Sobre la cima de la torre mas alta e imponente de Alexandria una figura descansaba, sentada con la mirada perdida mientras su largo cabello rubio se mecía por el viento.
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Con una mano sobre su barbilla, miraba con expresión neutral todo el reino que habían construido como su principal base de operaciones; sin embargo, eso no era lo que ocupaba sus pensamientos en este momento.
En los últimos días, había estado cuestionándose algo que nunca había sopesado anteriormente.
¿Qué tan lejos estaría ella dispuesta a llegar por Shadow?
No es que tuviera dudas de su lealtad hacia él, ella estaba realmente comprometida a hacer lo imposible para que su señor cumpliera sus objetivos.
Sin embargo, últimamente había notado con cierto temor, que sus pensamientos estaban empezando a ser torcidos siniestramente, sobretodo por los últimos incidentes.
Recordó la ultima reunión que habían tenido con su señor, le habían hecho un informe detallado del avance comercial que había tenido Mitsugoshi en ese ultimo mes, a lo cual fueron recompensadas con una felicitación de su amado señor Shadow. Hasta ahí todo era normal.
Pero todo cambio cuando Gamma se acerco a su señor.
Ella sostenía una tableta entre sus brazos, inclinándose hacia él en una confidencia, susurrándole sobre algún tema. A pesar de que sus palabras se desvanecían en el murmullo del ambiente, algo en su expresión generaba en mi interior una molestia innegable.
Cuando ella se acercó a su oído, hablándole discretamente, él no se apartó. Por el contrario, la tomó suavemente de los hombros y le regaló una sonrisa radiante.
Después de eso, no pude escuchar nada más. Mi mente se nubló, incapaz de concentrarse en otra cosa que no fueran escenas grotescas para cualquier persona. Quería borrar ese maldito sonrojo del rostro de Gamma, deseaba con fervor deshacer esa sonrisa engreída que tan descaradamente lucía. No podía evitar pensar en torcerle el cuello en ese mismo momento, o enterrarle mi espada en la columna para que sufriera lentamente por atreverse a tal afrenta...
Mis manos temblaban sobre la empuñadura de mi espada, mientras mi mirada se nublaba con una furia que me consumía. Estaba a punto de lanzarme al ataque, pero entonces unos ojos rojos, como brasas ardientes, hicieron contacto con los míos, deteniéndome en seco.
