02. LA PRESENCIA INSOPORTABLE

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Es un nuevo día en el cuál me siento miserable, pero esté será peor debido a un vecino Cristiano que tengo al lado

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Es un nuevo día en el cuál me siento miserable, pero esté será peor debido a un vecino Cristiano que tengo al lado.

Me he puesto unos pastalones sueltos largos y un buzo de suéter con una chaqueta ya que hay un poco de frío. Me queda bién. Mi cabello rojo va atado en un moño, tomo mi mochilo y al colegio...

A muchas personas posiblemente les guste el colegio, yo lo detesto. La mayoria son Cristianos y por eso no tengo amigos, aunque lo admito, muchos han intentado ganarse mi confianza, pero no, no caere en eso. Primero querrán que me vuelva su amiga y luego cristiana, para después adorarle a un Dios que ni siquiera sé si existe.

—Bueno días—una voz ronca me saluda, energetico.

Al voltear veo los ojos azules intenso de Mateo y hago una mueca. 

Yo simplemente lo ignoro.

¿Cómo es que puede tener tanta energía tan temprano?

—¿No te enseñarón a saludar?—pregunta.

—No.

—Pues, yo te enseño. Si una persona te dice "buenos días"  debes responderle de la misma manera o al menos un '"Hola"—yo ruedo los ojos—no te gusta hablar, lo entiendo.

No puedo creer que voy a tener que soportar esto siempre.

Y sí, esto se pudó poner peor...

Seguimos caminando hasta el colegio y su insignificante presencia me estresa e incómoda bastante.

No sé porque. Pero, hay algo en él que me parece repugnante, quizás es porqué va todo el camino sonriente mirando al cielo y dando largos suspiro. O simplemente porqué no sé ser sociable.

—Dios es bueno...—dice de repente.

¿Bueno? ¿Qué tiene de bueno? Yo me detengo y lo fulmino con la mirada.

—¿Qué pasa?—pregunta.

—¿Quieres callarte?—espeto para seguir caminando.

Anoche me caía mejor en silencio...

—Está bién.

Poco después me alegro por primera vez de haber llegado al colegio. Es bastante amplio. Tiene un patio gigantesto, y una cancha para jugar basket. El dulce viento me abraza debido a todos los árboles que se encuentran rodeando el colegio.

Al entrar me dirijo a mi casillero y guardo todo. Mateo sigue tras de mí.

—¿Que no tienes nada que hacer?—le pregunto.

—No se que debo hacer, soy nuevo—se justifica, yo ruedo los ojos.

—La oficina de la directora—le señalo—ve y dile quién eres, quizás y te conozca. Luego te dará un mapa de todos tus salones—le informo para que se largue.

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