20. Indudable positivo

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Desde que tuvo consciencia de que era responsable de su existencia, pensar en positivo siempre fue el lema de Ángela. No obstante, cuando la vida decidía sacudir el suelo, era imposible no tambalearse e incluso caer. Ella casi lo hizo al aparecer esas dos líneas bien marcadas dentro de la minúscula ventana de una prueba de embarazo casera.

Durante diez días quiso creer que el retraso de su período se debía a otro desorden hormonal, de esos que se curaba con Memo. Ella no podía estar embarazada, se negaba a creerlo.

La dura realidad la golpeó de frente: el único anticonceptivo cien por ciento seguro es la abstinencia, y su día a día incluía como mínimo un intercambio de fluidos diario. Intentó, pero no recordó el momento exacto del mal cálculo, y quiso darse contra la pared.

En un año se graduaría de la universidad y tenía planes para después, un embarazo no estaba entre ellos.

Dominada por el pánico, salió del baño de la casa de sus padres y, tras despedirse de su madre, fue a la salida. Con el celular en la mano, caminó por la acera rumbo a la parada de autobús. Iba con la vista baja, enviando un mensaje a Julia. Necesitaba hablar con alguien o aquello reventaría en su pecho; el sudor frío helándole la espalda y la nuca era suficiente para saberse al borde del colapso. Sus otras amigas la acribillarían con preguntas que no estaba segura de poder responder. Por otro lado, no quería soltar la bomba en su hogar y menos comunicársela a Memo, no todavía.

Logró tranquilizarse hasta recibir respuesta: Julia estaba en la casa. Sabía que no se encontraría con su novio, ese día tenía mucha carga universitaria e iría directo a su trabajo de medio tiempo. Jaime tampoco estaría pues tenía varias consultas por delante, según dijo su amiga. Era seguro.

Poco después, irrumpió con la fuerza de un remolino apenas Julia abrió la puerta.

—¿Estás bien? Me dejó preocupada tu mensaje.

No respondió. En cambio, fue hasta el sofá y se dejó caer en él con expresión ausente, como si no la hubiera escuchado. Luego, subió las piernas y, poniéndose de costado, quedó en posición fetal. Tal actitud encendió las alarmas de su anfitriona.

—Ángela, ¿Qué fue lo que sucedió?

La muchacha siguió con la lengua hecha nudo, pero tuvo la voluntad para abrir su bolso y sacar la causa de su crisis. Mirando a otro lado, extendió el dispositivo a Julia. Sin tener a mano la forma de interpretarlo, ella supo que solo un positivo pondría en jaque a la siempre liviana Ángela.

Por un momento, compartió el asombro de la joven. Al final, la terapeuta se impuso y, con lentitud, se sentó a su espalda, intentando transmitirle apoyo mediante suaves caricias a lo largo de la espina dorsal.

—¿Quieres hablar? —preguntó, más como una invitación.

Pero Ángela solo quería llorar. Lo hizo por varios minutos, hasta sentir que la obstrucción en la garganta se desvanecía y la dejaba respirar otra vez. Entonces, giró hacia Julia y se abrazó a ella, sosteniendo la barbilla en el hombro ajeno.

—Soy una idiota —dijo, moqueando y con la piel alrededor de los ojos hinchada y enrojecida.

—No lo eres, puede pasarle a cualquiera.

—Memo y yo ni hablamos de la posibilidad. No sé si quiere hijos o no. Ni siquiera sé si seguiremos juntos el próximo año.

—¿Y tú? ¿Qué es lo que quieres?

—Es por eso por lo que soy una idiota, porque sí quiero tenerlo. No tengo nada para dar y estoy temblando de miedo, pero también se siente bonito —confesó, volviendo a entregarse al llanto.

Enternecida, Julia la cobijó más fuerte contra ella.

—Nunca te arrepientas de algo así. Lo importante es que sepas lo que quieres. Creo que ese bebé no se equivocó al elegirte. Estoy segura de que serás una excelente mamá.

La afirmación fue una caricia para el alma de la atribulada muchacha.

Estuvieron un par de horas conversando. Ángela tenía pocas ganas de volver a su casa; si su madre la veía así no la dejaría en paz hasta hacerla confesar todo. Por otro lado, pensó que lo mejor era que Memo lo supiera de una vez, así que aguardaron juntas al otro par de habitantes de aquella casa, vuelta el refugio de tantos.

El primero en aparecer fue Jaime y, al igual que Julia, se preocupó al encontrarse a una Ángela distinta a la joven siempre alegre que había visto los últimos dos años. Ambos acompañaron en silencio la introspección de la joven por otro largo rato. Sin decir mucho, se retiraron una vez que el futuro padre entró por la puerta.

Encerrados en su habitación, se mantuvieron imperturbables, tratando de enfocarse en la trama de la película que Julia eligió y que no daba tregua en la pantalla. Estaban en el sitio más confortable del mundo; ella sentada entre las piernas abiertas de Jaime. Por su parte, él tenía la espalda sostenida contra la cabecera de su cama y la rodeaba con los brazos. Sin embargo, era difícil aislarse de lo que sucedía afuera y que los tenía dando vueltas en su propio mundo interior. Habían escuchado a Ángela hablar entre sollozos, a Memo buscando las palabras para consolarla y equivocándose en casi todas. En algún punto, las voces se elevaron más de lo normal, para luego regresar a la modulación original.

—Tal vez hubiera sido mejor irnos. —Julia se acurrucó sobre el cuerpo que la abrigaba, se sentía impotente porque estimaba a la pareja, y un embarazo no esperado no era noticia fácil de digerir—. ¿Crees que lo solucionen?

—Lo harán. No te preocupes. Son buenos chicos y se quieren.

Julia no lo dudaba, pero entendía que el puro amor no supera cualquier obstáculo.

La película acababa de terminar cuando escucharon que alguien llamaba a la puerta. Se miraron y fue Jaime el que se levantó a abrir. Un conflictuado Memo volvió a saludarlos como si no se hubieran visto antes.

—Bro, ¿puedo hablar contigo? —preguntó con ambas manos metidas en los bolsillos del pantalón de mezclilla. Lo rodeaba una energía complicada que había ahuyentado el comportamiento inmaduro, característico en él.

—¿A solas?

—No, no pasa nada si July escucha. Supongo que ya lo sabes, así que quería pedirte un favor. Mi jefa no conoce a mi flaca, y quiero que lo haga antes de que se entere. —Memo se rascó la cabeza para ordenar la siguiente idea—. ¿Puedes acompañarnos a Guzmán este fin de semana?

—¿Yo? —Jaime no disimuló que la petición lo tomó por sorpresa y se señaló a sí mismo.

—Mi jefa les hace caso a ti y a mi tía, hablen bien de mi flaca. Si no, mi mamá va a montar un escándalo, ya sabes cómo es.

Volver a su ciudad natal era un compromiso difícil de cumplir. Con esfuerzo lograba concretar una visita anual para celebrar el cumpleaños de su madre, porque ni las otras fechas especiales eran razón para hacerlo. Aquel lugar estaba sembrado de malos recuerdos, pero no pudo negarse. Aunque no lo demostrara, quería a Memo como al hermano que no tuvo.

—No pareces contento con la idea de ir —aventuró Julia al quedarse solos otra vez.

—Lo estaré si vas conmigo.

La inesperada invitación la conmovió. Por supuesto que lo haría.

 Por supuesto que lo haría

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