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Siempre tenemos que ser nosotros los que sufrimos.

Los que ponemos la mano en el fuego a pesar de saber que nos quemaremos.

Los que damos todo hasta quedarnos vacíos.

Los que gastamos nuestro tiempo en cosas bonitas.

Siempre sufrimos nosotros, que irónico, ¿no?

Siempre estamos ahí, dispuestos a entregarlo todo por una persona, tan solo por verla feliz y no recibimos nada por ese detalle.

Por esos granitos de arena que caen en el relog.

Debí no haber querido tanto.

Debí demostrarles mi sufrimiento y mi debilidad para que viesen que yo también era humana.

Que tenía mis heridas y mis marcas.

Que tengo un dolor en el pecho que siempre estará ahí por darme cuenta de que, nadie, absolutamente nadie, se preocupó por mi cuando más me hacía falta.

Que nunca nadie se percató de que, en realidad, lo que derramaban mis ojos eran lágrimas de dolor y no de risa.

Que realmente no era una sonrisa lo que curvaban mis labios, si no una mueca de dolor porque cada vez me escocía más el corazón.

Ya no busco a nadie que me prometa que todo va a ir bien.

Ya no quiero a nadie que me de una palmada en la espalda y me diga que todo se solucionará con el tiempo.

Yo solo quiero que alguien me limpie las lágrimas en silencio.

Que sepa que sufro con una simple mirada.

Que me mire a los ojos y me diga que el mundo es una mierda, pero se va a quedar a mi lado.

Que me diga que si se derrumban los pilares, caemos juntos.

Me aferro a todo que me produce una mínima de cariño.

Me aferro a aquello que no es nada.

Que se evapora en cuanto confío en ello.

Porque lo intenté.

Lo intenté.

Lo intenté.

Lo intenté.

Lo intenté.

Y aún lo sigo intentando.

¿Cuánto tiempo durará esto?

¿Cuánto tiempo tenderé que seguir esperando a que venga alguien y me diga que se queda?

¿Tanto os cuesta quedaros al lado de una persona?

¿Tan poco sabéis lo que es amar?

DIARIO DE UNA CICATRIZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora