1. Mal tercio

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“Rin, soy Kagura este es mi nuevo número. Necesito platicar contigo. De verdad es urgente, no le digas a Sesshomaru. Por favor, responde”.
El contenido del mensaje de texto era simple y a la vez tan complicado. Rin lo releyó una y otra vez.
“Por más que lo repitas el contenido es el mismo”, se dijo mentalmente.
Cerró los ojos en un intento por encontrar calma. Nada.
Se pasó la mano por el rostro. Titubeó un poco antes de responder el texto. Kagura era su amiga o lo fue en algún momento…
“Hola, espero te encuentres bien. Dime si necesitas algo, sí está en mis manos sabes que cuentas conmigo”.

En segundos la respuesta a su mensaje llegó: “Estoy sola, tengo cáncer. Me voy a morir”.

Rin sintió una punzada en el pecho, se le había formado un nudo en la garganta. Con ojos cristalinos soltó un pesado suspiro. Se acurrucó en el sofá, sollozó tan fuerte como en su infancia. No supo cuánto tiempo estuvo así.
—Rin, ¿qué pasó? —Sesshomaru la observaba con desconcierto en la entrada de la sala. Su saco gris seguía sobre sus hombros.

La mujer parpadeó varias veces antes de limpiarse las lágrimas con el dorso de la mano, y enseguida se sentó erguida en el sillón con sus pies en el suelo.
—No… no te escuché llegar ―le dijo con voz quebrada.
Sesshomaru acortó la distancia. Su esposa se veía tan triste, tan rota. En cuanto estuvo frente a ella acunó su mejilla con la mano y se inclinó lo suficiente para besar su frente.
―¿Qué pasó? ―quiso saber con sus labios a centímetros de ella, intentó sonar tranquilo, aunque la verdad verla llorar siempre lo ponía nervioso, tenso.
Rin tomó aire y con una simple oración explicó lo que pasaba: Kagura tiene cáncer.
El hombre negó con la cabeza, alejó su mano de manera súbita y sus fosas nasales se ensancharon.
―Esa mujer no sabe que inventar ¿De verdad le vas a creer? ―su tono calmado y cariñoso pasó a ser rudo, acusador.
―Pero… ―ella intentó explicarse.
―¡La tipa es una zorra manipuladora! ―la interrumpió Sesshomaru―. Por favor, no te dejes convencer por sus trucos baratos.
Los grandes y expresivos ojos marrones de Rin se clavaron en el suelo. Habían pasado dos años: ¿acaso ese hombre nunca olvida?

―Sesshomaru ¿En serio sigues molesto con ella? Kagura fue tu mejor amiga desde siempre.
―Lo fue bien has dicho ―le increpó, con la mandíbula tensa, no quería mirarla. El odio que sentía lo abrumaba.
―Ella es importante para mí. Déjame verla, quiero cerciorarme de que esté bien ―suplicó, y estiró su mano para entrelazarla con la de él.
―No ―le respondió tajante. Y retrocedió dos pasos.
―Sabes que voy a verla, aunque no quieras, ¿verdad? ―Rin se levantó del sofá, harta de la actitud egoísta de su esposo.
―No, no vas a verla. ―Sesshomaru la agarró de la muñeca, apenas con fuerza.
―No me mandas. ―Se zafó del agarre de su marido sin poner mucho empeño.
―No, no te mando. Pero se supone que me amas y si vas a verla me pondré mal.
Rin exhaló. Qué complicado resultaba todo.
―Sesshomaru estamos casados, felices ¿Qué hay de malo en charlar un momento con ella?
―No me gusta que frecuentes a tus ex.
Rin puso las manos en la cadera.
―En todo caso también es tu ex ―le refrescó la memoria con los ojos en blanco. Detestaba el caparazón de obstinación, con el que se cerraba su esposo.
―No, porque Kagura jamás estuvo interesada en mí de ese modo ¡Pero de ti sí que lo estuvo la maldita infeliz!
Con la cara encendida dio dos pasos hacia él.
―¿Entonces ese maldito juego sigue en pie? ¿Sigues en competencia con ella sobre quien “me coge más duro”? ―le reprochó. La molestia la hizo elevar el tono de su voz―: ¡Es mi culpa! ¿Yo soy la culpable de fracturar su relación, no es así? Solo debía ser su muñeca sexual de carne y hueso. Y resultó en un experimento fallido.
―No ―le dijo con firmeza―. Tú eres más que eso y te lo he demostrado.
Rin volvió a dejarse caer en el sillón. Un vago recuerdo de cómo inició “eso” se coló en su mente:
Ella era una chica desgraciada, sin una familia de renombre y una torpeza hasta en su andar. Conseguía horrendos trabajos temporales, la paga era una miseria y el ambiente hostil. La mayoría de sus exjefes la acosaron de una u otra manera, así que ya se había acostumbrado. Era como señuelo en una caña de pescar para los abusivos de mierda.
Personas menos inteligentes y más ineptas que ella obtenían el trabajo. El mundo no es de los que se queman las pestañas entre libros, los verdaderos amos y señores son los buenazos con influencias.
Y allí entre tanta gente, se encontró con Kagura Muso. Una señorita distinguida de padres influyentes, que robaba miradas con su caminar pausada, femenino, su contoneo de caderas hacía babear a más de uno.
Le resultó extraño que una mujer así quisiera ser su amiga, es decir era la hija de su jefe directo, al menos en el momento que la conoció.

En ese entonces, Rin no alcanzaba a pagar las facturas del mes. El asunto se tornó sospechoso cuando Kagura se ofreció a prestarle dinero para su alquiler. En esa etapa de su vida, ella todavía creía en los cuentos de hadas, lo que equivalía a creer que las personas te ofrecen cosas sin pedir nada a cambio. Estúpida e ingenuamente, cayó en la trampa. Unas semanas después la empresa Muso la echó a patadas con la excusa de no ser lo suficiente eficaz.
Y por si su desdicha no fuera bastante, al siguiente día de su despido, Kagura la visitó en el cuartito despintado al que Rin llamaba hogar. Le dijo con una amabilidad aterradora que necesitaba su dinero de vuelta.
―No tengo nada, me despidieron y le acabo de mandar a mi madre…
―Dijiste que me pagarías y confíe en ti ―sus palabras sonaron suaves y a su vez impregnadas de desdén―. No quieras burlarte de mí. No sé que vas a hacer, pero mañana necesito mi dinero de vuelta.
―Kagura no tengo el efectivo. Si me das un poco de tiempo.
―Ya sé ―le dijo, su mirada dura ahora parecía divertida como si le hubieran contado un chiste. Sus labios esbozaron una amplia sonrisa―. ¿Has leído el Marqués de Sade?
―He escuchado algunas cosas. ―Su ceño se frunció un poco. Rin no hilaba una cosa con la otra.
Los ojos verdes de Kagura barrieron a Rin de arriba abajo. Arrugó la nariz ante el aroma a humedad que desprendían las paredes.
―Ten sexo conmigo para pagar tu deuda.
Rin se atragantó con su saliva, tosió un poco antes de responder:
―Yo no pago mis deudas con sexo y… no soy lesbiana. Lo siento.
La señorita Muso golpeó sus dedos entre sí.
―Entonces ve que haces. Mi papá quiere ese dinero mañana si no las cosas se van a poner feas. ―Observó sus uñas postizas, elegantes y estúpidamente caras.
Las cuatro paredes del pequeño cuarto parecían encogerse. Rin no supo cómo llegó la cara de Kagura tan cerca de la suya, se estremeció cuando sus respiraciones se mezclaron. Y sin otra opción la chica sucumbió al beso, más por evitarse problemas que por verdadero gusto.

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⏰ Last updated: Apr 11 ⏰

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Sesshrin-Historias cortas.Where stories live. Discover now