CAPÍTULO 5

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P.O.V Conway

Conway no lo admitiría nunca, pero estaba teniendo una pequeña crisis existencial. Gustabo se había quedado dormido en el sofá y allí acurrucado con la manta rosa parecía un niño inocente, como si no hubiese roto la nariz de un compañero de clase en una pelea callejera.

Se pasó la mano por el pelo. Sabía que trece años es poco, más un niño que un adolescente, sin embargo, hasta ese momento no se dio cuenta de lo pequeño que era. El chico mantenía una fachada de tipo duro, pero se dio cuenta de que a su edad no debería estar metido en tantas mierdas complicadas, sino que debería estar en un hogar amoroso con adultos de confianza.

En ese aspecto había fracasado. Había asumido el papel de tutor legal, pero no había actuado en consecuencia. Lo había tratado como un alumno más que un niño a su cargo y no había hecho nada para que se sintiese cómodo bajo su cuidado.

No solía molestarle que los demás le tuviesen miedo. Era el jefe de la policía, incluso le beneficiaba ser temido en la ciudad, evitaba que lo secuestraran demasiado y hacía que los agentes lo obedecieran en momentos peligrosos. Aun así, algo en sus entrañas se había retorcido cuando vio a Gustabo, aterrorizado al verlo. Los niños enfermos deberían confiar en su adulto a cargo, deberían lloriquear y dejarse mimar. Conway, en cambio, había hecho que su pupilo se paralizara de miedo.

No se dejó caer más en la autocompasión, así no iría a ningún lugar. Se acercó al niño dormido y lo recogió con cuidado de no despertarlo. Lo llevó a su habitación y de camino se preguntó en qué momento había decidido jugar a las casitas con un adolescente problemático. Solo había pasado un día, esta situación tan doméstica le parecía surrealista. De camino recordó por un momento cuando cargaba a Matthew. Le pilló por sorpresa y sintió una punzada en el corazón que lo paralizó. Si no estuviese cargando a Gustavo se habría derrumbado. Quiso abrazar más fuerte al chico, quiso imaginar que sostenía a su hijo, fingir que los últimos años habían sido un mal sueño y volvía a tener a su niño en casa. Por un momento flotó en una nube de idealismo solo para caer desplomado al infierno al darse cuenta de que estaba intentando sustituir a Matthew con un chico que ni siquiera conocía.

Se apresuró a dejarlo sobre su cama y lo arropó descuidadamente. Salió apresuradamente y fue a rebuscar en su minibar. Pensar, recordar y sentir dolía demasiado. Quería dejar de existir un rato y llorar a su hijo. Había pasado tiempo, pero nunca superaría la muerte de su familia. Estaba condenado a sentirse incompleto y solo toda su vida. Nunca atravesó del todo el duelo, había días en los que se sentía atrapado en la ira y odiaba al mundo entero por lo injusto que era todo.

Medio borracho se dio cuenta de lo que estaba haciendo. No debería perder el control, tenía a un adolescente problemático bajo su techo y seguramente tenía malas experiencias con adultos ebrios. No quería que le tuviese más miedo, cuando lo recordaba acurrucado en el suelo temblando no podía evitar proyectar a Matthew. Se odiaría si se convirtiera en alguien que su hijo temería. Dejó el alcohol, lo estaba volviendo demasiado blando. Necesitaba encerrar los recuerdos dolorosos y volver a ser duro o correría el riesgo de olvidarse de como ser el superintendente y pasaría a ser solamente Jack.

Decidió irse a dormir. No volvería a ser funcional esa noche. El día siguiente sería otra cuestión.

Se despertó sin sentirse descansado. Aun así creyó que no había tiempo suficiente en el mundo para recuperarse de la noche anterior. Se preparó un café y ordenó las ideas. Siempre había pensado que los protocolos eran para la gente mediocre sin criterio propio, pero decidió que en este caso no le quedaría otra que seguir el manual de servicios de protección infantil que le habían dado cuando se había sacado el cursillo para ser padre adoptivo.

Malas decisiones, buenos resultadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora