cinco

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"Por qué
aún
de nuevo
vuelve el viejo dolor
me rompe el pecho
me parte en dos
me cubre de amargura.
Por qué
hoy
todavía" ― Idea Vilariño.

Esteban

   Toda mi vida odié los crayones, y toda mi vida parecía pintada con crayones.

   Los detestaba porque nunca coloreaban bien y dejaban espacios en blanco que me ponían nervioso. De niño me desgastaba las huellas digitales presionando los colores para cubrir todo el papel y aún así no quedaba del todo completo. Mi vida actual no era muy distinta, estaba llena de aspectos vacíos, incompletos, mal pintados. Todas las situaciones las pintaba con una especie de crayones emocionales que me daban, con suerte, una felicidad a medias.

   En fin, odiaba los crayones y lo último que esperaba encontrarme en un taller de escritura creativa era tener que pintar con crayones. En realidad, lo anteúltimo, lo último que esperaba encontrarme era a Francisco.

   Me enojaba verlo ahí, la escritura era mi terreno, no el suyo. También me enojaba no poder ignorarlo, lo conocía como alumno casi tanto como novio, sabía que participaba siempre que podía y que amaba que los profesores lo felicitaran. Hacer de cuenta que no estaba iba a ser imposible.

   Nos miramos unos segundos, no iba a ser yo quién fuera a saludarlo y cuando lo notó, se acercó.

―Vos sabés que mientras venía pensaba en cuántas probabilidades había de que nos encontráramos acá ―dijo, y sin que lo invitara se sentó al lado mío ―después pensé que no había chance, con todos los talleres que hay no podíamos coincidir nunca.

―¿Querías que coincidiéramos?

―No ―respondió ―o sea, sí, pero me da vergüenza que veas cómo escribo.

―El discurso de Felicitas estuvo muy bien.

―¿Sí? ―No lo miraba pero conocía el tono con el que habló, era el que usaba cuando le brillaban los ojos ―gracias, tardé como una semana en escribirlo, Dante no me ayudaba, cualquier cosa que le leía le gustaba y tenía que pensar en qué me hubieras corregido vos.

―¿Dante es tu novio? ―Le pregunté sin saber por qué.

―Sí, a qué no sabés cómo lo conocí.

―No, no sé ―dije, lo que significaba que tampoco quería saber, pero él no lo interpretó así.

―Era el mejor amigo de un chico al que tenía que hacerle una sesión de fotos. Dante lo acompañó y no dejó de mirarme durante las tres horas que estuvimos en el estudio, ¿podés creerlo?

―Sí.

―Cuando terminó la sesión me invitó a cenar y después empezamos a vernos cada vez más seguido ―continuó ―y bueno, creo que al otro chico le gustaba porque no me pagó.

―Te cobraste con su amigo.

―En ese caso nunca me pagaron tan bien.

   Tragué saliva y me puse a apretar más el crayón sobre la hoja para ahuyentar cualquier pensamiento que pudiera surgir. Esas últimas palabras me revolvieron el estómago y lo peor era que yo le había dado lugar para que hiciera el comentario. Quebré el crayón, o tal vez me quebré yo, pero daba igual, el crayón no servía para pintar y yo no servía para ver a Francisco con alguien más.

―Esto es una mierda ―dije y rompí la hoja, ganándome las miradas de todos y viéndome obligado a decir―: perdón.

   Me levanté, agarré mis cosas y me fuí. Debió ser la primera vez en la vida que me comporté como un maleducado y no como un alumno ejemplar. La situación me había sobrepasado, tenía que tragarme las lágrimas porque no quería llorar en la calle y cuando llegara a mi departamento y Nicolás me viera mal, iba a tener que dejar que me consolara mientras lloraba en su pecho porque mi ex rehizo su vida con alguien más.

―Esteban, espera ―me dijo Francisco cuando me alcanzó en la esquina ―¿qué te pasa? ¿Por qué te fuiste así?

―Nada, odio los crayones.

―Ya sé, pero nunca antes hicieron que te fueras en el medio de una clase.

―No, es verdad, en el secundario eras vos el que hacía que me echaran de las clases.

   Me arrepentí de haberlo dicho en el instante en el que dió un paso hacia atrás y me dí cuenta que le había afectado.

―Ey, calmate, a mí también me dejaban moretones en el brazo cada vez que nos sacaban del aula ―dijo ―no fuiste el único que la pasó mal.

   Respiré profundo y seguí caminando, lo último que quería era pelearme con él.

―No me sigas ―le pedí al ver que venía atrás mío.

―Quiero saber por qué dijiste eso, ¿pensás que fue mi culpa el infierno que vivimos en el colegio?

―No.

   Frené y me dí vuelta para mirarlo, realmente no sé por qué le dije algo tan fuerte, por supuesto no lo pensaba. Estaba celoso y enojado, pero sobre todo dolido. Me había escapado de su recuerdo por mucho tiempo, ahora que había aparecido de nuevo volvía a sentir todo a flor de piel, las heridas viejas volvían a abrirse y necesitaba defenderme como fuera.

―Fue horrible lo que dijiste.

―Ya sé, no era la intención que te sintieras mal.

―¿Pensás que yo no lo sufrí?

―No, sé lo mucho que sufriste, pero pienso que tuviste más herramientas para transitarlo que yo y muchos más recursos para superarlo ―dije ―pero no quiero discutir, Fran, y menos en la calle, fue un comentario fuera de lugar y te pido perdón.

―No lo superé, pienso en eso más de lo que imaginás.

   Evitaba hacer contacto visual y eso sólo lo hacía cuando estaba a punto de llorar. Nunca pensé que alguien tan firme emocionalmente como él cargara con los fantasmas de nuestro pasado, justo él, que tuvo que ser fuerte por los dos cuando yo no sabía cómo seguir. No podía creer lo mucho que podía afectarle actualmente un dicho sobre esa época.

―¿Necesitás que hablemos sobre todo lo que pasó?

―Lo hablé mil veces con mis amigos, con mi psicóloga, hasta con Dante, pero los sentimientos nunca se alivian del todo.

―Porque ninguno de ellos lo vivió, por eso te digo, ¿querés que vayamos a tomar un café el sábado y lo hablamos? ―Le pregunté, me sentía muy culpable por haberlo hecho llorar ―va a ser difícil para ambos, pero creo que éramos muy chicos cuando nos pasó y hay cosas que todavía estamos procesando, quizás podemos sanarlo ahora de adultos.

   Estiró su buzo hasta la mitad de sus manos y se seco las lágrimas con el puño.

―Perdón por llorar, me dolió que esa frase viniera de vos ―dijo.

―No me pidas perdón por eso, Fran, yo fui el que estuvo mal.

―¿Entonces el sábado?

   Asentí, me pasó su número y le dije que lo iba a llamar. Sabía que era un error dejarlo volver a mi vida, además, lo último que quería era hablar del pasado, pero si volvía y tocaba la puerta no tenía mucha más opción que abrir antes de que la tirara abajo. Todavía no entendía cómo era posible que algo que nos había pasado hacía tantos años aún estuviera tan presente en nosotros y se filtrara como un líquido a través de nuestras partes rotas. Lo único que esperaba era que después del fin de semana nos pudiéramos restaurar lo suficiente para dejar lo que había sido nuestra relación en algún lugar seguro al que no tuviéramos la necesidad de regresar nunca más.

no me olvides; esteban x franciscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora