TROPELÍA.

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Era Febrero de 1855, aún existían los tiempos de guerra. No cesaba y había que cultivar por nuestra propia cuenta la comida, debido a la horrible escasez de alimentos. Vivíamos en una granja lejana a París, los montes eran verdes y, de vez en cuando, temíamos que la guerra se expandiera hasta ese punto, de igual manera, era algo impredecible, o llegaba, o no llegaba.

La noche amenazaba rápido y mi hermano, Porco, apenas se podía divisar de lejos cargando en su espalda un conejo muerto, probablemente la comida del día de mañana; él, junto a Marcel —Ambos mis hermanos mayores—, tienen fama de buenos cazadores a pesar de lo jóvenes que son, por el contrario a mí y mi corta edad de 18, aún que a mí no me guste ser tratada así.

— Violette, ayúdame con esto—. Habló Marcel quien me extendió dos arcos, así que por ende yo los tomé sin rechistar.
Ambos venían cansados, se les podía notar en la cara y no tengo porque negarles algún favor, ellos traen comida casi siempre y lo agradezco.

Dejé los arcos dentro del almacén que teníamos en la casa, había varías herramientas, entre ellas algunas de casa como armas de fuego, pero no se usaban, debías tener permiso para portarlas, más en este contexto.

Decidí encaminarme junto a mis hermanos, una de mis cosas favoritas para no aburrirme era sentarme en una de las rocas frente al matadero y ver con curiosidad y tristeza como esos animales ya eran despellejados. Igualmente no podían gritar o huir porque lo peor ya había pasado, y la sangre ya había sido drenada por completo, así que eso tampoco era gran problema.

Mi vista se mantenía en ambos y en el movimiento de sus manos al maniobrar aquello, preguntándome si realmente esto era lo correcto, el conejo sabía bien, ¿pero no era un poco injusto?. Digo, eran individuos inocentes, cada uno con historias y vivencias diferentes dentro de su hábitat, los cuales fueron privados de sus vidas para siempre; una hoja se meció sobre mis pies, a lo que yo la miro luego de eso, me quedé un rato así. Al parecer el invierno estaba por acabar y las flores volverían a su estado natural, no era mi época favorita por el calor tan abrazador que hacía, pero tal vez así pueda presumir el nuevo vestido que estoy confeccionando.

Escuchaba las risas de mis hermanos ante las bromas que se hacían entre ellos, así como unas voces adicionales, mi vista de se levantó y miré dos figuras nuevas, eran dos, un hombre y una mujer; el tipo era rubio y alto, y la mujer era bajita y parecía desaliñada pero agradable, estaba muy cerca de mi hermano Porco, parecían ser buenos amigos. Ellos me voltearon a ver, por lo que solo sonreí e hice un ademán con mi mano, al final no quise acercarme a ellos.
El día estaba algo aburrido, a mi pensar, y no sabía aún nada de Sasha, al parecer, había ido a visitar a su primo a la ciudad, ni siquiera un telegrama me a mandado, pero no pasaba nada, me comentó que no se quedaría mucho tiempo; y por otro lado estaba Connie, quien casi no solía visitarme mucho, aparte de que se la pasaba trabajando en la herrería de su papá. Todos estaban atosigados últimamente.

Al llegar la noche y ver como mis hermanos se iban por ahí a pasear en el pueblo con esas otras personas, yo, me dispuse a sentarme frente a la mesita de noche que tenía en mi habitación. Saqué algunos de mis utensilios para seguir con mi labor de confeccionista. Las costuras estaban algo flojas pero nada que con la práctica no pudiera arreglarse; aún recuerdo la primera vez que tuve un acercamiento al mundo de la costura, fue gracias a mi abuela difunta. Ella solía tejerme muchísimas prendas sobre todo en tiempo de frío. Un día que la observaba, amablemente, me invito a ayudarla y justo después de ese momento es que hago esto desde que tengo memoria.
A veces me lamento mucho el hecho de que ella ya no esté pisando la faz de la tierra, dejó un enorme vacío justo después de enterarnos que había muerto. Mi madre —Quien también era su madre— solo se quedaba mirando paredes y sin decir mucho, creí que ella también se pondría tan triste, que llegaría el día en el que tampoco esté, pero por su propia cuenta. No sabía si yo era la paranoica.

Luego de pensar un gran rato sobre aquello, me levanté cansada y observé por la ventana. El viento corría sereno, golpeando y ondeando algunas ramas de los árboles semisecos por la estación. Suspiré, al siguiente día tenía que acompañar a mi madre a la capilla del pueblo. No me gustaba mucho pararme ahí, el simple hecho de ver como esas personas tenían una personificación de la tortura de un ser humano me ponía los pelos de punta y me causaba una fuerte incomodidad. No entendía el porque, se supone que es la personificación de un ser que es todo y nada a la vez, un ser omnipotente que puede cumplir cualquier capricho humano, pero si realmente lo fuera, mi abuela seguiría viva.

utopía 𓍯𓂃 jean kirstein .Where stories live. Discover now