4. El inmigrante

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—¡Te he dicho que vayas a casa! —refunfuñó un hombre que sobrepasaba los cuarenta, tenía un cuerpo enorme y su cara surcaba un par de arrugas alrededor de sus ojos avellana, llevaba una barba espesa de color rojizo y un sombrero de lana, lo cual le daba un aire irlandés y la prenda era propia del frío que se presentaba a esas horas del día—. Y date una ducha, por el amor de Dios.

En medio de sus manos arrastraba el cuerpo de hombre flaco y larguirucho de pelo largo. Acto seguido: el grandulón terminó de arrastrar al otro hasta la calle y le dio un severo empujón. El pobre hombre cayó de bruces en el suelo y parecía no inmutarse de la situación; al parecer, era un cliente y estaba ebrio, y el de barba seguro se trataba del dueño del bar.

—Déjame esto a mí, sé cómo lidiar con gente como él —anunció Emmett, inflando el pecho—. Observa y aprende.

Brenda tuvo toda la intención de soltar una carcajada, pero simplemente apretó los labios y expulsó un bufido; lo que se pudo interpretar como una sonrisa sarcástica proveniente de su compañera.

—¿Qué? —preguntó Emmett.

—Eres un niño —le recriminó la mujer—. Buscas demostrar que eres el mejor en lo que haces, pero no es así, eres egocéntrico y quieres robarte el show.

No había forma de contraatacar esas palabras, en algo tenía razón y era que, a veces, su ego se inflaba, lo hacía lucir prepotente y desinteresado en todo aquello que no se su aspecto y sus grandes talentos, como él lo hacía llamar. Por otro lado, Brenda no lo decía con malas intenciones, por el contrario, había usado un tono divertido, sin embargo, caló profundo el comentario porque no se le ocurrió qué decir a continuación.

—Entremos —contestó en su lugar.

Brenda sonrió en satisfacción. 

El hombre de barba roja regresó sobre sus pasos, empujó la puerta con una mano y desapareció de la vista de los detectives. Decidieron entrar al lugar. A simple vista se veía como un hombre temperamental, pero según había dicho Emmett, podía lidiar con la situación, Brenda decidió no pronunciar palabra y seguirle el juego a su compañero. 

—Tú debes ser Monty —pronunció el detective y se acercó a la barra.

En el interior del lugar solo había una persona en una mesa alejada, tenía un plato con comida y parecía no recaer en la presencia de los recién llegados; quien parecía ser el dueño del lugar levantó la vista, observó a la pareja por unos instantes y luego comenzó a limpiar el mesón con una bayetilla roja.

—¿Se les ofrece algo? —preguntó el hombre tras la barra.

—Sí —dijo Emmett.

—No —contestó Brenda y le lanzó una mirada fulminante a su compañero—. Estamos trabajando.

—Aburrida —contestó el detective y dibujó en su rostro un puchero.

—Si vienen por el latino, ya dije todo lo que sabía a los de la policía que vinieron el otro día —respondió el hombre—. Y sí, soy Monty, el dueño de este bar.

—¿A qué hora comienzo a aprender? —cuestionó Brenda en voz baja, con un toque de sarcasmo en su voz. 

—Solo queremos saber si lo conocía o tenía conocimiento de que viviera en la zona —respondió Emmett, ignorando por completo la interpelación de su acompañante.

—No lo conocía —habló Monty, sin deja de limpiar sobre la mesa, Brenda interpretó aquel movimiento como una muestra de nerviosismo, pero no dijo nada, quería verificar cómo reaccionaría su compañero ante dicha situación—. Lo vi en un par de oportunidades cerca del bar, pero nunca entró, tengo entendido que vive muy cerca de aquí.

El Evangelio del Asesino (en proceso)Where stories live. Discover now