Día 1: Primera Cita

91 7 14
                                    


Impresionante.

Edgar ha invitado a Emz a por unos helados, no hay nada impresionante en ello, ¿no? Pues, para Edgar sus estándares (y crisis) van para otro lado.

-Día 1: Primera cita-

—Quédate quieto, que no puedo cerrar este último botón.

—Esto no funcionará, Lette. Agh... ¡Me estás ahorcando!

—Funcionará si te quedas quieto un segundo.

Hay cosas que uno no debería hacer cuando está a contrarreloj y con los nervios a flor de piel. Como por ejemplo, comer algo que pueda aflojar las tripas o contar cien monedas para comprar algo tan banal como una barra de pan.

En este caso, Edgar podría considerarse a sí mismo una olla a presión a punto de reventar. Había quedado con Emz a las cinco a por unos helados, era su primera vez invitándola a un sitio más allá del patio del Mortuorio o los comedores del parque y no quería desaprovechar la oportunidad de pasar tiempo a lo que vendría siendo —en ciertas palabras no tan románticas dentro de su diccionario secreto— el amor de su vida.

Edgar jamás había tenido citas antes o una salida tan formal y romántica dentro de sus cortos estándares. Podría contar con los dedos las veces que tuvo un casi cita: la vez que a sus ocho años acompañó a un compañero de clases a comprar dulces de manzana en una tienda de conveniencia al salir de la escuela, y la vez en que Penny le pidió ayuda para recolectar ostras toda una tarde porque Jessie no podía acompañarla debido a que pilló una neumonía de esas que toses y terminas en la morgue. Y hasta ahí llegan sus ejemplos.

Así que, tras haber estado desde el mediodía parado frente al reloj de casa fijándose en cómo el segundero avanzaba completando vueltas y vueltas, recurrió a la peor idea de todas: pedirle ayuda a su hermana para prepararlo para la cita.

— ¡¿Por qué demonios el cuello de esta camisa es tan ajustado?!— Era sofocante, por más que intente apartar las manos de Colette ella seguía insistiendo.

—Falta poco, falta poco...

Y lo abrochó, pero no duró mucho. Los hilos cedieron y el botón salió volando, rebotando unas cuantas veces en el suelo hasta esfumarse bajo la cama.

Edgar se sostuvo el cuello mientras el oxígeno volvía a cruzar libremente a través de su garganta. Enfrente suyo, Colette dirigió la mirada angustiada hacia donde supuestamente el botón desapareció antes de devolverse con un suspiro frustrado. Suspiro que era más el rugido de un tren averiado que otra cosa.

—¡Te dije que te quedaras quieto! Papá nos matará si sabe que rompimos unas de sus camisas.

—Que rompiste su camisa, querrás decir.

No tuvieron opción, escondieron la prenda en una caja de cartón y la mandaron a un rincón de una patada. Después de ocultar el cadáver, Colette continuó su búsqueda dentro de los confines del ropero de su padre, hallando únicamente camisas de colores neutros y corbatas de esas que llevan dos tipos de personas: los payasos y los vagabundos.

—Ni hablar que volveré a probarme otra camisa de tortura— Edgar se paró frente al espejo, no se veía nada mal llevando una camiseta negra de mangas cortas sin estampado, pero era demasiado casual para la ocasión.

—No vas a impresionar a Emz siendo el Edgar normal de todos los días y semanas— Colette desparramaba la ropa haciendo una montaña sobre el colchón, se estaban quedando cortos en opciones. —Tenemos que pensar en algo que haga que Emz tirite roja como una gelatina de guinda tras verte.

EmoZombie Week 2024Where stories live. Discover now