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“Hola beba, dime ¿cómo te va?Ya veo que mal porque me llamas cuando él se va”

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Hola beba, dime ¿cómo te va?
Ya veo que mal porque me
llamas cuando él se va”.

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Marzo, 2025.

Unos tacos Saint Laurent resuenan contra la cerámica de la entrada del jardín Machado. Ninguno necesita mirarla para saber que se trata de Rocío Pereira. Su presencia es un ritual que las demás mamás se conocen de memoria. La morocha baja de su impecable coche, le pone la alarma, camina hasta la entrada del jardín y, a unos pocos metros del portón, apoya su espalda contra el tronco de un árbol, se cruza de brazos y espera pacientemente a la salida de Tomás, su hijito de cinco años. Por supuesto, ninguna de las mamás evita murmurar y cuchichear sobre ella, sobre lo imponente que es, sobre lo bien vestida que está y sobre lo poco que debe de ocuparse de su hijo para estar así.

Ninguna de las mamás puede entender que Rocío puede ser mujer y madre a la vez, opiniones que claramente carecían de su interés, totalmente acostumbrada a las malas miradas y a los comentarios a sus espaldas. Una mujer ocupada con su trabajo y con su maternidad no tiene tiempo para los chusmerios de las mamás del jardín y ella había aprendido eso demasiado rápido.

Una sonrisa adornó su rostro cuando llegó a escuchar a una de las mamás opinando sobre sus nuevos zapatos. Miró hacia abajo, viendo su nueva adquisición, qué perfectos. No podía esperar a que su hijo cruzara esa puerta y se los halagara, como siempre. Tomás era un nene que no podía quedarse callado nunca y mucho menos cuando se trataba de decirle cosas lindas a su mamá. Estaba más que segura que su hijo la felicitaría por haberse comprado el blazer que le había mostrado la noche anterior mientras cenaban.

De tanto esperar a su hijo, vio como todas las salitas salían menos él. Buscaba esos mechoncitos rubios entre las decenas de chicos y no entendía donde se podría haber metido Tomás. Su ceño se frunció notablemente cuando los últimos chicos de salita azul salieron, pero no llegó siquiera a preguntar cuando la señorita Antonela la encontró con la mirada.

—Venga, mami, por favor —pidió, haciendo una seña con su mano—. Usted también, papá de Olivia. — dijo a otra persona detrás suyo.

Se sorprendió bastante al escuchar del padre y no de la madre de la nena. Olivia es compañera de su hijo, una nena que entró al jardín a mediados del año pasado. Rocío no soportaba en lo absoluto a su mamá. Nahir demostraba hacerlo todo perfecto, llegando siempre de punta en blanco al igual que su hija, y ese no era el problema, sino que era de esas mamás que se quedaban en la entrada a chusmear y sacar el cuero, viendo con qué joder en el grupo de mamis a la madrugada.

Si hacía memoria podía recordar los mensajes a las doce de la noche provenientes de la colorada de ojos grises: "Oli está con tos, no va a poder ir hoy", "¿A ustedes les parece seguro que hagan educación física desde tan chiquitos? El otro día Oli se resbaló por jugar al quemado", "Para mañana tienen que llevar arroz y pinturitas mamis, no se olviden". Rocío la había caracterizado rápidamente como una madre infumable más del montón, de esas que estaban tan alpedo que se preocupaban por pelotudeces. La sobreprotección que tenía con su hija era impresionante y, por eso, le llamó tanto la atención cuando giró a ver al padre de Olivia y se encontró con un cachivache todo malvestido, aunque no tuvo la oportunidad de ver su rostro, con ese aspecto no podía esperar mucho.

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⏰ Last updated: Mar 29 ⏰

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PAPI ━ enzo fernandez.Where stories live. Discover now