III 『 A los ojos del emperador no somos más que juguetes nuevos 』

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Por fin llegaron a un pasillo enorme, los castillos rojos con dibujos de dragones dejaban en claro que este salón no era un lugar al que cualquiera pudiera entrar. Chūya respiro hondo, su corazón latía a mil por segundo, ¿debía bajar la cabeza acaso? No lo sabía, volteo en dirección a su primo. Ryū también parecía bastante estar bastante dubitativo hacerla de la acción que debía hacer a continuación. Se dieron una mirada rápida tratando de leerse entre ellos, sin embargo ambos estaban tan confundidos que no lograron llegar a ninguna conclusión.

Una enorme puerta rojo con un gran decoro el final del pasillo. La enorme puerta que fácilmente mediría más de nueve metros estaba decorada con una enorme estampa de dragón en color dorado.

El emisario del emperador volteo a verlos y de la nada el aire de la habitación pareció congelarse. Chūya no sabía si fue solo para él, pero de la nada la temperatura pareció disminuir mínimo 10 grados a comparación de hace unos segundos.

— Por favor pónganse los velos y bajen la cabeza antes de entrar a la sala del dragón — si bien el lenguaje era educado, la manera en la que lo había dicho era claramente una orden.

Sin dudar un solo segundo Nakahara aventó el velo sobre su cabeza, mientras asentía en dirección a Ryūnosuke. Ambos inclinaron la cabeza mientras un golpe lento sonaba, la puerta se estaba abriendo y el corazón de Chūya pareció detenerse un segundo.

— Caminen.

El piso era un de mármol antes blanco se volvía negro mientras más se adentrando en aquel salón, "se volvió totalmente negro" pensó Chūya en algún punto al notar la falta de luz en el suelo.

— Alto — todos detuvieron sus pasos como si su vidas dependieran de ellos (porque así era) — Sol del imperio, aquel que en su sangre lleva la sangre del dragón — hizo una pausa — ante usted presentó a los candidatos a emperatriz.

— Con qué estás son las novias elegidas por mis queridos consejeros.

Chūya trago saliva, la voz no era grosera, tampoco cruel. La voz era juguetona e incluso sonaba curiosa, desde el punto de vista de Nakaraja, esto era mil veces peor que si fuera grosera. Se sentía patético, como si fuera un juguete nuevo recién entregado a un niño caprichoso el cual sus padres tratan de complacer a toda costa. ¿Eso era no? Un juguete para un niño que sus padres trataban de complacer, pero este niño era un adulto y sus padres eran un imperio entero.

— Así es su majestad — esa voz no la conocía pero tampoco podía darse el lujo de levantar la cabeza para ver al dueño de aquella voz.

— Kunikida y Atsushi se dieron mucho tiempo y esfuerzo para elegir a los personas más bellas del imperio.

Bromeo con un toque de coquetería, seguramente las chicas se habían sonrojado ante tales palabras pero Chūya sentía que podría vómitar sangre en cualquier instante. ¿Acaso el emperador era tan idiota qué creería que caerían ante tales coqueteos de cuarta?

— La enviada de la familia Haruma levante el velo y de un paso hacia el emperador para presentarse ante él.

La chica de su lado derecho dio el paso y levantó el velo. Chūya no podía ver su rostro pero estaba noventa porciento seguro que debía ser una de esas bellezas que robarian suspiros por donde quiera que fuera, tenía una idea general de su estructura ósea gracias al diván pero ahora mismo no podía confirmar sus teorías.

— Haruma Hana presenta sus respetos al emperador — la voz era dulce, casi al punto de empalagar, por instinto sacó la lengua, se sentía bastante incómodo.

— Levanta la cabeza, vaya, eres encantadora, la familia Haruma fue muy amable al enviarnos una chica tan bella como usted para ser parte de mi harem ¿no lo crees Atsushi?

"¿Se está burlando?"

Nakajima se limpio la garganta antes de hablar tratando de ocultar la incomodidad en su voz, no era el momento de reprender al emperador.

— Así es su majestad — volvió a toser ligeramente — señorita Haruma regrese a su lugar y su posición anterior, señorita Minami de un paso al frente, quítese el velo y presente sus respetos al emperador.

— Minami Rin presenta sus respetos al emperador — la voz era más limpia, si tuviera que ser descrita de una manera poética sería reflejada como el sonido de un río en una tarde de verano, o al menos eso pensó Nakahara, se había quitado el exceso de dulzura de chica anterior gracias a ella.

— Levanta la cabeza, increíble, eres realmente linda, la familia Minami fue agradable al enviar una hija tan encantadora.

— Regrese a su lugar señorita Minami — ordeno el hombre desconocido que antes habían llamado Kunikida.

El corazón de Chūya latía a mil por segundo, era su turno y lo sabía, aquellos pequeños instantes mientras la chica se acomodaba en su lugar solo le creaban mayor expectación y agotaban su ser. Siempre fue creyente que si algo debían hacerse se hiciera lo más rápido posible para evitar esta clase de incomodidad que lo invadían y no lograban otra cosa más que hacerlo querer huir de ese lugar.

— El último de un paso al frente y quitase el velo.

Esa voz no era de ninguno de los consejeros.

No tuvo opción e hizo exactamente lo que le ordenaron. El paso al frente fue ligero, no tenía intención de darse un pisoton que llamara la atención más de lo que ya lo había hecho, quito el velo con calma tratando de no verse desperado por ver a su "dueño", intentaba con todo su ser mantener al menos un poco de dignidad en esta terrible situación.

— Levanta la cabeza.

Lo hizo.

Y ahí estaba, sobre un enorme trono color rojo, que era sostenido por encima de ellos, casi ocho escalones sobre ellos, como si no estuvieran al mismo nivel (de hecho así era) el emperador. Cabello castaño algo largo del frente y ojos cafés que sentías que podrían ver a través de tu alma y tragarte en un instante. Su rostro naturalmente atractivo era del tipo que sus hermanas describirían como "bendecido por los dioses". Todo esto era un más acentuado con ropa totalmente dorada con detalles en café, su tocado igual de dorado con rojo del que pequeñas porlas acentuaban aún más su estatus ya conocido casi le roban un suspiro.

— Nakahara Chūya presenta sus respetos al emperador.

Una sonrisa ensancho tanto en sus ojos como en sus labios, Chūya sintió que el inicio de su fin probablemente era con aquella sonrisa.

El Harem del Emperador || SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora