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Minji se quedó boquiabierta, nunca antes había visto algo así, aquella liebre había caído tiesa sin siquiera chillar ni mucho menos ser herida por nada ¿cómo era eso posible? ¿la había envenenado? De ser así ¿cómo? Si sus dedos apenas le habían rosado el pelaje, ni siquiera podía decir que la había tocado.

Afuera, la Mujer Viento soplaba con fuerza y llevaba parte de la tormenta al interior de la cueva, alborotaba los cabellos de ambas y hacía que sus cuerpos se empaparan con el rocío escarchado. Yoohyeon quiso empujar el pequeño animal hacia el rostro de Minji, pero ella se echó para atrás en seguida.

—Mnjj... —balbuceó señalando la liebre con su mirada— nmi... da... nmida...

Minji sacudió la cabeza.

—No... —habló calmada, aunque por dentro, su ser entero temblaba— no puedo comerlo así —dijo al tiempo que con sus manos apartaba suavemente el animal.

Reconoció la confusión en su ceño fruncido y, aunque sabía que no estaba en condiciones de hacerlo, intentó levantarse, no fue sorpresa el apenas poder moverse. Suspiró, estaba muy cansada, quizás demasiado.

Minji sabía que era un poco tonto, pero no podía evitar preocuparse por Yoohyeon ¿qué pasaría con ella cuando el Rey Pantano la reclamara? Se quedaría sola y, aunque fuera un poco cruel al pensarlo, probablemente no demoraría en alimentar a la tierra ella también.

—Debes estar hambrienta —murmuró apenada, después de todo, era ya el segundo día que las dos pasaban sin probar bocado.

—Mnjj... u...

Yoohyeon volvió a indicarle la liebre en sus manos, no dejaba de intentar hablarle aunque le frustrara mucho el no poder hacerlo bien. Minji le sonrió.

—Vas a tener que ayudarme —dijo al tiempo que se recostaba un poco más erguida, lo mejor que podía.

Minji le indicó algunas cosas, le explicó lo que debía hacer y le sorprendió la facilidad con la que Yoohyeon se desenvolvía. Ante sus ojos armó un círculo de piedras, adentro acomodó las hojas más cecas de los petates abandonados, agregó algunas ramas y, sin mucho esfuerzo, encendió una llama que no demoró en convertirse en una pequeña hoguera. Minji le mostró cómo retirar el cuero del animal y qué partes tenía que desechar, sin embargo, Yoohyeon lo había hecho con tal naturalidad que le hizo dudar sobre el por qué no lo había hecho antes, no olvidaba que apenas hacía un rato había querido hacerle comer eso sin cocinar. Yoohyeon también se había encargado de dejar los cuencos bajo la lluvia, mucho antes incluso de que ella despertara y, para ese punto, ya había recolectado bastante agua, le dio de beber.

Minutos más tarde, el aroma de la carne asada llenaba la cueva y la fogata había creado un ambiente cálido y cómodo. Yoohyeon sacó la liebre del fuego y se la ofreció de nuevo, esta vez cocida; Minji comió, no se le hizo extraño que su compañera —como siempre— no lo hiciera, aun así, tomó un trozo y se lo acercó a la boca. Se sintió un poco mejor después de llenar el estómago y luego volvió a recostarse, la silueta de Yoohyeon con esos enormes cuernos se iluminaba con el naranja de las llamas, pero ya lejos de inquietarla, ahora la hacía sentir un poco más segura.

Cuando las tormentas azotaban era difícil orientarse en el tiempo, no había sol que indicara cuanto más le quedaba al día ni tampoco aves que cantaran para ubicarla, pero el sonido de la lluvia era relajante y, sumado a la calidez de la fogata, cerrar los ojos se hacía inevitable.

Minji caía dormida y despertaba apenas un rato después. Con el pasar de las horas la infección se expandía más y más por su sangre; entre sueños, los escalofríos y las repentinas corrientes de dolor no le permitían olvidar que el final estaba cerca.

Ya no pensaba en máma, ya no pensaba en los otros hijos del ámbar.

La última vez que abrió los ojos, una brisa helada llegaba del exterior, la fogata no era más que un montón de cenizas humeantes y, la tormenta, un ligero murmullo. Inhaló una gran bocanada de aire y se quejó cuando apartó las pieles de sus ropajes. Estaba empapada y el dolor que antes se focalizaba en su rodilla ahora se había extendido por encima de su cadera, apenas por debajo de su pecho. Era insoportable, ardía y no podía hacer nada para calmarlo.

Frente a ella Yoohyeon la veía incómoda. Algo iba mal, estaba segura aunque no lo entendiera. No lograba discernir con exactitud qué pasaba, y es que de todas las noches en la que pasó a su lado en ninguna Minji estaba tan inquieta, en ninguna había despertado más de una vez. Ahora la veía retorcerse y temblar entre sueños, parecía no notar su presencia cuando abría los ojos, su respiración era cada vez más pesada. Yoohyeon se concentraba en ella como lo había hecho tantas veces antes, pero no lograba hacer que se durmiera.

Cuando la oyó quejarse una vez más no pudo evitar acercarse, se arrodilló a su lado y se enfocó en ella más de cerca, su cuerpo emitía calor y agua, quiso hacerla dormir otra vez, pero todo intento era inútil.

—Nmj... nji...

Al oírla Minji pareció despabilarse del todo, no vio más que esa mirada brillando en la penumbra. Estiró una mano temblorosa y rosó uno de sus muslos, sintió a Yoohyeon estremecerse.

—Tengo sed... —murmuró.

Y de inmediato Yoohyeon le alcanzó un cuenco, la vio intentar beber, entendió que los temblores no se lo permitían, entonces se propuso ayudarla. Era un poco incómodo sostener su cabeza a la vez que intentaba que sus palmas no la tocaran, pero aun así logró acomodarla sobre sus muslos. Por desgracia o por fortuna, cuando quiso ayudarla a beber, la punta de sus dedos rosó uno de sus brazos y un dolor inmenso se extendió por todo su cuerpo en ese mismo instante.

El cuenco acabó en el suelo y Yoohyeon ahogó un grito, en ese segundo su interior entero ardió, tembló como lo hacía Minji a quien el haberse mojado aún más no parecía importarle, cerró los ojos otra vez.

—Nmji... u...

Se echó para atrás y le apartó sus ropas, vio el negro que había tomado ya su pierna entera, vio las venas enraizando la infección hacia su torso y solo entonces lo comprendió: Minji estaba muriendo.

Sin considerar lo que podría pasar, volvió a arrodillarse, con la mirada escaneó su cuerpo entero y tomó aire despacio, estaba nerviosa, no sabía si podría hacerlo en humanos o si funcionaría siquiera, pero decidió tomar el riesgo.

Yoohyeon se sujetó la muñeca con la mano derecha y pasó la izquierda por encima de Minji, mordió su lengua y, cuando por fin hubo juntado el suficiente valor, presionó la mano justo encima de su pierna. Minji se quejó y hubo un segundo en el que su cuerpo se agitó violentamente, pero luego fue Yoohyeon quien gritó.

Minji se levantó de inmediato, con el calor del momento no se cuestionó por qué podía verla con tanta claridad en la oscuridad de la cueva, tampoco lo hizo cuando de un salto llegó a su lado.

—Yoo... —se interrumpió a su misma al verla.

Yoohyeon estaba tendida en el piso, se quejaba casi en sollozos mientras apretaba la mano contra su pecho. Minji se hincó a su lado, sin pensarlo la levantó y la acunó contra su pecho, entonces pudo verlo: lo que la aquejaban eran sus dedos, su mano. Desde las uñas le brotaba una mancha negra como el hollín, se enraizaba subiendo por su brazo en delgadas venas que acababan por difuminarse a la altura del codo. Minji tragó grueso, la abrazó sin siquiera darse cuenta de lo que hacía.

—Yoohyeon... tu...

Pero su voz no la dejó continuar, en los labios tenía esa sonrisa falsa y forzada que le erizaba la piel.

—Nmji... —balbuceó— nmien... u nmien...

Más allá de las nubes (Jiyoo)Where stories live. Discover now