Capítulo 14: Vivir así es morir de amor.

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—Te la juegas por los chicos equivocados —dijo la voz de la tía Rosa nada más salir del recuerdo. Y tenía razón.

Me la jugué por Ángel, Javi, Raúl, Dani y Alex, sin embargo, con Sergio ni si quiera lo intenté. Me di por vencida antes de que, incluso, hubiera una guerra por la que sacar bandera blanca. E iba a pasar lo mismo con Toni. En mi cabeza la voz de Silvia Abril sonó: insúltela, es tonta y no lo va a entender. No tenía lógica la ley del silencio que me impuse con Sergio, sin embargo, con Toni es diferente, ¿verdad? Dime que tú también lo ves diferente para no sentirme tan estúpida. Es mi amigo, joder, tengo mucho más que perder. Cuando lo de Sergio solo perdí a un buen chico que follaba que flipas. Con Toni perdería un pilar básico en mi vida.

El temblor volvió, aunque esta vez duró menos que el resto de ocasiones. Miré a mi alrededor y fruncí el ceño al ver cómo las puertas se desdibujaban con tanta vuelta y únicamente quedaron dos para cuando todo se calmó.

—Esta vez escogerás solo una —indicó el reloj.

Estudié las dos opciones que tenía delante. Pese a que las puertas eran idénticas al mirarlas sentí una vibra muy diferente. La puerta que quedaba al norte de la habitación redonda me aceleraba al corazón con solo mirarla. ¿Extraño, eh? Pero no era un aceleramiento malo. Me explico. Era un aceleramiento nervioso, un poco ansioso y algo excitante, como si al otro lado supiera con seguridad que está esperándome Miguel Ángel Silvestre para pedirme matrimonio. La puerta al sur de la sala me despertaba unas sensaciones totalmente contrarias. Me inquietaba, hacía que el corazón me diera un latido menos y sintiera un nudo en la garganta. ¿Adivinas cuál cogí? Bingo, la segunda. Anastasia Steele y yo somos amigas íntimas, por si no lo habías notado.

Tocar el pomo de la puerta fue algo parecido a tocar hielo recién sacado del congelador. Al apartar los dedos noté como mi piel se resistía a separarse de él. Asomé la cabeza por el tranco de la puerta, asustada. Me mordí la lengua cuando volví a ver a mi terapeuta, esta vez, mirándome con la cara compungida.

—No puedo obligarte a estar aquí, Daniela, aunque me gustaría que supieras que lo estás haciendo muy bien. —Su tono de voz era maternal, incluso rozaba lo infantil.

—¿En serio? —Crucé las piernas—. Yo siento que estoy empeorando. Me obsesiono con los espejos, me avergüenzo al comer en público, evito salir de casa y me paso el día en la cama, ya sea tumbada o haciendo abdominales.

La mujer apretó la punta del bolígrafo y lo introdujo en la espiral de su libreta marmolada. El silencio entre nosotras se volvió pesado, tanto que me presionaba los pulmones y me costaba respirar. Tardó unos segundos en levantar la mirada de la libreta, y cuando lo hizo me miró con intensidad.

—Por eso mismo deberíamos seguir con esto. —Suspiró—. Apenas hemos tocado la punta del iceberg.

Negué varias veces con la cabeza. La decisión estaba tomada. No quería ir allí nunca más. Me daba ansiedad pensar que tenía que enfrentarme a preguntas comprometedoras que, en lugar de darme respuestas, me creaban más preguntas e incertidumbre. Podía intuir la raíz de mi problema, pues la psicóloga hacía mucho hincapié en la relación de mis padres, tanto entre ellos como la que tenían conmigo. Pero intuir no es saber, y aunque ahora mismo me encuentre más o menos bien, sigo sin entender qué es lo que hay mal en mí. En mi vida.

—Bueno, veo que no tengo posibilidades para convencerte y, como he dicho antes, no puedo obligarte a seguir viniendo aquí —se dio la vuelta y cogió un regalo de su mesa (el mismo que vi hace tres recuerdos)—. Me gustaría que, al menos, tuvieras un lugar donde volcar tus pensamientos e inquietudes —dijo con una sonrisa triste en los labios.

Un viaje al centro de mis latidos © #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora