6. El causante de mi casi muerte

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Al día siguiente, Bautista intentó encontrar ideas nuevas para escribir artículos en su blog que de momento no tenía lecturas y mucho menos, seguidores. Oliver dormía sobre su regazo cubriendo su cara con sus dos patitas delanteras y él pensó que no podía existir algo más tierno que eso. ¿Cómo era posible que las personas pensaran que los gatos negros traían mala suerte? El pequeño animal tenía una mirada fuerte, era independiente, el rey de los tejados y aun así conservaba una pizca de amor para él y le mostraba su cariño de forma sorpresiva.

Bautista levantó sus ojos dejando ir las letras del teclado de su computadora como dientes de león en el viento, para observar una pizarra junto a la ventana donde tenía recortes de literatura pegados y fotos de viajes. En algunas de esas fotografías estaba Mara. Incluso antes de haber viajado a París con Máximo él ya era un amante de escaparse de su ciudad para conocer lugares nuevos. Luego de la ruptura su motivación se había apagado un poco y había preferido refugiarse en el apartamento y los sitios conocidos de Valle Milagroso. Esas vacaciones, él debería haber comprado un boleto a Londres. En ese momento lamentó la decisión de haberse quedado en la ciudad. Su mente creó escenarios donde se veía a él mismo recorriendo calles de adoquines antiguas con pintorescas panaderías y librerías con anaqueles colmados de libros viejos bajo el cielo gris de Inglaterra o Escocia. Siempre había sido su sueño poder hacer un viaje así. En las fotos que tenía frente a él podía apreciar las playas de Brasil o México. Pero él quería volver a volar sobre el océano para perderse entre los castillos ingleses. Si su mejor amiga no podía acompañarlo, quizá debía aventurarse solo. Mucha gente viajaba sola y eso no te convertía en alguien patético o solitario. Esas experiencias te hacían fuerte, como el hecho de vivir solo. Él siempre había vivido con su familia y luego compartió un tiempo con Máximo. Después de separarse y todo ese año, había estado solo en el apartamento hasta que llegó Oliver. Bautista creía que, si uno lograba amar su propia compañía y disfrutar de la soledad, uno se convertía en un super héroe.

Como si la hubiera invocado con tan solo pensar en ella, el nombre de su amiga apareció en la pantalla iluminada del celular que descansaba sobre el escritorio.

Recuerda que tenemos cena en casa esta noche. A las 21.00 te esperamos. Viene un amigo de Jero. Espero no te moleste.

Leyó el mensaje y respondió que no le molestaba en absoluto. Mientras él pudiera charlar con su amiga, no le importaba quien estuviera allí. Seguramente sería un tipo adicto al fútbol y la cerveza, uno de esos amigos que Jerónimo decidía frecuentar. Decidió limpiar el apartamento, salir a caminar un poco y más tarde prepararse para la velada.

Cuando el cielo nocturno se vistió con una enorme capa oscura llena de estrellas, Bautista se halló esperando el taxi que lo llevaría a destino. Mara y Jerónimo vivían en los suburbios, más cerca de los cerros que del centro de la ciudad. Él no poseía un auto, no era algo que le interesara tener así que, si no se movilizaba en su bicicleta, lo hacía pagando un taxi. Se había puesto unos jeans azules gastados con un corte en las rodillas. Sabía que tenía treinta y en ocasiones se vestía demasiado informal, pero le gustaba verse joven. Arriba se puso una camiseta azul de mangas cortas. Esta tenía el cuello con escote en V con tres pequeños botones blancos. Completó su atuendo con unas zapatillas urbanas de color gris. Su cabello lucía bien, ondulado y bien peinado. Todavía estaba húmedo gracias a la ducha. Su barba estaba recortada con esmero para dar la impresión de una sombra en su rostro.

Luego de un viaje de quince minutos observó la fachada iluminada de la casa de sus amigos. Por allí todo se construía con bloques de piedra con tonalidades marrones y naranja. Los grandes ventanales eran típicos en el lugar, pero desde afuera no lograba ver más que siluetas oscuras que se movían dentro de la residencia. Llamó a la puerta y en un minuto su amiga estaba ahí, dándole una calurosa bienvenida con un abrazo fuerte. Llevaba su cabello castaño alisado y un vestido blanco de verano que apenas cubría sus muslos muy por encima de la rodilla. Estaba descalza, como siempre. Decía que era bueno descargar las energías en la tierra. En verano vivía con sus pies desnudos haciendo grounding, como ella le llamaba a la conexión con el suelo.

—Hola, Bau. ¡Qué bueno verte! Ya no recuerdo la última vez que tuvimos una cena así —exclamó la mujer con sus ojos marrones llenos de una chispa de entusiasmo—. A veces debería aplicar más lo que predico y dejar la locura de la semana de lado para que tengamos más reuniones.

—Eso espero porque estoy de vacaciones y no quiero aburrirme. Trabajas mucho, amiga —dijo Bautista y le dejó un beso en la mejilla antes de ingresar a la casa.

Jerónimo se movía por el comedor con esa bonita mesa de madera larga, llena de espacio para invitados. Una lámpara industrial negra pendía sobre ella, dando una luz cálida y dorada. El novio de Mara era un tipo robusto que por decisión propia siempre llevaba su cabello rubio rapado casi al ras. Se había dedicado al rugby en su juventud hasta que tuvo una lesión en la rodilla y cuando creció decidió seguir su otra pasión; la odontología.

—Hola, loco —saludó Jero acercándose como una montaña viviente a darle un abrazo y Bautista se lo devolvió. Llevaba una camiseta musculosa negra y pantalones cortos. Estaba descalzo como su novia—. Disculpa mi poca elegancia para recibirte, pero estaba asando la carne en el patio. No puedo ser el anfitrión perfecto.

—Está bien —dijo Bautista sonriendo y entrecerró los ojos—. Que tengas un invitado gay no quiere decir que vaya a juzgar cómo todos están vestidos esta noche.

Los tres se rieron mientras Jero se excusaba para volver a controlar la carne en la parrilla que tenían instalada en el jardín trasero. Cuando movió los trozos de madera en ella, algunas cenizas encendidas se elevaron por el aire flotando como luciérnagas que llegarían al cielo. Mara lo tomó de la mano y lo llevó hasta un sofá que se hallaba en el extremo opuesto del comedor. Allí había un gran televisor encendido y unas botellas de cerveza abiertas sobre una mesita de café.

—Solo quiero decirte esto antes de que llegue el amigo de Jero —dijo ella acercándose a susurrar en su oreja como si se tratara de un secreto que no debía ser divulgado—. Está buenísimo y es gay. Pero, tiene una historia complicada.

—Sí, entonces es gay. Está confirmado —afirmó él y los dos se rieron—. No podemos existir sin drama o una historia complicada.

—Yo creo que los dos se verían muy bien juntos —dijo ella con seriedad y Bautista sacudió la cabeza—. Que hayan coincidido esta noche no es un detalle menor.

—¿Esto fue una trampa? ¿Me invitaste a cenar para que conociera a alguien? —susurró él, comenzando a sentirse un poco nervioso. Si no le ganaba a su mente, en cualquier instante se marcharía de allí y no regresaría por más que le suplicaran—. Te informo que tú insististe para que yo le pidiera a Máximo formalizar la relación y ya sabemos cómo terminó esa historia.

—¡Ay! No me recuerdes a ese tonto —dijo ella apretando los dientes con rabia. Se había sentido bastante culpable luego de enterarse de la separación. Pero ella no tenía la culpa—. Creo que Jero es el más interesado en este encuentro. Aprecia mucho a su amigo y ha estado bastante cerca de él luego de lo que sea que haya pasado. Mucho no me contó, pero no ha sido fácil para el pobre tipo.

—Tu marido es el hombre más bueno que conozco. Es admirable que tenga la mente tan abierta. Siempre me ha tratado tan bien. ¿No viene en versión gay? —bromeó justo cuando dos luces blancas iluminaron el ventanal de la sala de estar y el motor de un auto se apagó. Jerónimo atravesó el pasillo con rapidez y abrió la puerta principal. Mara y él escucharon como los dos hombres se saludaban y la palmada fuerte que Jero debía haberle dado en la espalda. El esposo de su amiga llegó con los ojos llenos de picardía y una sonrisa que se extendía de oreja a oreja. Detrás de él apareció un hombre demasiado atractivo, cargando un perfume embriagador.

—Este es mi amigo Dionisio —dijo Jerónimo presentando al doctor y luego lo señaló, empujándolo por la espalda para que ingresara a la sala de estar—. Y ese que está ahí es Bautista. Un amigo de la casa. A mi hermosa Mara ya la conoces.

—¡No puede ser!

Los dos hombres se miraron a los ojos y soltaron esa frase a la misma vez ante la confusión de sus amigos.

—¿Qué sucede? ¿Se conocían? —preguntó Mara mirando el rostro de uno y luego el del otro, esperando la respuesta.

—Sí. Él fue el causante de mi casi muerte —exclamó Bautista en voz alta. No había querido decirlo, en su cabeza había parecido gracioso, pero como en esas situaciones se ponía nervioso, las palabras se le escaparon de los labios. Sintió el calor subir por la piel de su cuello para volver su cara roja. Los ojos azules de Dionisio no dejaban de verlo con intensidad. Podía recordarlos bien en ese momento. Bautista rogó a todos los dioses que habitaban el universo que esa noche pasara rápido y no metiera la pata. Esa cena prometía ser incómoda. 

Solo toma mi manoWhere stories live. Discover now