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El día de la fase I había llegado. Martin apenas había pegado ojo esa noche, a pesar de llevar acumulado mucho cansancio tras haber estado trabajando y estudiando como un loco a la vez. Hoy por fin sería el día en el que averiguarían si pasarían a la fase II del concurso, y para ello deberían quedar entre las ocho mejores parejas. Se había esforzado como nunca para entender tanto la teoría como los ejercicios del campo eléctrico, no obstante, no podía impedir que los nervios le carcomiesen por dentro, porque sabía que, pese a su trabajo y a su constancia, iba a ser complicado pasar de fase. Al fin y al cabo, él era la peor nota de toda su clase. Sin embargo, tenía a Juanjo a su lado, la mejor nota de la suya. No podía negar el hecho de que le había impresionado que Juanjo tuviera tan buen expediente, no se lo esperaba para nada de un chico tan fiestero y sociable como él.

Pensar en Juanjo hacía que el Colacao que había tomado antes se le revolviese en las tripas. Hoy tendría que hacer frente al maño, y lo que era mucho peor, debían trabajar en equipo para conseguir el pase. Y Martin no tenía ni idea de cómo iba a mirar a Juanjo a la cara, y mucho menos de cómo iba a poder trabajar en equipo con él. Habían pasado dos días desde la fiesta, y Juanjo no había dado ninguna señal de vida, cosa que había agradecido Martin, pues todavía no se veía preparado para hablar con el más mayor. No obstante, ahora no le quedaba otra más que ser valiente y enfrentarse a Juanjo, sin haber resuelto antes sus propios conflictos personales. Él solo esperaba que el más mayor estuviese receptivo esa mañana, porque sino se les iba a complicar mucho poder pasar de fase.

Martin llegó temprano al aula donde se iba a celebrar la prueba. Saludó a su profesor de física cuando entró, y a más profesores que no conocía. Había varias mesas altas unidas formando una gran "C" junto con sus respectivos taburetes, que estaban dispuestos por toda la clase. En cada mesa, había un pequeño cartel con el nombre de los participantes, donde se debería sentar cada uno. Martin se dirigió a la suya, donde ponía "Juanjo y Martin", justo en una de las esquinas. Todavía no había llegado ni la mitad de la gente, por lo que se sentó en su taburete y aprovechó para repasar ejercicios, aunque se le hacía difícil poder concentrarse. Estaba muy nervioso, el lapicero se le resbalaba de las manos por el sudor que desprendían estas. Acabó quitándose la sudadera que llevaba y quedándose en camiseta de manga corta, pues sentía sudores fríos por todo el cuerpo.

Martin no reparó en que Juanjo había llegado hasta que un ligero olor a lavanda mezclado con tabaco despertó sus fosas nasales. Se giró hacia su derecha, y ahí estaba el maño, sacando su cuaderno y dejándolo en la misma mesa que la suya. Llevaba unos pantalones cómodos deportivos, y una camiseta morada con letras blancas. También parecía que llevaba sin descansar correctamente varios días, pues lucía unas prominentes ojeras. Martin reparó en que se había dejado un poco de barba, como si llevase varios días sin pasarse una cuchilla por el vello facial.

El más pequeño no pudo retirarle la mirada a Juanjo. Llevaba sin verlo desde aquella noche que vino a su habitación junto con sus amigas, cuando le dijo que se marchase porque verle le hacía daño. Después de eso, Martin se atrevió a contarle a Kiki y a Rus que se había declarado a Juanjo, y que la única respuesta que había obtenido del maño había sido verle liándose con una chica en sus narices.

–Hola, Martin– habló prudentemente en un tono bajo de voz Juanjo, como si no supiese como dirigirse al más pequeño.

–Hey– le devolvió el saludo Martin, sin tampoco saber muy bien cómo abordar la situación. Lo único de lo que era consciente era de que debían de terminar pronto con la tensión que había entre ellos en ese momento, pues sino saldrían perjudicados en la prueba.

Se hizo un silencio denso, tanto que Martin temió que Juanjo pudiese escuchar el latido desbocado de su corazón. A pesar de que no lucía su mejor aspecto, Juanjo seguía estando guapísimo. El vasco sentía como su corazón le estaba traicionando, como cada vez que veía al maño. Casi no podía controlar las ganas irrefrenables que sentía de estirar su mano para rozar la suya casualmente, o de volver a probar aquellos mullidos labios que le tentaban igual que a un niño una golosina.

Desafiando a las leyes de la físicaWhere stories live. Discover now