15. Corazón

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   No iré a la oficina hoy, así que no tienes que venir a buscarme. Ve directamente al trabajo.

S.S

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Harry frunció el ceño al leer la corta misiva que le había traído una oscura lechuza. El ave por sí sola delataba quién la enviaba: grande y oscura, que se paraba cual emperador perfectamente quieta hasta que el receptor se acercaba y recibía su carta; ni siquiera aceptó la comida y el agua que le quiso dar Harry, pues una vez que el joven abrió la carta, se fue volando. Leyó de nuevo el mensaje, queriendo romper algo. Sev ya no quería ni tenerlo cerca. Suspiró.
   —Me lo merezco... —murmuró para sí mismo, acariciando con su pulgar la pulcra, inclinada y apretada letra de su amado pocionista.
   Tuvo el impulso de llevárselo a la nariz para olfatear en busca de la fragancia de Sev. No es como si lo mereciera. Estaba haciéndolo sufrir, no se merecía ni una pizca del hombre, ni aunque fuera su aroma. Pero era viernes, y si no lo iba a ver en el trabajo, entonces tendría que esperar hasta el lunes para volver a, al menos, verlo. Escogió, una vez más, ser egoísta, y se llevó el papel junto con el sobre a la nariz, inhalando profundamente. "Mierda..." El jodido papel olía a Sev. Tenía su perfume y su esencia natural, ese adictivo olor a madera, incienso, canela y otras especias. ¿Qué sentido tendría su vida si ya no iba a poder enterrar su nariz en el cuello de Sev, sentir sus finos y suaves cabellos entre sus dedos, saborear el dulce néctar de sus labios, acariciar esa suave lengua...?
   Era evidente que estaba jodido. Harry estaba jodidamente enamorado. Lo reconocía. Sintió una impotencia que muy pocas veces había experimentado en su vida, y sus ojos se nublaron cuando unas lágrimas se acumularon y derramaron. ¿Cómo se suponía que volvería a ser feliz sin Severus para proporcionarle aquel sentimiento? Porque el hombre era capaz de hacerlo inmensamente feliz. Lo hacía tan feliz que incluso se volvía triste. Porque lo amaba y no podía tenerlo.

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Severus lo odiaba por no poder tenerlo... No había nada que odiara más que aquello que no podía tener. ¿Por qué Harry tenía que ser tan hermoso hasta el punto de hacerle enojar tanto? Pues así era, Severus estaba furioso con Harry por hacerle sentir de esta forma. El maldito Gryffindor estaba arruinando su vida por no ser suyo. Y estaba descargando toda su furia en el baño, expulsando todo su interior después de una medianoche de... más de una botella de vino vaciada. Esto era lo que Harry le hacía. Lo odiaba tanto...
   Pero, lo cierto es que no engañaba a nadie. De hecho, sólo a sí mismo. Pues no podía odiar a Harry. Sabía que las cosas serían más fáciles si lo hacía. Desearía poder odiarlo. Pero no, no podía.
   Se incorporó con un quejido, completamente agotado, sintiendo todo su cuerpo temblar por la cantidad de alcohol que aún sobraba en su sangre. Se cepilló los dientes y se enjuagó la cara, mirándose al espejo con el rostro vacío. Había llorado tanto durante la noche que ya no le quedaba ni una lágrima por derramar, y sus ojos estaban hinchados e irritados, con unas considerables ojeras oscuras para retocarlos. Se sintió tan patético, tan miserable, tan idiota... El puño de Severus fue a estrellarse contra el espejo, que se partió provocando un gran estruendo.
   Su mano salió sorprendentemente ilesa, pero qué más daba, si por dentro se sentía exactamente igual que el pobre espejo. O, mejor dicho, lo que quedaba de éste. Salió del baño arrastrando los pies, sacó un cigarrillo y se lo prendió. Caminó hasta su cama, pero no pudo evitar el recuerdo, los recuerdos, de él y Harry allí juntos. Se había enfermado de amor por toda su cama. Había descorchado muchas botellas allí, se consolaba diciéndose que si iba a emborracharse, al menos lo haría por amor. Soltó un gruñido y se dejó caer sin cuidado junto a la cama, sentándose en el suelo, apoyando la espalda contra el mueble.
   ¿Acaso los Dioses odiaban tanto a Severus que lo habían condenado a repetir una y otra vez la misma historia por el resto de su miserable vida? Su sitiación le era tan familiar que no sabía si reír o llorar. Era increíble lo destinado que parecía estar Severus a tropezar siempre con la misma piedra. Ya tendría que haberse acostumbrado, ya tendría que poder ser capaz de reconocer las señales antes de que sea demasiado tarde.
   De joven, él se había enamorado de una hermosa mujer que todos deseaban, quien no pudo verlo más que como un amigo y terminó abandonándolo con el corazón en las manos, casándose con el hombre que se había encargado de hacer de la vida de Severus un gran trozo de mierda. Y ahora él iba y se enamoraba de un hermoso joven, quien irónicamente resultó ser el hijo de dicha mujer, y a quien todos deseaban. Porque si había una razón por la cual Severus no podía tenerlo, era porque todos parecían querer a Harry. Charlie lo quería como novio, el resto de los Weasley como miembro de su familia (lo que implicaba ser pareja del idiota ese), y el resto del mundo no sería capaz de aceptar que el adorado Salvador estuviera con alguien como él. Todos querían a Harry, y ese había sido el gran crimen que había cometido Severus: enamorarse de un joven de oro.
   Y lo peor era que Severus sabía que jamás podría superarlo, no lograría dejarlo ir, pues resulta ser que así funcionaba la mecánica de su frágil corazón. Era un órgano tan susceptible a las flechas que ya era la tercera vez que recibía una. ¿Por qué no podía simplemente protegerse en lugar de engañar siempre a Severus para atormentarlo hasta desear la muerte para así poder acabar con esa agonizante tortura? Porque, después de haber pasado por todo tipo de heridas, Severus podía decir con seguridad que ninguna dolía tanto como uno de esos flechazos.
   Así como también sabía que podría volver a hacerlo. Podría soportar ser "el otro" si con serlo tenía al menos una parte de Har. Él podía conformarse con las sobras, las recogería y apreciaría como a nada más en el mundo. Sabía que si Potter volvía a sus brazos pidiéndole que se reconciliaran como amantes, él no sería capaz de rechazarlo. De hecho, podría él mismo ser quien se ponga de rodillas a suplicarle porque regrese.
   Sin darse cuenta, Severus estaba llorando otra vez, y pensaba que no le quedaba más de eso dentro suyo. Estaba tan perdido dentro de sus sentimientos que no notó cuando un pequeño individuo se asomó por la puerta.
   —Sev —lo llamó la vocecita de Lucas, que caminaba hacia él con una expresión de preocupación.
   —Lucas —se sobresaltó el profesor, y se apresuró a limpiarse las lágrimas. Se quiso levantar, pero Lu se le tiró encima y lo abrazó, quedando el rostro del hombre enterrado en el pecho del niño.
   Severus se congeló allí en el suelo, sintiendo el familiar nudo acumularse nuevamente en su garganta al querer reprimir el llanto.
    —Yo sí te amo... —le dijo dulcemente Lu, y Severus no pudo contener el sollozo.
    El mayor terminó por quebrarse nuevamente, y abrazó con todas sus fuerzas al niño. Sus sollozos quedaban amortiguados por el pecho de Lucas, que le acariciaba la cabeza y la espalda.
   —Ya pasó, Sevie, no estás solito —lo consoló el niño, al sentir que Sev se iba calmando—. Él no te merece como su plíncipe. A vos sólo te merece mi mamá, ¿sí? —le decía inocentemente, y Severus no pudo evitar soltar una suave risa contra las ropas del pequeño—. En serio, si no me crees anda y fíjate en la cocina que ella te hizo unas galletas sólo para que te sientas mejor... —comentó, demostrando que no estaba bromeando, e hizo reír otra vez a Sev, que se apartó suavemente y lo miró a la cara con cariño.
   —Me encantaría ser tu padre, pequeño, sería un honor y un orgullo, pero no estoy seguro de que Marie sea la persona indicada para mí... —le dijo divertido, con una pequeña sonrisa, mirándolo con cariño.
   —¿Ya te sientes mejor? —le preguntó alegremente Lu, agarrándolo de la mano y tironeando de él para que se levantara.
   Severus se paró y le revolvió los cabellos.
   —Eres muy bueno consolando, niño —le dijo, esforzándose por sonreírle.
   —¡Vamos abajo! Mamá me dijo que te vinieda a sacar de tu cueva y te diga que dejes de domper cosas y expulsar tus intestinos, porque ella es la que tiene que limpiar tus desastres después...
   Iba diciendo Lucas, mientras lo arrastraba por la manga a través del pasillo. Severus revoleó los ojos.

Amortentia - (snarry)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant