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Capítulo 9

Ni que decir tiene que no se llega a un acuerdo en ese momento.

Lleva a Mónica a The Bean Dream y se sienta con ella después, le trae un café y la anima a beber mientras su rostro está ceniciento, tan visiblemente conmocionado por sus palabras.

—¿Custodia completa? –es todo lo que Mónica ha dicho desde que se fueron, como si no pudiera comprender las palabras. —Él no... nunca ha pasado voluntariamente un día con Abbie. –se pasa las manos bruscamente por el pelo, la tensión hace que sus movimientos sean irregulares. —Temía que pidiera la custodia compartida, yo...

Puede sentir la angustia de Mónica en su propio pecho, como si la estuviera absorbiendo. Desearía poder absorberla. Acerca su silla a la de Mónica, sentándose cerca de ella, manteniendo la voz baja y tranquilizadora.

—Sólo pide la custodia porque está enfadado. Está cabreado porque he descubierto lo de su cuenta en Singapur. Créeme, intentó ocultarlo bastante bien. Pero es la última moneda de cambio...

—¿Por qué no me lo dijiste? –exige Mónica. El enfado en su tono es intenso, repentino, ardiente, al igual que su reflejo en la mirada. —¿Y por qué pediste la manutención y la pensión alimenticia? Te dije que no quiero su dinero.

Eso la sorprende, sus ojos se abren de par en par por la sorpresa, incluso cuando un núcleo de vergüenza se forma en la boca de su estómago.

—Sabía que no querrías que lo hiciera. –admite en voz baja. —Sabía que si te lo decía, me dirías que no.

Lo cual es, culpablemente, toda la verdad. No podía ir expresamente contra las órdenes de un cliente en un acuerdo, pero si Mónica no lo sabía...

Mónica se aleja de ella, la angustia y la furia claras en su rostro, en su lenguaje corporal. Tan aislada de Vanesa, que escuece.

—Y decidiste hacerlo de todos modos. Sabías que no era lo que yo quería y, aun así, seguiste adelante sin ni siquiera hablarlo conmigo. –enrolla los labios, frunciéndolos, su voz apretada. —Estoy pasando por este divorcio porque he aguantado eso durante diez años, ¿lo entiendes? Y ahora, porque le hiciste enfadar...

Se interrumpe y sacude la cabeza, con los hombros contraídos, mientras mira por la ventana durante un largo rato. Luego se levanta y la silla choca contra el suelo.

—Tengo que ir a buscar a Abbie.

—Está coloreando huevos de Pascua en casa de mis padres, está bien allí. –Vanesa sacude la cabeza, rápidamente, sólo tiene que explicar.

Mónica levanta la mano para cortarle el paso y las palabras se le caen por la garganta ante la determinación de su mirada. Vanesa deja una propina en la mesa y dejan sus cafés sin tocar.

El trayecto hasta casa de sus padres transcurre en un tenso silencio. Vanesa mira a Mónica cada vez que se detiene en un semáforo en rojo, porque hay muchas cosas que quiere decirle, pero Mónica no parece dispuesta a escuchar ninguna.

Pero Mónica nunca se ha enfadado con ella y eso... duele. La culpa la corroe incluso cuando las palabras para defender sus acciones siguen formulándose en su mente de mil maneras diferentes.

Mientras conduce lentamente calle arriba y sus ojos se posan en el familiar exterior amarillo pálido de la casa de su infancia, respira hondo. No puede dejar que el día termine así. Tiene que hacerlo bien, antes de que se produzca una ruptura real entre ellos. Porque sólo de pensarlo se le revuelve el estómago de miedo.

Cuando apaga el motor, la puerta de Mónica ya se está abriendo y Vanesa se acerca rápidamente para tocarle la muñeca. Sólo un ligero toque, para evitar que salga, y por algún milagro funciona. Aunque la postura de Mónica sigue siendo tan tensa que parece que podría romperse en pedazos con lo fuerte que se está sujetando.

—Lo siento. –se siente impotente mientras las palabras la abandonan, pero siente esa disculpa en el alma.

Mónica no dice nada, pero la mira expectante.

—Siento no habértelo dicho. Debería haberlo hecho, pero...

Mónica sacude la cabeza, con una sonrisa sin humor en los labios.

—Las disculpas no cuentan si van acompañadas de un pero. Si puedo enseñarle eso a Abbie, estoy segura de que es algo que tú también has aprendido.

Casi desesperada por que Mónica la escuche, asiente rápidamente.

—Vale, lo entiendo, pero quizá podría explicártelo y ver si puedes hacer una excepción esta vez.

Espera unos segundos sin aliento para ver si Mónica le cierra o no la puerta del coche. En lugar de eso, la cierra lentamente y se queda mirando a Vanesa al acecho, con una expresión tormentosa aún en el rostro. El tímido borde del alivio empieza a hacer acto de presencia mientras ella se apresura a explicarse.

—Sé que no quieres la herencia de Diego, pero es sólo una moneda de cambio. –enfatiza, gesticulando salvajemente. —Si va a impugnar esto y nos hace ir a juicio, va a perder la mitad de ese dinero para ti. Es una garantía. –levanta la mano para detener la insistencia de Mónica en que no quiere el dinero de Heinrich. —Él no quiere eso. Y apostaría lo que fuera a que quiere quedarse con ese dinero mucho más de lo que quiere la custodia completa -o compartida-.

—Estás dispuesta a apostar a Abbie en ello. –las palabras de Mónica son planas.


Vanesa hace una mueca y se le revuelve el estómago al oír esas palabras.

—Yo... no lo había pensado así. –se ve obligada a admitir. —Pero... Mónica , si vamos a juicio por esto, no hay forma de que consiga la custodia completa. Te lo prometo.

La fuerza de esa promesa la quema por dentro. La firmaría como un juramento de sangre si tuviera que hacerlo. Mira fijamente a Mónica, deseando que vea lo seria que es.

Mónica la mira fijamente, el enfado parece disminuir un poco, pero la típica calidez que suele tener cuando mira a Vanesa ha desaparecido y ella lo siente. Mucho.

—Conocemos a Diego de dos maneras diferentes, pero ambos lo conocemos. Va a llegar a un acuerdo extrajudicial y te dará lo que quieras por la custodia para que te quedes con ese dinero. Sólo tenemos que esperar hasta el próximo acuerdo. He hecho esto mil veces, por eso me querías. –le recuerda, realmente golpeando la desesperación. —Por favor, confía en mí.

La súplica real que puede oír en sus propias palabras parece llenar el coche, junto con un silencio sofocante. Mantiene los ojos fijos en Mónica, y la ansiedad aumenta cada vez que la mirada de acero de Mónica se posa en ella, midiéndola.

Finalmente, se quiebra.

—Lo intento. –su voz es tan suave, pero a Vanesa le duele el corazón al oír esas palabras. Mónica juega con la pulsera de su muñeca mientras se muerde el labio. —Pero sigo enfadada contigo. Así que voy a buscar a Abbie y me voy a casa a pasar la noche. No tienes que vigilarla el sábado.

Su tono es decidido y Vanesa no discute, ni siquiera para decir que nunca vigila a Abbie porque tiene que hacerlo, sino porque quiere.

Todo en su interior se siente revuelto y observa cómo Mónica llama a la puerta de sus padres desde el coche antes de apretar la frente contra el volante.

Su trabajo trajo a Mónica a su vida, y la ironía final es que hacer su trabajo lo mejor posible podría ser lo que también arruinara todo entre ellas.

🧸.

Cuando menos te lo esperasWhere stories live. Discover now