Capítulo 8: Maelor

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Aemond se le quedó observando durante unos segundos, los suficientes para poner incómodo al menor.

-Arrax nos está esperando, vístete rápido -fue lo único que dijo para después acercarse al cambiador, ignorando la cara de indignación de su esposo. Él se había adelantado a los planes, sí, ¿pero por qué Aemond lucía como si fuese un peligro compartir un dragón? ya lo habían hecho antes, e incluso si no lo recordaba, no era algo del otro mundo.

Por su lado, Aemond tuvo que resignarse a la idea de subir en esa cría de dragón junto a su queridísimo Lucerys. El estado de su hermana era más importante que cualquier disgusto que pueda sentir en estos momentos.

Sin continuar la "charla", el matrimonio se apresuró a ponerse una ropa apropiada para el viaje.

Una vez fuera, el jóven dragón de escamas perladas y crestas doradas esperaba a su querido compañero. Era la primera vez que Aemond observaba al "cachorro" de cerca y no pudo evitar pensar que ese dragón había crecido mucho en solo 3 años. No quedaba nada de aquel dragón pequeño que Vhagar atacó, apostaba que en pocos años podría rivalizar con el tamaño de Meleys. Supuso que era por la libertad en la que mantenían al dragón, que ya era lo suficientemente grande como para soportar una doble montura.

El primero en subir fue Lucerys, quien no tardó en notar la demora de Aemond. Este lucía sin mucho ánimo de querer subir en Arrax.

Arrax, por su parte, tampoco tenía ánimos de dejarse montar por una persona extra, mucho menos cuando esta se trataba del ahora mal vibroso esposo de su jinete. Pero él era un dragón obediente, así que solo aceptó las exigencias de su jinete.

El par de ojos marrones observó con insistencia al ojo violeta, luciendo satisfecho cuando Aemond finalmente se acercó y se sentó detrás suyo.

-Soves, Arraks -el dragón obedeció de inmediato, expandiendo sus alas nacaradas y comenzando a elevarse. Arrax rápidamente abandonó la isla, con ahora dos jinetes en su lomo en dirección a Desembarco del Rey.

El viaje inició en silencio, solo con el agradable viento chocando en ambos rostros. Lucerys estaba contento de volver a volar, era una experiencia mil veces más placentera que navegar -aún se mareaba cuando una ola mecía con violencia el barco y su abuelo se burlaba un poco de ello-, sobre todo si tenía a su esposo detrás suyo.

Por su lado, Aemond estaba experimentando algo parecido. Según lo que pudo suponer, esta Vhagar ya no iba a dejarlo subir en su lomo, así que volver a sentir esa libertad única en los cielos era gratificante y casi arrulladora. Arrax, al ser más jóven que su vieja dragona, iba a una velocidad increíble que él nunca había vivido. Estaba seguro que Arrax podía rivalizar en velocidad con el resto de dragones adultos, exceptuando a la Reina Roja.

-¡Aemond! ¿Quieres ver algo genial? -escuchó a Lucerys, interrumpiendo su momento de paz.

¿Qué definiría como "genial" ese niño?

Y sin esperar que respondiera, Lucerys simplemente le gritó a Arrax, quien se encontraba planeando por encima del colchón de nubes. El dragón bajó su cuerpo, cayendo en picada contra las nubes. El cambio brusco del movimiento hizo de las suyas en ambos cuerpos, enfriandolos al instante y trayendo en ambos, por primera vez, la misma mezcla de sentimientos entusiastas que solo aquel con sangre de dragón podía permitirse.

Aemond podía escuchar la felicidad de Lucerys por haberle mostrado los movimientos de Arrax. Y él, por mucho que no los considere en realidad, no pudo evitar reaccionar de una forma parecida.

Nunca antes había volado de esa forma. Vhagar, al ser un dragón muy viejo, no podía hacer todos los movimientos que quisiera, su cuerpo ya no se lo permitía y él no iba a hacer que ella actuase como una cría de dragón que recién conoce las alturas. Nunca lo había pensado antes, pero los movimientos fluidos del vuelo de Arrax era una experiencia increíble.

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⏰ Última actualización: Mar 18 ⏰

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Transmigré y ahora soy el esposo del sobrino que asesinéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora