24. Amores parejos

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Ramona observó ceñuda a la joven frente a ella. Desde que cerró la puerta y tomaron asiento, no había dicho nada, ni siquiera le dirigió la mirada. Se quedó ahí, ausente y respirando con un aura de intranquilidad acrecentándose a cada inhalación. Ella creía saber el motivo, pero si algo le enseñaron tantas vivencias, fue a comprender que hay momentos para hablar y muchos otros para callar; aun evaluaba cuál de los dos era aquel.

—Doctora —dijo y repitió un par de veces, hasta lograr que Julia centrara la vista en ella—, si quiere podemos empezar otro día.

—Discúlpeme, no sé dónde tengo la cabeza. —Dispuesta a cumplir con su deber, se reacomodó en el asiento, enderezando la columna vertebral. La maraña en su pecho jaló el hilo del raciocinio, pero se esforzó al máximo por conservar la profesionalidad de su envestidura—. Como ya le dijo Jaime...

Nombrarlo derrumbó el diminuto autocontrol que logró recuperar. Frotó una palma contra la otra, y volvió a enfocarse en desterrar la escena atestiguada minutos antes: Pamela había entrado a ese espacio que era de ellos dos, dócil y con esa vocecita, aguda y femenina, adueñándose del aire.

Julia solo pudo visualizar con claridad el cuerpo de perdición y la boca seductora con la que se dirigió a Jaime; Ramona y ella se convirtieron en espectadoras invisibles. Pidió hablar y la mirada de él se ancló en la suya. Reconoció de inmediato la petición silenciosa. Algo dentro se le resquebrajó una vez que logró darle su aprobación con un firme asentimiento.

¿Por qué fingió estar bien? Aunque admitía que el beso tierno con el que se despidió le dio un destello de paz.

Sin embargo, ella no quería que se fuera con esa mujer, no quería sentir lo que estaba consumiendo su cordura. No iba a negarlo: se estaba atragantando con los celos. El desagrado con el que Jaime le respondió a Pamela la primera vez que los vio encontrarse, había desaparecido por completo y dado entrada a la anuencia... y a algo más que no identificaba.

¿Añoranza tal vez? Pensarlo la hizo apretar los labios para evitar esa sensación desolada instalándose en su pecho.

—Tampoco me agradó que esa descarada viniera a buscarlo.

La voz de Ramona la regresó junto a ella de un manotazo.

—¿Cómo?

—Es por eso por lo que estás así, ¿verdad? —La anciana se puso de pie y cambió de lugar al sillón al lado del que ocupaba Julia. Con ternura, puso su mano arrugada sobre la de la terapeuta—. Niña, tú serás la doctora, pero yo estoy muy vieja. También la conozco, la vi una vez hace mucho en el otro consultorio del doctor y a mí no se me olvida una cara. Él me dijo que era su novia, pero no se llevaban nada bien. Poquito después, supe que ya no estaban juntos. Por esos días él estuvo muy mal.

—Señora Martínez, de verdad no sé qué me sucede, estoy siendo muy poco profesional —externó, tan desvalida y confundida que en la mujer mayor nació el impulso de darle una palmadita en las manos.

—Te pidió permiso para ir con ella, así que debes ser muy importante para él. Tú, no ella.

A cada segundo, la vergüenza iba ganando terreno. Julia recapituló lo mucho en que debió fijarse la anciana para darse cuenta de todo sabiendo tan poco.

—Ahora a las mujeres les dicen que tienen que pelear a cada rato; los hombres siempre lo han hecho. Todos están muy ocupados con esos celulares del diablo, no se ven la cara y cuando lo hacen es para decirse lo primero que se les ocurre. A dos de mis hijos se les hizo más fácil divorciarse que sentarse una hora todos los días a conversar con las personas que disque decidieron compartir la vida. Ya no se respeta nada.

¿Y si me analizas y yo a ti? #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora