Sara y el Bosque de Algas

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En el vasto océano, donde el sol acaricia las olas y los corales bailan al ritmo de las mareas, se desplegaba un mundo lleno de misterios

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En el vasto océano, donde el sol acaricia las olas y los corales bailan al ritmo de las mareas, se desplegaba un mundo lleno de misterios. Esta naturaleza marina era tan inmensa que ningún humano podría siquiera imaginar su esplendor. Y más allá del grandioso jardín de algas multicolores y tras pasar las gráciles medusas y los astutos pulpos, justo en las afueras de la encantadora ciudad de Jipijapamar, se erguía una hermosa casa de almejas.

Aquella casa de almejas tenía conchas relucientes que reflejaban los destellos del sol filtrados a través de las aguas. Tenía un complicado patrón, pero su exterior relucía en tonos perlados y rosados que cambiaba con cada movimiento de las olas. El techo estaba formado por una sucesión de almejas entrelazadas, que le daba el aspecto de una cúpula ondulante que se mecía suavemente con las corrientes marinas. Las ventanas, estaban talladas y pulidas; dejaban pasar la luz.

También, se podía ver enredaderas de algas marinas verdosas trepando con delicadeza sus paredes. Y alrededor, entre la arena, había un pequeño y bonito arrecife de coral de muchos colores y con muchos pececitos danzando. En el interior, se tenían muebles tallados en coral, tejidos con más algas, y lámparas redondeadas de cristal que, dentro de ellas, había montones de fitoplancton bioluminiscente, dándoles luz como si fueran los focos de la gente que vive en la superficie; una suave y brillante de color azul. 

Sara era una joven sirena que vivía en aquella casa de almejas con su mamá y sus abuelos maternos

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Sara era una joven sirena que vivía en aquella casa de almejas con su mamá y sus abuelos maternos. Era una niña dulce, con una piel tostada y besada por el sol, cabellos castaños cortos, con una sonrisa que parecía iluminar hasta el pez payaso más triste. Por motivos de la vida marina, su papá vivía en el bosque de algas y cada cierto tiempo debía visitarle para pasar momento con él y sus abuelos paternos.

No mal interpreten, esta no es una historia en la que Sarita anhela explorar el mundo terrenal, mucho menos piensa enamorarse de un apuesto príncipe. No, su deseo más profundo era compartir con todas las personas que amaba y quería.

Por eso, estaba en aquel momento mirando por la ventana, más allá de las otras casas de almejas y coral, perdiéndose entre el hogar de los pulpos astutos. Ella sabía cuál era el camino hacia el bosque de algas donde vivía su papá, pero nunca la dejaban ir sola. Le decían que era muy pequeña y que el camino a casa de su papá era peligroso para una sirenita como ella.

Sara y el Bosque de AlgasWhere stories live. Discover now