio su imagen en un espejo y se sorprendió. Tenía el pelo rojo corto, las pecas por toda su cara, y el vestido de flores que le había regalado su abuela para su cumpleaños. Era su yo de 7 años la que le devolvía la sonrisa en una cara llena de lágrimas. Ahí lo entendió. Era solo un sueño. Un sueño que le permitía ver a su abuela una vez más. Miró a su abuela, tratando de grabar lo mejor posible su imagen en su memoria. Quería recordarla así, como la había conocido, como la había querido.

Su abuela la observaba con una sonrisa, sentadas en un sillón junto a la ventana. Su abuela era una mujer de cabello plateado y ojos verdes, que siempre llevaba un vestido de flores y un collar de perlas. Su abuela era una mujer dulce y cariñosa, que siempre le daba abrazos y besos, que siempre le leía cuentos y le cantaba canciones. Su abuela era una mujer sabia y misteriosa, que siempre le hablaba de la magia, de la naturaleza, de la vida. Su abuela era su mejor amiga, su confidente, su cómplice. Era la única familia con la que podía contar en ese entonces, sintió una pesadez al ver la mano de su abuela, una cicatriz, grande gris y fría, una que le traía un recuerdo que estaba en lo más profundo de sí.

Dalia recordó el día que lo perdió todo, menos a su abuela. El día que un camión se saltó un semáforo y chocó contra el coche donde iba con sus padres y abuela. El sonido el fuego y el metal aún se sentían tan cercanos que le recordaba como eso le quito la única felicidad que tenía, sus padres. El día que su abuela la sacó del coche en llamas, y la abrazó con fuerza, diciéndole que todo iba a estar bien, que no tuviera miedo, que la quería. El día que su abuela se convirtió en su ángel de la guarda, su salvadora, su heroína.

Dalia sintió un nudo en la garganta, y unas lágrimas en los ojos. Quería decirle a su abuela que la quería, que la admiraba, que la necesitaba. Quería decirle a su abuela que era lo único que le quedaba pero se separarían muy pronto así que solo decidió disfrutar del recuerdo.

— ¿Qué estás buscando, Dalia? —le preguntó su abuela, con curiosidad.

— No lo sé, abuela. —Dalia limpió sus lágrimas y la miró, tratando de recordar qué hacía antes de dormirse, pero los recuerdos no acudían a su memoria—. Creo que lo he olvidado. —Terminó de sentarse al lado de su abuela y vio cómo esta sacaba un libro de cubierta roja que se le hacía familiar.

Todo lo que no debes saber [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now