Capítulo II: Entre casos, libros y rutinas

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Pasados los hechos de ese lunes, todo simulaba estar en total y completo orden por el resto de la semana hasta la tarde del viernes, cuando el detective nuevamente había decidido abrir el cuaderno de cuero y se había logrado percatar de que justo por debajo del párrafo que revelaba el nombre de la víctima se había sumado uno más, uno donde se relataba a detalle cómo era que el asesino se pudo lograr colar en la comisaría en tempranas horas de la tarde y en un momento donde no estaba ningún otro efectivo disponible, le había hecho llegar a Mario un sobre falso de un lugar de encuentro para el próximo cargamento.

       Cuando Leone había acudido a dicho galpón con su mismo auto, solo se encontró a una figura encapuchada, ataviada en ropas negras, incluyendo guantes de cuero y una máscara negra también en conjunto; lo cierto es que este había tratado de correr, según el escrito, pero no pudo escapar. Intentó usar su pistola, mas se tardó en quitarle el seguro y lo último que su cerebro registró es que traía un trapo cubriéndole las vías respiratorias, dando como resultado que a los minutos ya estaba fuera de sus sentidos y de ahí, el asesino con una mano amiga (al menos así lo describió), lo trasladaron, amarraron sus tobillos desde la red y solamente usaron la fuerza de la máquina del buque para así a continuación dejarlo suspendido por sobre la superficie del agua, por lo menos el tiempo suficiente hasta que fuera la llegada de Ignatius.

       Esa vez, en la esquina de la página se veía una nota adicional adherida, diciendo que toda la información pertinente se hallaba en manos del gran jefe de la policía y los demás responsables estaban en manos de la justicia. También decía que por lo menos los niños del contenedor estaban a salvo y en manos de Asistentes Sociales. Todo aquello alivió al detective de sobremanera, asimismo, en dicha esquina inferior derecha se encontraba un sello de cera, tal como los que se usaban (y aún usan en ciertos casos) para sellar sobres y cartas en épocas pasadas, este sello tenía la forma de una flor de Lis.

       Eso era nuevo, observó, pero no le dio demasiada importancia, tal vez era la marca de la <<mano amiga>> y quizá tampoco lo sabría pronto.

       A continuación, giró la hoja, apenas lo hizo, su mirada se ensombreció una vez más al descubrir otra entrada de la bitácora con la fecha de ese día, aparte, él quiso cerrar la tapa en el mismo momento en que la abrió, pero sus manos temblaron con ansias y sus ojos inevitablemente parecían practicar su descenso en caía libre por las palabras que se reflejaban.

Querido diario... aunque en este punto iría mejor: Querido detective, ¿no le parece? Empecemos de nuevo.

Querido detective:

Lo pasado fue un show digno de novela, ¿verdad?, seguro estuvo comiéndose la cabeza y dándole vueltas a todo y no lo culparía, aquella no era una selección sencilla para usted, pero pienso que fue la correcta para darle al mundo una lección.

Mire, aunque sé muchas cosas, no sé realmente cómo me percibe usted a mí o a mis métodos, pero siéndole franco, antes de pararme a pensar en el daño que ellos me podrían causar a mí, en su lugar pienso en el daño que pudieren causarle al universo entero y ahí se me borra el remordimiento o el arrepentimiento porque simplemente a veces la justicia no hace justicia, usted lo entiende perfectamente.

En fin, basta de mí, basta de sentires extraños, probablemente estará reflexionando en cuándo me voy a detener, pues bien, cuente las páginas que restan por llenar. Hágalo...

       Holt cumplió con lo pedido, se detuvo para contar las hojas con manía, quedaban por lo menos veinte páginas, lo que se simplificaba a diez hojas, él no supo si dicho número era una buena señal y las palabras del asesino no lo ayudaron para saberlo tampoco.

Bitácora HomicidaeWhere stories live. Discover now