Primera noche

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—¿Quiere algo, mi Sultán?

—Tu compañía. —el hombre volvió a su asiento—¿Crees que hay alguna debilidad en la legislación?

—Mi Sultán, por ahora ninguna de sus reformas ha fallado, no se preocupe.

—... Y dime, ¿has vuelto a hacer poesía? —apartó la pluma y el pergamino.

—Bueno, he encontrado alguna inspiración. Todavía no lo termino; es muy malo.

—Me gustaría que lo compartieran conmigo cuando lo termines. ¡Extraño mucho tus poemas! Ciertamente aquellos fueron mi inspiración para la poesía que te dediqué.

—Aún me acuerdo de ella, aún me siento alagado; no sé cómo tengo el honor de ser llamado hermano por el Sultán siendo un simple esclavo.

—"Un simple esclavo" no eres, eres el Gran Visir, eres un gran estratega y mi mejor amigo. —Guillermo sonrió avergonzado. Samuel miró el reloj por un momento para levantarse—Iré al Salón Imperial. Que los dioses vayan contigo. —dijo para besarle en la frente e irse.

—Que vayan con usted también. ¡Diviértase!

La festividad que se situó en el harén, en aquella habitación espaciosa de pilares creadores de bellos arcos era relajante y alegre. Algunas Gozdes tocaban piezas, mientras que las otras danzaban o charlaban alegremente; además, estaban algunas siervas y eunucos al servicio.

Samuel VII, que hablaba con su madre volteó la vista al grupo de chicas que bailaron sincronizadas, dejando presumir sus atributos y destreza. Cuando creyó que habían terminado vio pararse al khuntha de ahora vestido de oso. Rubén mandó una mirada a las músicos; todas sabían cuál canción quería. Al sonar la música, con la atención de todos, con su mirada fija en el Sultán, bailó como una serpentina, con una energía y elegancia equilibradas, pero sobre todo con sensualidad.

La canción iba cada vez más rápida y más fuerte, y con ello sus movimientos; iba sutilmente acercándose hasta quedar casi ocho pies de distancia de su objetivo. El Sultán seducido por aquella mirada que se posó en el suelo, junto al resto del cuerpo al acabar la canción, sacó y arrojó al lado del Khuntha—tardó unos segundos admirando su corto cabello y su esbelta espalda—un pañuelo morado. Rubén con sus largos dedos apresó el objeto mientras escondía con su hombro una sonrisa.

—Cuida bien de ese pañuelo, —informó la Peik Alexandra mientras guiaba acompañada de eunucos a Rubén al acabar la festividad—caminarás mañana por la noche por la ruta de oro gracias a eso.

—No comprendo...

—Estarás en la cama del Sultán.

Todo el harén le felicitó; con sus comentarios, varias le recordaron y aconsejaron cómo hacerlo correctamente. Rubén debía sentirse feliz, pero la tarde del siguiente día, antes de su preparación, corrió hasta Miguel con cara de espantado.

—¡No puedo hacerlo! —se abalanzó en el desprevenido con un abrazo.

—Rubén...

—¡Es indigno en todo sentido! No puedo dejar de pensar en qué diría mi familia si me viera ahora, en esta situación. ¡Estarían decepcionados!

—¿Sigues atado a tu apellido, Rubén? —lo separó desde los hombros—Dijiste que ya no eras un Doblas. Hiciste esfuerzos para llegar hasta acá, solo tienes que pasar por esto.

Haseki Sultán《AU #rubegetta》#karmaland Donde viven las historias. Descúbrelo ahora