Capítulo Ⅰ

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Un mes antes de la comunicación por radio

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Un mes antes de la comunicación por radio.


Han pasado cinco días desde que el tren desapareció y algunas personas siguen llegando "al campamento", que no es más que un montón de carpas unas al lado de otras, con personas asustadas y esperanzadas.

—¡Sele! —me llama una de las niñas que ha llegado con su familia— ¡Sele, juguemos!

Un grupo de unos veinte niños se reúne a mi alrededor, les sonrío, y pienso en la suerte que tienen de no entender más allá del hecho de que están aburridos y quieren jugar. En estos días me he apegado un poco a ellos, sintiéndome la niña grande del grupo que podía comprender su aburrimiento mientras los apartaba de sus padres, quienes estaban al borde de una crisis nerviosa por la situación, por la espera, y por el terrible calor. Algunas familias habían traído ventiladores pequeños portátiles, algunas otras, trajeron mini heladeritas también, aunque el hielo tardaba en... bueno, en hacerse hielo. El alivio del calor no era suficiente. El vapor traspasaba la tela de las carpas, a diferencia de nuestras casas, donde las paredes eran más gruesas. 

Recuerdo que desde el primer día, algunos lloraban sin entender por qué tenían que abandonar sus cómodos hogares por un lugar desconocido e incómodo, y en el rostro de los adultos, se notaba el mismo sentir, pero debían forzarse y ocultarlo para que sus hijos se calmaran, pero pretender, día a día, es algo estresante y agotador. Un par de familias había traído una especie de mini aires acondicionados portátiles, de los cuales no sabía que existieran hasta que ellos lo trajeron, aunque no estaban muy dispuestos a compartir, causando algún que otro mínimo conflicto interno entre las otras familias, pero era entendible el no querer gastar sus recursos para cuidar de sus familias. Con todo esto, me sentí con la responsabilidad de traerles un poco de alivio a los pobres padres de los niños y a los niños mismos.

—¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, y... quince! ¡Listos o no, allá voy!

Mientras buscaba a los niños —o pretendía buscar, ya que a su edad no todos eran buenos ocultándose, y mostraban sus cabezas o alguna extremidad tras su escondite sin poder disimular sus risitas—, noté a un niño que estaba aparte, sentado en una esquina viendo a los otros niños jugar. 

—¡Emilia, te encontré! ¡Atrás de la planta de aloe vera!

Como esperaba, no salió de su escondite, iba a tener que buscarla para echar una carrera hasta el muro a gritar el famoso "casa". Al acercarme, vi por el rabillo que ese niño miraba con atención nuestra interacción.

—Ahí estás.

Con una risita, Emi salió por el otro lado de la planta, y disparó en dirección a la pared que tenía un dibujo hecho con tiza de color rosa y carbón de una pequeña casita. La dejé ganar, para motivar al resto a que echasen carrera, y así, poco a poco, fueron saliendo uno en uno y les gané a todos, necesitaban aprender que en el mundo real a veces se pierde, oigan, les estaba dando una gran lección de vida. Aunque bueno, les gané a casi todos, excepto a ese niño que era veloz, Anael.

Éxodo: El Tren de los MundosWhere stories live. Discover now