Acostado sobre la cama en posición fetal, observé con atención como el vientre de mi cachorra (la cual ya no era una cachorra), había aumentado de tamaño, y se contraía al compás de su respiración. Cada contracción lucía incómoda, pero pareció no tener molestias en lo absoluto, ya que continuó emergida en el mundo de los sueños.
Sentí un frío en el pecho, acompañado por ese sentimiento extraño y familiar: el miedo.
En todos los años de tener a mi perrita, nunca quedó preñada, ni siquiera entró en celo, o quizás sí mas no lo notamos por la ausencia de perros albureados que lo demostraran.
—No tiene sentido, carajillo. —expresó desconcertada— Ya decía yo, últimamente esa perra me daba mala pinta. ¡Enserio, esto no tiene sentido!
—¿Cómo pasó Yolandita? —inquirí, observando como en medio de la confusión, aferraba con fuerza las manos al palo de la escoba.
—No... —suspiró agotada—. En definitiva, esto no tiene sentido.
—Lo sé, eso ya lo sé. —vociferé estresado, causando que Kiarita diera un pequeño salto, pero continuó durmiendo como si nada—. Sé que esto no tiene sentido, Yolandita. Ya lo dijiste muchas veces, lo tengo claro.
Negando con la cabeza, la mujer continuó barriendo. Su rostro pensativo me llevó a imaginar que aun buscaba respuesta para el caso de Kiara. Sería difícil llegar a una conclusión, ya que mi perrita pasaba casi todo el tiempo en casa, a excepción de cuando la sacábamos a que hiciera sus necesidades, porque se acostumbró a salir acompañada. Además, aunque no hubiésemos presenciado el momento que entró en celo, no teníamos vecinos cercanos, mucho menos vivían cerca perros albureados que pudieran haberle hecho el salto.
—De algo si no tengo duda... —afirmó, deteniéndose para observar con detalle la barriga de la perra—. Esta muy gorda, va a tener muchos perrillos y le falta poco.
—¿Qué tan poco?
Yolanda me observó con rostro de pocos amigos por preguntón.
—Que voy a saber yo, carajillo. Falta poco, es lo único que sé.
—Ya entendí, Yolandita. Ya entendí. —suspiré, estirando el cuerpo a lo largo de la cama—. Poco es poco.
—¡Sorpresa, vas a ser abuelo! —sonrió y continuó su labor.
—¡Vaya sorpresa que asusta! —musité.
Apresurada, la mujer al poco tiempo salió de la habitación.
Quedé a solas con mi perrita durmiente. Deseé que el tiempo transcurriera más rápido. Me causaba miedo, no lo niego, pero también emoción de saber que mi amada perra sería mamá por primera vez.
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Luna Auxíliame © ✔️
Teen FictionLuego de la muerte de su madre, Anderson experimenta indiferencia por su padre, quien bajo el peso del remordimiento por un grave error que cometió, le cuesta mantener contacto con su hijo. Anderson encuentra consuelo en dos seres importantes para é...