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Por la mañana salimos Ruth y yo a las siete y media y nos dirigimos a Enzo para tomar un desayuno caliente.

Con una taza entre mis manos, intenté disipar el crudo frío que sentía por dentro. Me había duchado y puesto una camisa y una chaqueta de punto del armario de Ruth, y me había maquillado un poco, pero no recordaba haberlo hecho.

—No mires ahora, pero el señor Suéter Verde está mirando hacia aquí, imaginando tus largas piernas sin tejanos... ¡Oh, pero si acaba de saludarme! No estoy de broma. Me ha hecho un saludo militar. Qué encanto.

No estaba escuchando. El accidente se había reproducido en mi cabeza, de nuevo, toda la noche, ahuyentando cualquier posibilidad de conciliar el sueño. Mis pensamientos eran una maraña, mis ojos estaban secos y cansados, y no podía concentrarme.

—El señor Suéter Verde parece normal, pero su acompañante parece un chico duro y malo —dijo Ruth-. Emite una señal del tipo no-te-metas-conmigo. Dime que no se parece al hijo de Drácula. Dime que me lo estoy imaginando.

Levantando la mirada lo justo para echar un discreto vistazo, me encontré con una cara bonita de rasgos delicados. El cabello rubio le caía sobre los hombros. Ojos color cromo. Sin afeitar. Impecablemente vestido con una americana hecha a medida encima de un suéter verde y unos tejanos negros de marca.

—Te lo estás imaginando —dije.

—¿No te has fijado en los ojos hundidos? ¿El pico de viuda? ¿Su figura de larguirucho? Hasta podría ser lo bastante alto para mí.

Ruth se acerca al metro ochenta, pero tiene una obsesión con los tacones altos. También tiene una obsesión con no salir con chicos bajitos.

—Vale, ¿qué ocurre? —preguntó Ruth—. Pareces pasmada. No tendrá que ver con lo de caballeriza ,¿verdad que no?

Podría ocurrirle a cualquiera. De acuerdo, las posibilidades se reducirían considerablemente si tu madre se trasladara a la civilización.

Pensaba contarle a Ruth lo que había ocurrido. Pronto. Sólo necesitaba un poco de tiempo para aclarar los detalles. El problema era que no sabía cómo hacerlo. Los pocos detalles que recordaba eran inconsistentes. Era como si una goma de borrar hubiese dejado mi memoria en blanco.

—Hummm... no te lo pierdas -dijo Ruth—. El señor Suéter Verde se está levantando de su silla. Ahí tienes un cuerpo que asiste al gimnasio regularmente. Y viene hacia nosotras, sus ojos en busca de bienes raíces, tus bienes raíces, chica.

Un segundo más tarde nos saludó con un «Hola» grave y agradable.

Ambas levantamos la vista al mismo tiempo. El señor Suéter Verde estaba de pie junto a nuestra mesa, los pulgares enganchados en los bolsillos de sus tejanos. Tenía los ojos azules, con greñas rubias a la moda sobre la frente.

—Hola —respondió Ruth—. Yo soy Ruth. Ésta es mi amiga Cristel Beaumont.

La miré con ceño. No me pareció bien que mencionara mi apellido, como si eso violara un acuerdo tácito entre chicas, y, sobre todo, entre amigas de toda la vida, en presencia de chicos desconocidos. Saludé con la mano de manera indiferente y me llevé la taza a los labios, quemándome la lengua.

Él acercó una silla de la mesa de al lado y se sentó a horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo. Me tendió la mano y dijo:

—Yo soy Blake Swan. —Se la estreché, aunque me pareció demasiado formal—. Y éste es James—añadió señalando con la barbilla a su amigo, a quien Ruth había subestimado al llamarle «alto».

Toda la estatura de James descendió sobre una silla que estaba al lado de Ruth, haciendo que la silla pareciera pequeña.

Ella le dijo:

—Creo que eres el chico más alto que he conocido. En serio, ¿cuánto mides?

—Uno noventa y cinco —respondió James entre
dientes, cruzándose de piernas.

Elliot se aclaró la garganta.

—¿Desean las damas que les traiga algo?

-No, gracias —dije levantando mi taza—. Ya he pedido.

Ruth me pateó por debajo de la mesa.

—Para ella un donut relleno de crema de vainilla.
Que sean dos.

—Te estás saltando la dieta, ¿eh? —la pinché.

—Menos cachondeo. La vaina de la vainilla es una fruta. Una fruta de color marrón.

—Es una legumbre.

—¿Estás segura?

No lo estaba.

James cerró los ojos y se pellizcó el caballete de la nariz.

Aparentemente estaba tan emocionado de sentarse con nosotras como yo de que se acercaran.

Mientras Blake iba al mostrador, lo seguí con la mirada. Sin duda iba al instituto, pero no al Mobrige High School. Su cara me sonaría. Tenía un carácter simpático y sociable que no pasaba inadvertido. De no haberme sentido tan afectada, de verdad me habría interesado. Como amigo, quizá más.

—¿Vives por aquí cerca? —le preguntó Ruth a James.

—Sí.
—¿Vas al instituto?

—Al Kinghorn —respondió con cierto aire de superioridad.

—No lo conozco ni de oídas.

—Un colegio privado. En Portland. Entramos a las nueve. —Se levantó la manga y miró su reloj.

Ruth hundió un dedo en la espuma de su capuchino y le dio un lametazo.

—¿Es caro?

Jules la miró directamente por primera vez y entornó los ojos.

—¿Eres rico? Apuesto que sí —añadió Ruth .
James la miró como si ella acabara de matarle una mosca posada en su frente. Empujó su silla hacia atrás, tomando distancia de nosotras.
Blake regresó con una caja de seis donuts.

—Dos con crema de vainilla para las damas —dijo empujando la caja hacia mí— y cuatro glaseados para mí. No sé cómo es la cafetería del Mobrige High.

Casi escupimos la leche.

—¿Vas al Coldwater High?

—Empiezo hoy. Acaban de trasladarme del Kinghorn.

—Cristel y yo vamos al Coldwater High -dijo Vea —Espero que os sintáis afortunados. Si necesitáis saber algo, como a quién invitar para el baile de primavera, no tenéis más que preguntar. Cris y yo no tenemos compañeros... de momento.

Decidí que era hora de levantar el campamento. Era evidente que James estaba aburrido e irritado, y estar en su compañía no ayudaba a mi estado de ánimo intranquilo. Simulé mirar el reloj de mi móvil y dije:

—Mejor vamos tirando, Ruth. Tenemos que estudiar para el examen de Biología. Blake, James, ha sido un placer.

—Pero si el examen es el viernes —dijo Ruth.

Me encogí por dentro. Por fuera, sonreí.

—Es verdad. Me refería al examen de Inglés. La obra de... Geoffrey Chaucer. —Todos sabían que estaba mintiendo.

En cierto modo mi rudeza me sabía mal, sobre todo porque Blake no había hecho nada para merecerla. Pero no quería quedarme allí sentada. Quería avanzar, alejarme de la noche anterior. Quizá la pérdida de la memoria no fuera algo tan malo después de todo. Cuanto antes olvidara el accidente, antes volvería mi vida a la normalidad.

—Espero que tengas un primer día estupendo, y quizá nos veamos a la hora del almuerzo —le dije a Blake.

Luego cogí a Ruth de un brazo y la arrastré hacia la puerta.

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⏰ Última actualización: May 05 ⏰

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𝐂𝐮𝐫𝐬𝐞𝐝 𝐢𝐧 𝐇𝐞𝐚𝐯𝐞𝐧; Tom KaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora