4: Mi pasión, tocarle los huevos

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Narrado por Eric:


Qué bien lo iba a pasar...

Hacía ya una semana que había llegado a Roses, el pueblucho donde iba a quedarme todo el verano. Cada año, mis padres escogían un lugar para veranear y esta vez habían decidido este.

La verdad es que no me desagradaba. Por ahora, la gente que había era muy maja. Todos muy risueños y alegres. Tanto que siempre me contagiaban esa felicidad que mostraban. Además, el entorno era muy bonito. Todo estaba muy cuidado y detallado. Habían muchos árboles por las calles, plantas que dominaban las aceras, parques inmensos donde respirar naturaleza... En mi ciudad, Barcelona, no era muy habitual verlo y por eso mismo me agradaba.

La mañana del segundo día, decidí pasearme por la playa. Cogí una toalla y un bañador. Nada más. Con eso me servía. En menos de cinco minutos ya me encontraba ahí, ya que la casa que habíamos alquilado se situaba relativamente cerca. Cuando llegué, coincidí con un grupo de chicos que también veraneaba en el pueblo. Estos estaban jugando a vóley, así que sin pensarlo ni un segundo, me hice amigo de ellos y, desde aquel día, quedábamos todas las mañanas para jugar.

Yo pertenecía a un club de vóley de Barcelona. Desde pequeño, mi padre siempre me animaba a que hiciera algún deporte, pero descartaba el fútbol porque patear un balón no era lo mío. Así que me decanté por probar el vóley y la verdad es que no me arrepiento de nada. Los chicos eran todos muy majos. No había nada de rivalidad entre nosotros y eso me parecía espectacular. El entrenador decía que tenía muy buenos dedos y decidió ponerme a jugar como colocador, la cabeza del equipo; el jugador que tiene que armar la jugada. Es aquel que, normalmente, recibe el segundo pase para así decidir a quién darle el balón y rematar.

Bueno, el caso es que me alegraba mucho haber hecho amigos tan rápido, y más si coincidíamos en un deporte que tanto me gustaba. Al menos no pasaría el verano solo y eso me animaba más. Lo que sí que no me esperaba era encontrarme con aquel chico... Max, creo que se llamaba.

Recuerdo la mañana de ayer. Mi madre no tenía tiempo para pasear a Rocky, mi perro, así que me pidió que le hiciera el favor de hacerlo. Yo estaba preparándome para ir a las pistas de vóley, pero acabé cediendo. Cambié mi bañador y mi camiseta de tirantes por un pantalón ancho y una camiseta holgada. Si iba a pasear al perro, tendría que ir bien vestido, digo yo.

Cuando ya estaba arreglado, Rocky y yo salimos de casa y nos dirigimos hacia un parque que había encontrado por internet. El recinto permitía tener a nuestras mascotas sin correa, ya que estaba rodeado por unas vallas. Así él podría estar haciendo sus cosas y descargando su energía mientras yo miraba el móvil. Pero todo se me fue de las manos cuando, al entrar, un pequeño pomerania que reposaba sobre el hombro de un chico empezó a ladrar a Rocky.

Mi perro, muy juguetón, fue corriendo hacia él. El problema llegó cuando se abalanzó sobre el chico para jugar con el perro y este cayó de caras al suelo. En el momento solté una pequeña carcajada, pero cuando el chico insultó a Rocky, la reprimí. A ver, lo que acababa de pasar fue bastante gracioso, las cosas como son, pero no iba a permitir que le faltara el respeto a mi queridísimo labrador.

Hice acto de presencia y él clavó su mirada en mí. El chico era guapo, no lo iba a negar. Era rubio de ojos azules. ¿Muy básico, no? Llevaba una camiseta beige con una mancha marrón. Je, je, je. Su cara emitía vergüenza e incomodidad, perfecta como para meterme con él y hacerle sufrir un poco más. Ya os digo, no iba a permitir que nadie se metiera con mi querido Rocky.

— Tienes que controlar más a tu perro. ¡Mira lo que me ha hecho!soltó furioso. Me puse serio y le miré fijamente. Él estaba en una posición inferior a la mía, cosa que me permitía sacar mis cartas y jugarlas a mi favor.

A kilómetros de tiWo Geschichten leben. Entdecke jetzt