Aprender

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Aunque eso no fue lo peor, al llegar al comedor pude ser la comidilla de todos, ser la usuaria de la Sempiternal a una temprana edad despertó la curiosidad de muchos. Sentía el peso de las miradas, aunque realmente no sabía mucho de ello, los que sabían especulaban cosas que no podía evitar escucharlas.

Me dirigí hacia donde todos estaban pidiendo el almuerzo, tres señoras estaban al frente repartiéndola. Tomé una charola sin prestar atención a las miradas cargadas sobre mí, aunque era difícil ignorarlos, sobre todo cuando éstos tenían poderes.

—Hola —saludó una enorme mujer de cabello rojizo y deslumbrantes ojos azules—. Debes ser Elisa Walker. Mitchell me pidió una orden especial para ti —me tendió una bandeja con café, jugo de naranja, waffles con mermelada, coctel de frutas, sándwiches y tortitas.

Mi estómago gruñó y saltó de felicidad; era un desayuno completo, exagerado y con colores que hicieron despertar mi apetito inmediatamente.

—Gracias... —dije, sintiendo afecto por él y por ella, y su voz maternal se me hacía parecido a la voz de Marina Osborn, lo cual me hacía pensar en el pasado, querer al menos sentir su abrazo y sus escuchar su voz aconsejarme en cosas que el abuelo no podía (moralmente) y con ello traer consigo un agudo dolor en mi pecho.

—Me llamo Vanessa, cariño —sonrió.

—Gracias, Vanessa.

—Lo que sea por ti cariño. Ah, por cierto, tú debes ser la dueña de cierta criaturita peluda.

—Ouh— «Santa Madre, ¿Qué habrá hecho Shukaku?» —. ¿Ha hecho algo malo?

—Todo lo contrario, mi vida, es un amor esa criatura de Dios. ¿Cómo se llama?

—Shukaku. También le puede decir Shu.

Le sonreí agradecida por hacerme plática, pero tenía tanta hambre como un tiranosaurio rex. Así que me fui a sentar al rincón del comedor.

Muchos pensamientos, todos ellos.

No era lo que uno quisiera oír, definitivamente ellos pensaban que yo no debía estar ahí, así que mejor decidí no hacer amistad ni con Frederick Owen ni con nadie más que creyera que era un espécimen único.

Y después del desayuno, como me lo indicaba mi horario tenía una hora libre y me la pasé sentada en los bancos que hay en los alrededores del Instituto, no podía oír música y no quería hablar con nadie, así que mejor me puse a leer lo que Santorsky me había pedido en ese enorme libro que cargaba conmigo; al darme cuenta de que faltaba unos minutos para la clase de Jaime Ravenwood.

Era increíble que toda la historia de los Exorcistas se resumiera en 589 páginas, escrita por un historiador exorcista, obviamente, pero lo que entendí de la lectura era que muchos de los conocimientos que iban adquiriendo estos primigenios, como se les llama a veces, es que sus habilidades parecieron simplemente despertar y en su corazón ellos sabían cómo manipularla, pero los maestros fueron los que anotaron cada una de ellas para que quedase a la posteridad, lo cual, agradecí, de lo contrario no sabría nada.

Había muchas cosas que odiaba de la vida, unas más que otras, pero subir escaleras era una de ellas, de las peores. Y para el aula de Demonología que, era en una de las Torres de Vigilia, tenía que hacer un largo e interminable ascenso por escaleras de caracol, así que, casi con desaliento me encontré con un hombre de cincuenta años que parecía ser el cura de El Exorcista e irónicamente él era un Exorcista de La Orden Negra.

—Buenos días ¿tú debes ser...?

—Elisa Walker, señor —respondí medio exasperada por ser la comidilla de todos, tomando grandes bocanadas de aire. Pero tenía que acostumbrarme, sobre todo porque era nueva y no sabía nada de nadie.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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