Prólogo

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Rumania, 1476

Kara la estaba persiguiendo y ella lo sabía. Kieran, de la casa de Drácula, notaba su presencia, allí fuera, en la fría oscuridad. Invisible. Temible. Amenazante.
Y cada vez estaba más cerca.
Más cerca.

Tan cerca que casi podía notar su aliento sobre su piel, ver sus ojos malignos que la acechaban implacablemente en la noche mientras ella huía, confiando en encontrar alguna manera de escapar.

Ella quería matarla.

—Kieran…

Esa voz sensual y profunda era mágica: siempre la hacía sentir débil, la sumía en una especie de adormecimiento. Pero ahora no se lo podía permitir. No, ahora que había descubierto que ella era un monstruo.

Kieran tropezó en la oscuridad. La niebla parecía cerrarse a su alrededor, como ralentizando su avance, como tirando de ella hacia atrás, hacia donde kara la esperaba para devorarla.

En el bosque, el eco de los aullidos de los lobos viajaba con el aire que, gélido, le atravesaba el camisón y la capa manchados de tierra y la hacía sentirse casi desnuda.

Respirando entrecortadamente y con dificultad, intentó trepar sin éxito por un sólido muro de acero negro. No, no era acero.

Era ella.

Sus manos palparon el temible emblema de oro de su armadura. Aterrorizada, levantó la vista y se encontró con esos ojos azules y profundos que parecían penetrarla. Pero no era eso lo que la atemorizaba. Lo que la asustaba era el hecho de que iba vestida con el blanco camisón de los muertos.
La aterrorizaba el hecho de que se había arrastrado fuera de su propia tumba y se había encontrado en el cementerio de la iglesia bajo la luna llena. Se había quedado paralizada, mirando la lápida que mostraba su nombre y fecha de fallecimiento, durante una hora hasta que fue capaz de reunir el valor suficiente para abandonar ese lugar.

Ya no se encontraba en Moldavia, donde había estado cuando se había ido a la cama: ahora se encontraba en un pequeño pueblo a las afueras de Bucarest; en el patio de la iglesia del castillo de su padre, donde había nacido. Necesitaba comprender lo que le había sucedido, así que se dirigió a la casa de su padre, pero allí encontró un horror incluso peor que el de despertarse en la propia tumba.

Había visto a su esposa matar a su padre ante sus propios ojos.

Le vio lanzar alegremente la cabeza de su padre a sus enemigos turcos y, chillando, escapó de ellos y penetró en la noche.
Y no había dejado de correr hasta ese momento.

Ahora se encontraba en brazos de una mujer cuya armadura estaba manchada con la sangre de su propio padre. La misma mujer a quien había jurado amar para toda la eternidad.
Pero no era a esa mujer a quien amaba. Esta mujer era un monstruo con el corazón frío. Una mentirosa.

Quizá mostrase el mismo porte imponente, tuviera el mismo pelo rubio y largo y las mismas facciones afiladas y aristocráticas, pero no era Kara Zor-El quien la sujetaba en esos momentos.

Era el diablo en persona.

—¡Suéltame! —gruñó apartándose de ella de un empujón.

—¡Kieran, escúchame!

—¡No! —gritó ella, alejándose mientras Kara intentaba sujetarla de nuevo—. Tú me has matado. Has matado a mi padre.

Kara la miró con el ceño fruncido y si ella no hubiera visto su lado oscuro, hubiera creído que esa sinceridad no era fingida.

—No es lo que crees.

—Lo vi. Tú le mataste, mataste a mi padre.

—Porque él te mató a ti.

Ella negó con la cabeza.

—¡Mientes! Eres tú quien me dio el veneno. ¡Tú! No mi padre. Él me quería. Nunca me habría hecho daño.

—Tu padre te clavó un cuchillo en el corazón cuando te vio muerta para asegurarse de que no estabas fingiendo.

A pesar de todo, ella no le creía.
Kara mentía, y ella lo sabía. Su padre nunca hubiera hecho una cosa así. Kara le había dado el bálsamo para dormir y le había dicho que la haría dormir tan profundamente que nadie se daría cuenta de que estaba viva. Le prometió que no la enterraría, porque ése había sido siempre su miedo.
La una al lado del otra, se suponía que tenían que despertar juntas del sueño y que estarían libres para estar juntas para siempre.

Pero ella no se había despertado en su cama. Se había despertado en su tumba.

Ahora ella sabía qué era lo que kara había planeado desde el principio: matarla a ella y a su padre para poder vengarse de su propio padre y arrebatar las tierras de su familia.
Kara no la amaba. La había utilizado, y ella, como una tonta, había sido un juguete en sus manos y eso le había costado la vida a su padre.

Corrió hacia el bosque, pero kara la adelantó.
Ella intentó apartarse, pero la sujetó por el brazo con fuerza.

—Escúchame, Kieran. Tú y yo estamos muertas, las dos.

Ella le miró con el ceño fruncido.

—¿Te has vuelto loca? Yo no estoy muerta. Sólo he estado durmiendo, tal y como tú dijiste que haría. ¿De qué locura estás intentando convencerme?

—No es una locura —dijo Kara, mirándola con los ojos encendidos—. Cuando nos casamos, yo hice que nuestras almas se unieran con la brujería de mi madre. Esa noche te dije que yo no quería existir sin ti, y lo dije en serio. Cuando tu padre te mató, juré vengarme de él, y cuando él me mató, una diosa se presentó ante mí y me ofreció un acuerdo. Le vendí mi alma para poder vengarte y matarle. Por ti. Cuando cerré el trato con Artemisa no comprendí que ese trato también te incluía a ti. Si yo vivo, tú vives. Estamos unidas. Para siempre.

Entonces kara hizo algo que pareció lo más increíble de todo: abrió la boca y le mostró unos colmillos largos y afilados.
¡Era una vampiro!

El corazón le latió con fuerza de miedo. ¡No era posible! Ésa no era su amada esposa, era un demonio infame.

—Te has aliado con Lucifer. Mi padre tenía razón. Todos los Zor-El son unos diablos que deben ser desterrados de esta tierra.

—No somos diablos, Kieran. Mi amor por ti es puro y bueno. Te lo juro.

Ella hizo una mueca y se soltó de su mano.

—Y mi amor por ti está tan muerto como mi padre —le soltó antes de salir corriendo a través de la niebla otra vez.

Kara se obligó a quedarse quieta y a no seguirla. Su esposa era joven y esa noche había tenido una fuerte conmoción.
Kieran volvería a ella, estaba segura de ello. En toda su vida de horror y de violencia, Kieran era lo único bueno y amable que ella había tenido. Solamente ella había tocado su corazón muerto hacía tanto tiempo, y había podido hacerla revivir.

Seguramente, no estaría enfadada con ella mucho tiempo. No, dado que lo único que había hecho era protegerla.
Ella se daría cuenta de la verdad y volvería.

—Vuelve pronto, Kieran. —Y entonces, pronunció la única palabra que nunca antes había salido de sus labios—: Por favor

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Bienvenidos sean a esta nueva e incitante historia ;)

『Chettos De Kazniia』 ♡

"Hasta que la muerte nos separe"Where stories live. Discover now