Capítulo 11

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Sarocha intentó una sonrisa con el encargado de recibirla en el estudio. El pobre chico, seguramente un becario, parecía que se iba a desmayar en cualquier momento. Si alguien preguntara, Sarocha diría que le recordaba a ella misma cuando comenzó a dar los primeros pasos en política. Estaría mintiendo, por supuesto, ella nunca tembló ante nadie.
Su cerebro, tan dado a asociaciones inoportunas desde hacía unas semanas, la llevó a pensar en Rebecca. Le recordó que sí había temblado ante alguien, por placer y por anticipación.
Maldito cerebro, con ese maldito hábito de recordar.
Estaba a punto de ver a su ex y esperaba dar la mejor versión de sí misma. Esa woke con infulas de buenaza no iba a influir
sobre ella, hoy no.
El chico la llevó al área de maquillaje y le recordó que cuando la llevaran al set, debía aparentar que no sabía quiénes eran los otros invitados. Como si ella fuera a ir a un programa sin saber de antemano qué lío le iban a poner delante.
Hoy, el circo tenía de todo. Una youtuber trans, con un cacao en la cabeza que un día parecía sacada de Nueva Izquierda y al otro hablaba como un clon de la propia Sarocha. Un friki de la informática, anarquista y obsesionado con esas monedas ficticias que se habían inventado los de su especie.
Y la otra, el personaje mayor, su ex, una millonaria engreída que venía a dar lecciones a todos los demás.
Eso, por no contar con la periodista: una morena guapa que se creía en una categoría de guapa en la que no estaba y, además, en medio de su delirio, también se consideraba interesante. Todo porque tenía un título de Filosofía. ¿Quién estudia Filosofía? Gente pedante y dispuesta a morirse de hambre.
Y, aunque es cierto que Sarocha no está para dar lecciones, al fin y al cabo estudió Ciencias Políticas, desde el principio supo a qué se dedicaría. Y no, gracias, no era a morirse de hambre.
Sarocha, ¿lista? -escuchó al chico preguntar.
Creo que sí —respondió Sarocha, interrogando con la mirada a la maquilladora.
Sí, ya está —dijo la mujer sin mirarle a los ojos y con un rechazo que no se molestó en ocultar.
Sarocha estaba tan absorta que pasó por alto la animadversión de la mujer. Nada nuevo bajo el sol. Ella provocaba miedo, admiración, fanatismo y también rechazo.
Y estaba bien, lo inadmisible era la indiferencia. No todos podían ser como Rebecca, que a su paso parecía cosechar emojis de corazones.
Siguió al chico por el largo pasillo hasta detenerse a la entrada del set. A pocos metros, vio una mesa redonda rodeada de cinco sillas. Su vista fue directamente a posarse sobre Rebecca, al parecer, la primera invitada en pasar.
Qué fácil lo hacía ver todo Rebecca. Rodeada de cámaras, en medio de una habitación artificial, y daba igual, ella parecía estar hablando con la vecina que se pasó un momento a ver cómo estaba. La vecina salida porque a la presentadora habría que llevarle un pañuelo para recogerle la baba.
¡Qué poca profesionalidad!
Claro, Rebecca se ponía ahí, a flirtear sin pudor con ella, y la filósofa modelo no tenía escapatoria. ¿Quién podía resistir esa boca casi obscena, esos ojos con brillo de colocada, esa maldita actitud de «todos somos maravillosos, vamos a disfrutar la vida»? Y los millones en el banco tampoco hacían daño.
Aprovechadas, todas eran unas aprovechadas.
Vio acercarse a una mujer que tenía unos cascos con micrófono incorporado, suponía que una de las asistentes de dirección. Como todos en la tele, parecía tener mucha prisa y estar atendiendo decenas de asuntos urgentes a la vez.
—Buenas noches, Sarocha. Le toca entrar. Cuando diga
"ahora" va hacia la mesa siguiendo la línea roja. Por favor, tome asiento a la izquierda de Esther —la asistente hizo una pausa-. Ahora.
Sarocha comenzó a avanzar hacia la mesa. La tensión previa a aparecer ante las cámaras, algo que siempre le sucedía, surgió. En los escasos tres metros que le separaban de su puesto, tuvo tiempo para una charla de autoayuda: iba a estar cerca de Rebecca; estaban obligadas a una mínima civilidad, mejor relajarse e intentar disfrutar del momento.
Claro, si la lagarta de la presentadora dejaba de salivar sobre la otra, si la otra no soltaba una sandez progre... Qué difícil le
hacían la vida todos.
La presentadora se puso de pie y sonrió, pero Sarocha apenas reparó en los detalles porque detrás también sonreía
Rebecca.
Y esa parte de Sarocha que se negaba al control, esa parte suya que en realidad nunca sería suya porque había dejado su propiedad a otra, se sintió encandilada. Y el cacho rebelde le movió los labios, le iluminó el rostro, tomó control de sus ojos y los hizo brillar. «Traidor», pensó Sarocha, «débil y traidor».
¡Pero qué guapa estaba Rebecca, maldita sea!
-Sarocha, bienvenida a Puñales a la Mesa. Encantada de tenerte con nosotros -escuchó decir a la filósofa presentadora—. A Rebecca ya la conoces, aunque no sé si tanto como para haber compartido mesa.
Sarocha previó que una frase así aparecería en medio del programa, por eso su respuesta salió con total naturalidad, justo como la había ensayado.
-Gracias, Esther. Tenía muchas ganas de venir al programa.
Con Rebecca creo que no he compartido mesa, pero sí barra de bar. No sé si ella se acuerda, pero en nuestra época de estudiantes nos hemos cruzado más de una vez en algún bar.
La cara de asombro de la presentadora no tenía precio.
Rebecca no, ella no perdía su aire relajado.
—Sí que lo recuerdo. En esa época eras de izquierdas, ¿no? - soltó Rebecca con guasa.
Sarocha hizo evidente su escepticismo, alzó una ceja y respondió, aparentando divertirse.
—Yo no he sido de izquierdas ni por inocencia, que es lo más
común.
—Bueno, bueno, calma, chicas, que esto apenas comienza.
Demos la bienvenida a nuestra próxima invitada, iTriana Mill! - chilló la presentadora.
¿Chicas? Otra razón por la que aceptaba ir a la tele como un mal necesario, pero mal al fin y al cabo. Estas fulanas se tomaban confianzas de las que en el día a día serían incapaces.
Después de Triana llegó el rarito de las monedas, un tal
Vitalek, y todo el circo estuvo listo para comenzar.
-Bienvenidos, gracias por estar con nosotros hoy en
"Puñales a la Mesa", un espacio para tender puentes y conocernos mejor aunque estemos, aparentemente, en lados opuestos del espectro ideológico y político. Me gustaría comenzar por saber cómo llegaron aquí.
Sarocha vio a la presentadora hacer una pausa y poner cara de estar pensando cuestiones trascendentales. Farol.
Cómo un chico de un pueblo de interior termina siendo la mujer trans más famosa de YouTube, cómo el hijo de un policía termina siendo un criptobro, cómo una empresaria defiende causas de izquierdas y una mujer niega la violencia de género y se opone al aborto.
Yo no era un chico, siempre he sido una chica —soltó retadora Triana Mill.
Y perdona, pero criptobro es un término ofensivo. Prefiero criptoentusiasta -se defendió Vitalek, incapaz de mirar a los ojos.
Pues yo sí soy una empresaria rojilla —añadió encantada
Rebecca. Se hizo un silencio de apenas un segundo en el que todos miraron a Sarocha, a la expectativa. Ya podían seguir esperando.
-Sarocha, ¿quieres añadir algo? Porque ha sido apenas la introducción y parece que todos tienen algo que decir - preguntó la lagarta salida.
No tengo nada que objetar, Esther. Soy una defensora de la vida y persigo todo tipo de violencia con igual afán. Estoy
orgullosa de ello.
Pero tía, ¿obligarías a una chica violada a tener un hijo?
¿Te parece normal? —intervino Triana.
Como todos, seguía auxiliándose de casos concretos, muy alejados de lo que era cotidiano. Al menos, pensó Sarocha, lo dijo con aire de verdadero interés. Por eso hizo un esfuerzo real por aclarar su postura.
—Yo nunca he hablado de eliminar la posibilidad del aborto.
Siempre he hablado de potenciar la posibilidad de la vida.
Quizás no sea la postura exacta de mi partido, pero sí es la mía.
¿Yendo contra el partido, diputada? —preguntó Rebecca, simpática. Hasta tirando dagas era simpática, la jodida.
Al contrario, haciendo gala de la libertad que defendemos.
Vio el amago de Rebecca por responder, pero en ese momento la presentadora interrumpió.
—Me toca intervenir otra vez porque el encuentro está siendo menos plácido de lo previsto. Pero me encanta, me encanta lo que estamos haciendo. Volvamos a la pregunta anterior,
¿cómo llegaron a este momento de sus vidas? ¿Triana?
-Pues nada, yo estaba sin trabajo porque nadie me daba curro. Llegaba a las entrevistas y en cuanto me veían, me tiraban pa tras. Y decidí desahogarme en YouTube. El primer día el vídeo no lo vio ni Dios, pero después lo descubrió una perra muy famosa y lo compartió. Yo vi la cantidad de visitas y supe al momento que me podía dedicar a eso.
Fantástico, Triana, fantastico. ¿Vitalek?
Yo estaba en tercer año de la uni cuando un profesor nos habló de las posibilidades del intercambio descentralizado
basado en un sistema de registro distribuido de transacciones. Vi que era la libertad. Entonces dejé la uni y me dediqué a aportar al campo.
Sarocha sintió alivio al adivinar en el rostro de todos que no era la única que no entendía nada. Los chicos de hoy en día, lo que hacían para no trabajar.
Y el campo de las criptos te ha aportado a ti. Tienes 23 años y ya eres millonario.
Qué maravilla los jóvenes de hoy. Me encanta la fuerza, el ingenio que tienen —se apresuró Sarocha a comentar.
Nunca se diría que ella no aprovechaba una oportunidad en cuanto se presentaba.
—En tu caso, Sarocha, ¿cuál es la historia?
—Mmm, es muy curiosa. Yo estaba un día en casa de unos amigos y había otro invitado hablando de todo lo que él cambiaría para mejorar nuestro país. Fue como si estuviese escuchándome a mí misma. Poco más de dos años después escuché a ese mismo hombre por la tele, había formado un partido. En el momento supe que sería mi partido. El hombre, por supuesto, es Juan.
No era la casa de amigos, era la casa de un empresario excéntrico que quería ligar con ella. Lo primero que pensó al ver a Juan hablar fue que era ridículo, con ese aire de macho alfa corto de ideas. Después de ver la atención que le prestaban los demás, pensó que podía ser útil. Cuando supo lo de su partido, identificó al instante la oportunidad de mover los hilos de un candidato anémico de neuronas, pero a quien le encantaba posar y, por esas cosas incomprensibles de las masas, tenía una legión de seguidores que le perdonarían todo.
Sarocha construyó una expresión plácida, miró a su alrededor, alzó los brazos y ahuecó las manos.
—Diez años después, seguimos con el sueño de un país mejor.
Registró la mirada de total rechazo de Triana, la indiferencia de Vitalek y el puñal que fue la tristeza en los ojos de
Rebecca.
—Los escucho y me agoto porque todos tienen como que misiones muy importantes, debe ser agotador —intervino
Esther, salvándola de hundirse en el castigo de los ojos de Rebecca—. ¿Qué hacen cuando quieren desmelenarse?
Cuando dicen: «voy a hacer algo para quitarme el estrés de encima».
—Yo bailo -contestó Triana—. Me encanta bailar y me deja como nueva. Cuando ya estoy que no puedo más de trolls y hate, me voy con mis amigas a una discoteca y bailamos
como locas.
Cool stuff —le dijo Vitalek a Triana con una sonrisa que, más que sonrisa, parecía la apertura mecánica de los labios.
¿Y tú qué haces para divertirte? -le preguntó Triana.
Todos fueron testigos del rosáceo que fue cubriendo el rostro del chico, de su sonrisa nerviosa e igual de inadecuada, de su incapacidad de responder mirando a los ojos de Triana.
—Pet projects. Contribuyo en proyectos open source.
—Me gusta eso de pet, pero ya lo otro no sé de qué hablas, suena a que sigues trabajando -respondió Triana con salero.
La risita con aires de roedor volvió a Vitalek, se le veía
encantado al chico.
Me gusta lo que hago.
Tienes que venirte un día conmigo de fiesta. Ya verás tú
qué
rápido olvidas los jeroglíficos esos que escribes — añadió con
desparpajo Triana.
—Vale —respondió Vitalek con el entusiasmo de quien le acaban de prometer que su más secreto deseo se cumplirá.
—Bueno, bueno, aquí vamos encontrando terreno común más rápido de lo que pensé -se volvió a escuchar la voz de la presentadora-.
Rebecca, tú tienes aires de también irte de fiesta y comerte -Esther alargó la sílaba final, hizo una pausa y miró a Rebecca de frente, con una sonrisa ladeada-la noche. ¿Es así?
El problema con las filósofas, modelos y presentadoras que se creen inteligentes y también sexys, es que son un esperpento, concluyó Sarocha. Sintió que el rostro se le endurecía e hizo un intento por suavizar la expresión.
Encima, Rebecca, que no ayudaba, riéndole las gracias a esa aprovechada. Ella, una engreída acostumbrada a que las mujeres se le tiraran encima solo por el hecho de existir.
Pues nada, que se fuese con la lagarta, se lo tendría merecido. Gente superficial solo atraía a gente superficial.
Como la chiquilla esa de veinte años con la que estaba.
Qué decadencia la de Rebecca.
No, Esther, para nada. A pesar de lo que indican algunas fotos mías que andan por ahí, no soy muy de noche. Cuando busco relajarme hago deporte, me gusta correr, me gusta escalar, también me gusta el surf. Y cenar tranquilamente con amigos, sin más.
¿Ninguna otra afición menos confesable?
Alguna cosilla siempre hay —respondió Rebecca con un
guiño de ojos.
¿No aprendía esa mujer? Y la lagarta aprovechada a punto de saltar sobre la mesa para llevarse la presa. ¿Cómo se le ocurrió aceptar venir a este programa?
¿Me lo confiesas a mí? Prometo ser buena y no decírselo a nadie
-ronroneó la presentadora salida.
—Si lo prometes —Rebecca hizo una pausa, se inclinó hacia delante y adoptó un aire depredador-. Me gusta construir con piezas de Lego - susurró.
A su pesar, Sarocha se unió a la risa colectiva que provocó la actuación de Rebecca. Maldita Rebecca, qué difícil era no te encantara.
Sarocha, ¿algo que confesar? ¿Cómo te relajas?
En ese sentido, Esther, soy muy aburrida. Me gusta quedarme en casa y leer. Poder quedarme en casa es tan escaso, que cuando sucede, para mí es una fiesta.
He leído en algún sitio que te gustaba el baloncesto, ¿creo?
preguntó Rebecca.
Como si ella no supiera que una vez fue seguidora del baloncesto y jugaba con frecuencia con compañeros de universidad. Como si ella no recordara que la única vez que visitó la villa de Nung y Richard, Rebecca ya le tenía instalada una canasta en el exterior.
Tres días después, Sarocha tomó la decisión que marcaría su vida, la decisión de la que no se arrepentía porque la había traído hasta donde estaba hoy. Renunció a Rebecca, pero se dedicó en cuerpo y alma a su misión en este mundo. Adiós baloncesto, un juego muy poco femenino, adiós a dejarse llevar por lo que sentía, adiós a sentir en general.
Y cada vez que su certeza se resquebrajaba, muchas veces a lo largo de 12 años, más a menudo desde que Rebecca volvió a su vida, Sarocha repetía como un mantra: «tienes un propósito mayor, tienes un propósito mayor».
Pero, en medio del set de televisión, rodeada de ojos y cámaras ansiosos de captar cada uno de sus movimientos, Sarocha sintió que sus mantras se escapaban, que se vaciaban de sentido.
Porque frente a ella, los ojos marrones de Rebecca la miraron con nostalgia y, si Sarocha se atrevía a ser optimista, diría que con una pizca de cariño.
Todas las respuestas que estaba programada para dar murieron en su interior y Sarocha no pudo más que ofrecer la verdad a una mujer que la amó, la única que la amó.
Porque la duda nunca fue el amor, eso era lo realmente terrible.
—Sí, me gustaba mucho. Incluso jugaba. Una vez me regalaron una canasta profesional. Fue el mejor regalo de mi vida.

No puedo odiarte Where stories live. Discover now