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¿Cómo caiste del cielo, ó Lucifer, que nacias por la mañana? ¿Cómo caiste en tierra, tú que llagabas las gentes?
                                              (Isaías, 14:12) 

En las profundidades ardientes del inframundo, donde el eco de las almas condenadas retumba sin cesar, Lucifer, el caído, camina con pesadez por los confines de su reino de fuego y azufre. Su figura, aunque majestuosa, se ve atormentada por siglos de exilio y el peso de una corona que nunca deseó.

— ¿Por qué? —se pregunta en la soledad de su palacio, una construcción tan imponente como sombría  —¿Por qué he de ser yo el guardián de este purgatorio, el verdugo de los perdidos?.

— Esta condena..., este eterno papel de justiciero de la maldad que me ha sido impuesto —murmura Lucifer, su voz una mezcla de ira y desesperanza, resonando contra las paredes de piedra —Soy el reflejo de sus propios pecados, el espejo oscuro en el que la humanidad se niega a mirarse. Y aún así, me vilipendian, me convierten en el chivo expiatorio de sus propias fallas.

Las llamas se agitan a su alrededor, como si intentaran consolar al señor de las sombras.

En un momento de reflexión, Lucifer se aproxima a las llamas eternas — su mirada perdida en el danzar de los fuegos que parecen consumir todo excepto a él.

— Mi anhelo — susurra  — es romper estas cadenas, elevarme de nuevo hacia la luz de la que fui arrancado. Pero, ¿cómo puedo anhelar el perdón en un reino donde soy soberano de la condena?.

La ironía de su destino lo envuelve, dejándolo atrapado entre su naturaleza y su deseo de redención. En el silencio que sigue, solo el crepitar del fuego contesta a sus lamentos, un recordatorio constante de su caída y de la eterna búsqueda de un propósito más allá de la oscuridad del castigo eterno.

Lucifer camina con paso pensativo por los dominios infernales que gobierna. Su mente, un abismo de sabiduría antigua y preguntas sin respuesta, se ve asediada por una duda que trasciende el tiempo: "¿Por qué aquellos que perecieron en el gran diluvio, el cataclismo enviado por Dios para purificar la Tierra, se han convertido en las criaturas más temibles y leales que sirven bajo su mando?". Este enigma como un eco persistente resuena en las cavernas de su ser, desafiando su entendimiento.

La ironía de esta situación no escapa a su percepción. Aquellos seres cuáles en vida fueron rechazados por la divinidad y condenados al olvido en las aguas del juicio, ahora se encuentran en su reino transformados. No son meramente sombras de lo que fueron; su esencia se ha retorcido en manifestaciones aterradoras, reflejos distorsionados de su existencia previa. Lucifer contempla cómo en su caída, estos espíritus encontraron un propósito, convirtiéndose en pilares de su reino en guardianes de sus abismos y ejecutores de su voluntad.

Aunque encuentra en una encrucijada inesperadamente melancólica, una situación que revela una faceta poco conocida de su existencia. La soledad que siente al no poder comunicarse con sus sirvientes, quienes hablan un idioma distinto al suyo, ha sumido a este poderoso ser en una tristeza profunda. Esta barrera lingüística no solo lo aisla dentro de su propio reino, sino que también le impide participar en las complejidades y matices de las relaciones que se forman en su entorno. La comunicación, después de todo, es un puente esencial para la conexión y comprensión entre seres, incluso en los dominios más oscuros.

El deseo de Lucifer por algo interesante que rompa esta monotonía y le aporte un rayo de luz a su existencia, es un grito al universo por conexión y novedad. La intrigante posibilidad de que algo o alguien pueda cruzar su camino y ofrecerle una solución o al menos un desvío de su soledad, mantiene viva la esperanza en el corazón de las tinieblas. Tal vez este anhelo por la comunicación y el entendimiento sea el catalizador para un cambio, no solo en su reino, sino en él mismo, desafiando la percepción eterna de su naturaleza inmutable.






La situación de Lucifer nos recuerda que, sin importar cuán poderoso uno pueda ser, la necesidad de conexión y entendimiento es universal. La esperanza de que algo interesante llegue pronto a su vida, sirve como un recordatorio de que incluso en los lugares más oscuros y solitarios, hay espacio para el cambio y la sorpresa. La tristeza de Lucifer podría ser el principio de una historia donde la búsqueda de comprensión y la superación de barreras lingüísticas y culturales se conviertan en un viaje de transformación personal y colectiva.

F. P. 🦋

Mi amor con Asael Where stories live. Discover now