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Quizás la vida se trataba de jugar, perder o ganar. Miraba todo a su alrededor, sus piernas estaban débiles, y sus ojos ardían de coraje.

Se suponía que la fiesta sería mágica, el reencuentro perfecto. Vestido con la camisa que había apartado en un principio para el cumpleaños de su hermana mayor, el pantalón de sastre color chocolate oscuro que su cuñado le había regalado, incluso el sombrero que su hermano le había dado en su graduación de secundaria. Su cabello estaba finamente arruinado, sus labios húmedos decorados por un lipgloss que no sabía a durazno; estaba vestido para la victoria, y aún con todo para ganar, Chūya se tragó su orgullo, se alejó de la puerta y decidió irse en silencio, sin tiempo para encontrar razones vagas para quedarse.

Su noche, la maldita fiesta por la que había desperdiciado casi noventa mil yenes en ropa, joyas y un regalo que ahora no era más que viles trozos de vidrio roto y madera astillada dispersos por el piso; todo se había ido al diablo y a penas eran las ocho de la noche. Pero...

¿Cómo? ¿Cuándo?

¿Por qué...?

Era domingo por la noche, la luna estaba oculta entre curiosas nubes que danzaban con dulzura en el cielo, todavía ligeras como para catalogarse de tormenta. Un grupo de estudiantes de la universidad de Yokohama estaba celebrando el fin de año, celebrando que su tortura académica iba a acabar con ellos, tomando alcohol, jodiendo con extraños, la velada era tranquila.

Nakahara Chūya había sido uno de los primeros en llegar y el último en dejarse ver entre la multitud de universitarios deseosos. Con una apariencia de ensueño, él no permitiría ser visto por alguien que no fuera la razón de todo, el verdadero motivo por el que no había ignorado la invitación desde un principio.

Nakahara era tachado por algunos como un rompecorazones, la perfección hecha hombre. Habían quienes discrepaban con esa opinión, alegando que en realidad no era más que un homosexual reservado, tomando vino caro con la punta de la lengua rozando su paladar superior, con una mirada de amarga autosuficiencia.

Gente de mierda, estúpidos entrometidos sin vida propia. El pelirrojo no estaba interesado en jugar con el corazón de las chicas como si fuera plastilina de preescolar, pero tampoco se consideraba del todo reservado; desde que llegó, se había mantenido en una esquina de la recepción en espera a que su persona especial llegase, un hombre, cabellos pardos vagamente peinados y una sonrisa de mierda que alguna vez fue para él.

No extrañaba a su ex, pero no todos los días de tu vida despertarás con las suaves caricias de Dazai Osamu, delineando tus mejillas, haciéndote sentir que el paraíso de verdad existe.

Chūya, quien se dedicó a ver al castaño llegar y ser recibido por la anfitriona con un abrazo cálido y un apretón de manos formal, no pudo mover sus ojos de su cuerpo y lo fantástico que la ropa casual le hacía destacarse. No podía engañarse, seguía enamorado de ese imbécil, y aún después de haber sido utilizado, engañado y tirado, a penas pasó junto a él sin reconocerlo, su corazón se aceleró, su cerebro empezó a liberar dopamina, y ningún vino le hizo sentir lo que ese desgraciado había logrado despertar entre sus piernas.

Estaba dispuesto a todo, arriesgarse, jugar para ganar. Había comprado algo sencillo pero bonito, una lámpara de tocador con la que el menor podría leer sus novelas desagradables hasta el amanecer; se acercó hasta un estante donde había dejado el objeto y aún dentro de una bolsa blanca comenzó a buscar al contrario en todo el primer piso de la casa. Nunca lo encontró. Probó suerte, subiendo las escaleras con rapidez y esquivando a un par de amigos que le dieron ánimos en su desastrosa travesía por recuperar al castaño. Estuvo un rato vigilando de puerta en puerta, iba a darse por vencido hasta que el sonido de tela rasgarse llamó su atención y le hizo volver sobre sus pasos, admirando una puerta entreabierta con intriga.

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⏰ Last updated: May 06 ⏰

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