Prólogo

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El silencio reinaba en la imponente mansión del príncipe Goetia, donde las sombras andaban por los pasillos vacíos y habitaciones desoladas.

En un lujoso comedor, lleno de hermosas plantas, Stolas se encontraba solo frente a una larga mesa repleta de exquisitos manjares, pero su apetito estaba ausente. Jugaba con la comida con indiferencia, sus ojos rojos adornaban su mirada perdida y vacía. El brillo de su figura parecía opacarse, su elegancia desvanecía en la oscuridad que lo rodeaba en ese lugar.

El eco de sus pasos resonaba en el gran salón mientras se levantaba de la mesa, dejando atrás los aperitivos ignorados. Cada paso que daba era pesado, como si el peso de todas sus acciones pasadas descansara sobre sus hombros.

Subió las escaleras hasta llegar a su habitación, donde se dejó caer en su gran cama con un suspiro cansado, abrazando su frágil cuerpo. La soledad, que formaba parte de su día a día, lo envolvía como una fría y fina manta. Su corazón estaba lleno de un vacío que parecía insuperable.

Las lágrimas comenzaron a brotar, sus sollozos eran ahogados por el silencio de la noche. En la gran habitación, las sombras eran los únicos testigos silenciosos de su dolor.

Desde el día en que Octavia, su querida hija, se había ido a vivir con Stella tras el amargo divorcio, la mansión se había envuelto en un silencio mucho más profundo.

Octavia se había negado a ver a su padre, estaba convencida de que él le había sido infiel a su madre con ese sucio diablillo. Esto lo había dejado con el corazón roto, fue incapaz de explicar la verdad a su hija en el momento y aliviar su dolor. Ahora, siendo influenciada por Stella, era casi imposible hablar con ella.

Por si fuera poco, el incidente donde el vaquero Striker lo secuestró había empeorado las cosas. Tras esperar a Blitz, quien nunca llegó, y terminar hospitalizado, recibió un mensaje suyo. Eso lo había alegrado, pero, al escribirle y esperar una respuesta, se dió cuenta que esa espera era en vano. El silencio de su amado solo sirvió para hundirlo aún más en la oscuridad de su propia mente.

Desde entonces, él y Blitz no se habían visto ni hablado. La ausencia de Blitz y la sensación de abandono habían desencadenado una caída descendente en su salud mental y física. La tristeza de toda la situación se había apoderado de él, su cuerpo se convirtió en su fuente de desahogo. La oscuridad y desesperación luchaban por dominarlo.

En esa noche solitaria, se encontraba mirando fijamente el cielo estrellado a través de la gran puerta de su habitación, que dirigía al balcón, preguntándose si alguna vez volvería a encontrar la luz que había perdido. Su corazón anhelaba desesperadamente el amor y compañía, pero temía que fuera demasiado tarde para enmendar lo que había sido roto con el único demonio que entró a su corazón.

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