CAPITULO II. La concepción de una... ¿Mala idea?

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"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;

¿Quién lo conocerá?"

Jeremías 17:9.

No podría señalar con exactitud el momento específico donde comenzaron los problemas, pero si tuviera que escoger un día de entre todos ellos, diría que el detonante fue aquella tarde, donde para mi desgracia, fui diagnosticado con diabetes tipo II. Un suceso que, aunque suene insignificante para muchos, marcó mi vida de una manera increíble e hizo que la química de mi cerebro cambiara completamente.

—¿Hay antecedentes de Diabetes dentro de su familia? —preguntó el analista del laboratorio al entregarme los resultados de mis estudios.

—Uno que otro primo lejano —respondí con un nudo en la garganta.

—¿Has estado yendo frecuentemente al baño? Más de lo normal, quiero decir.

—Sí.

—¿Has notado una pérdida considerable en tu peso?

—Sí.

—¿Sed excesiva o resequedad en la boca?

—Sí.

¡BINGO! Había logrado obtener una puntuación perfecta, 3 de 3 en la escala de enfermedad no deseada.

—Lamento informarte que tienes diabetes mellitus tipo 2 —dijo con cierta melancolía—, es una enfermedad que no tiene cura, pero con medicamentos y una adecuada dieta es perfectamente controlable.

¿Qué se suponía que debía hacer con esa información? De más estaba decir que no estaba preparado para recibir una noticia tan impactante como esa, además, ¿Cómo le dices de una forma tan cruda a una persona que su vida acaba de cambiar por completo? ¿Acaso se saltaron la clase de empatía durante toda su carrera universitaria?

—Entiendo, gracias.

Era evidente que me sentía abrumado y ni siquiera era totalmente consciente de todo lo que esto implicaba para mi vida. Caminé desde el laboratorio hasta mi casa, aproximadamente unos 15 minutos, tiempo suficiente para hacerme todas las preguntas habidas y por haber: ¿Por qué yo? ¿Qué fue lo que hice mal? ¿Esto es real? ¿Por qué Dios me odiaría tanto como para hacerme esto? Esta última retumbaría dentro de mi cabeza durante meses.

—¿Qué dicen los resultados? —preguntó mi madre al llegar a casa.

—Me volví diabético —respondí apoyado en su pecho mientras sollozaba de la pena, la rabia y la incertidumbre. ¿Qué iba a hacer ahora? Mi vida estaba acabada con esta noticia.

—No te preocupes mi niño —dijo mi madre—, mamá siempre estará contigo. Ya verás que juntos lograremos salir de esta.

No puedo negar el hecho de que tener a mi madre a mi lado era muy reconfortante, pero justo en ese instante lo único que quería hacer era llorar. Llorar por esa, y todas las otras ocasiones en las que no me lo permití. Drenar todo el dolor que para ese momento llevaba por dentro y que eso fuera suficiente para acabar con mi agonía. Evidentemente no fue así.

—Te traje la cena —anunció más tarde mi madre golpeando la puerta—, aun no sé cuáles son los alimentos que puedes comer, pero no quería que te quedaras sin cenar.

—Déjala sobre la mesa, no tengo hambre...

Honestamente si tenía mucha hambre, pero el sentimiento de culpa que cargaba por dentro era mucho mayor, y no era para menos, tomando en cuenta que precisamente era la comida, (O más bien mis malos hábitos alimenticios) lo que me habían traído hasta aquí.

Callejón sin salida.Where stories live. Discover now