Capítulo 8: Mordidas de muerte.

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Lizzy no pudo moverse. No quería hacerlo. El estremecimiento que sintió con las caricias de Bingley le nublaron la razón mucho más que el intento de hechizarla.

Levantó su falda hasta la altura de la cadera y rozó los dedos con lentitud por el muslo, buscando el lugar exacto donde sus colmillos, se enterrasen en ella.

Sintió el recorrer de la sangre y elevó la mirada hacia los ojos oscurecidos de Darcy. Había encontrado el lugar exacto. Darcy se levantó del sofá y lo rodeó. Sujetó las manos de Lizzy y las mantuvo detrás de su cabeza.

Sorprendida por el agarre, movió la cabeza y observó a Darcy. Él se agachó y la observó tan cerca que pudo sentir su aliento en la boca. Con la nariz, retiró el pelo que rozaba su cuello y la acarició. Olió su aroma, dejó escapar el aire. Lizzy se estremeció y cerró los ojos por un momento.

La lengua húmeda de Bingley trazó círculos en una de las zonas de su muslo interno. Detuvo una mano cerca del lugar que guardaba entre las piernas y apretó levemente. Las mejillas de Lizzy ardían con cada toque de los dos.

Darcy respiró en su oído y cuando la sintió estremecerse, le habló a baja voz.

—Puedo notar que estás consciente, me pregunto qué pasará cuando muerda.

La mirada de ambos se conectó. La perversión en la voz y los deseos de Darcy la forzó a tragar saliva.

Los colmillos de Bingley rompieron la barrera que le impedía probarla. El sonido lo acompañó un dolor agudo. Lizzy tensó el cuerpo y echó la cabeza hacia atrás. Dejó caer un pequeño grito. Sus brazos fueron sostenidos con fuerza por Darcy, le impidió moverse. Dos lágrimas corrieron intrépidas por sus mejillas antes de que la lengua de Bingley calmara el dolor, acariciando debajo de la herida abierta.

Bingley no separó la boca de ella, tampoco quitó los colmillos de su interior, pero la miró de reojo cuando el sabor inundó sus papilas gustativas. No era el típico sabor metálico que caracterizaba la sangre. Tenía algo. Un aroma y gusto tan exquisito que lo obligó a gruñir y aferrarse más a su pierna.

Lizzy sintió un calor extraño. Su estómago se tensó. El dolor se convirtió en una especie de cosquilleo que la obligó a jadear. Cerró los ojos un momento, intentando mantener la cordura y saber realmente lo que estaba pasando.

Se acaloraba con cada absorción. Aferró las manos con las de Darcy y sus dedos de entrelazaron mientras la sujetaba.

—Oh, Lizzy. Bingley sabe cómo morder sin dolor, ¿verdad? —le susurró Darcy—. Me estás clavando las uñas en las manos.

—¿Qué es esto? —preguntó entre jadeos. Sus piernas temblaron un poco cuando Bingley apresó con más fuerza su muslo—. Me está sofocando.

Darcy observó a su amigo. Estaba ido, dudaba de que tuviera control.

—Bingley, la estás mojando mucho —lo avisó con la intención de que se detuviera—. ¿Pretendes hacer que se corra?

Bingley dejó escapar un jadeo y un gruñido propio de un animal. Despegó la boca de su herida y Lizzy gimoteó cuando lo hizo. Él la observó un momento, con parte de su rostro manchado con su sangre. Jadeaba, igual de excitado que ella.

—¿Qué demonios pasa con tu sangre? —le preguntó, con la respiración agitada. Ella no pudo responder. Era la primera vez que sentía esa especie de calor carnal que no se despegaba de ella.

—Te dije que su sangre era especial —respondió Darcy—. Intenta controlarte, Bingley.

La mirada de Bingley se perdió entre la falda. Inhaló fuerte y descubrió que, tras las telas, Lizzy escondía su periodo. Quiso contenerse, pero no lo logró.

Sangre y prejuicio. #ONC2024Where stories live. Discover now