Capítulo 2

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Capítulo 2

Los días son cada vez más extraños. O quizá lo correcto sea decir que son cada vez más comunes. Es muy difícil diferenciar un lunes de un viernes. La llegada del fin de semana ya no genera ningún cambio de ánimo en la familia. No es más que otro día parecido a los anteriores. Ni siquiera en los programas de televisión hay gran diferencia. Todo el tiempo dándonos sin piedad con el COVID 19. Tal vez esta monotonía es la que nos obliga a encontrarnos con nosotros mismos, a ver la imagen que realmente nos devuelve el reflejo del espejo. El ajetreo de las zonas céntricas, los agotadores días laborales, la vorágine de la ciudad, y la aglomeración de los barrios, nos hace tener las mentes ocupadas, distraídos de lo que realmente habita en nuestro interior. Pero ahora, presos de esa monotonía, es imposible escaparnos de nuestra esencia.

Me gustaría decir que en estos días en los que me llamé a silencio, Lelu me demostró que el morbo que iba in crescendo en mis entrañas, se hacía eco en su juvenil persona; que las fantasías traicioneras que me asaltaban en los momentos menos esperados la acosaban a ella también, y con la misma intensidad; que mis miradas subrepticias, rebosantes de lujuria, eran retribuidas con la misma deshonestidad de su parte. Me encantaría decir todo eso, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que el único con la mente sucia y el alma corrompida soy yo, por lo que me temo que este relato distará mucho de ser lo que muchos esperan que sea, y solo terminaré plasmando lo que habita en mi imaginación antes que lo que ocurre en la realidad. Lo siento, pero en definitiva empecé a escribir como desahogo y no por otro motivo.

Si bien nunca llegaré a ser un padre para Lelu, desde hace tiempo que ocupo, en parte, ese lugar. Y cualquier otro rol que pretenda desempeñar en su vida sería poco ético, e insano.

Pero ¿por qué me estoy lamentando? Debería estar contento, debería sentirme liberado. Algo que podría haber culminado en una ruptura, o incluso peor, en una tragedia (porque estas historias nunca terminan bien), llegaba a su fin sin siquiera haber comenzado. Mi matrimonio estaba a salvo de mis impulsos inmaduros; Lelu estaba a salvo de mi lado más oscuro, de ese que me instaba a dejar la razón y la decencia de lado; y yo estaba a salvo de mí mismo.

No obstante, hay un hecho que vale la pena ser relatado.

El jueves ¿o acaso fue el viernes? Me levanté, como siempre, a eso de las ocho, a prepararle el desayuno a Carmen, quien no tardaría en llegar, agotadísima, después de una extenuante jornada en el hospital. No me molestaba hacerlo, como tampoco me sentía menos hombre por el hecho de ser el principal responsable de las tareas hogareñas, después de todo, ahora Carmen se la pasaba haciendo horas extras, y se me caería la cara de vergüenza si la veía limpiando o cocinando. Pero lo que sí me bajaba el autoestima era el hecho de no aportar económicamente. Pero esperaba que eso empezara a cambiar pronto. Las etapa más estricta de esta cuarentena no podría durar para siempre.

Cuando bajé, me encontré con que Lelu se había quedado dormida en el sofá de la sala de estar.

Estaba boca abajo. Llevaba la misma calza gris que se había puesto en nuestra “cita” algunos días atrás. Esa calza que se hundía en las zonas más profundas, y más prohibidas de mi hijastra. Su cara estaba hundida en una almohada amarilla. Su remera, también gris, era muy corta, y dejaba parte de su espalda desnuda. Su cuerpo blanco, dibujaba un sutil arco, y sus sustanciosos glúteos se levantaban descaradamente, desbordantes de sensualidad.

Escuché su suave respiración. Estaba profundamente dormida. Me quedé mirándola. Sentí compasión por mí mismo. ¿Cómo podía evitar que tantos pensamientos obscenos se agolparan en mi cabeza? Estaba seguro de que cualquier hombre que estuviese en mi lugar se sentiría igual de contrariado que yo. Y muchos de ellos no tolerarían ni la mitad de lo que yo soportaba, sin hacer alguna insensatez en el camino.

Mi hijastra Lelu. +18Where stories live. Discover now