Prólogo

138 19 35
                                    

Desde la infancia siempre fui alguien retraído.

He de admitir que ser asocial en esos tiempo me favorecía, ya que no estaba involucrado en ninguna de esas actividades desastrosas que otros niños de mi edad hacían.

Nunca me agradó la compañía de extraños, adultos o niños. Siempre los veía como personas intrusivas, peligrosas. Supongo que en ese entonces era de cierto modo normal para un niño de mi edad temerle a lo desconocido. Pero contigo... Contigo todo fue diferente.

Te habías mudado a la casa de al frente junto con tu familia.

Y aunque en un principio no me pareciste alguien entrañable con el tiempo, al observarte desde lejos y admirar tu valentía para no ceder a las peticiones de los demás supe que tenía que intentarlo.

Tenías que ser mi amigo.

Nuestras madres se conocían, eran amigas de hecho. Más de una vez nos presentaron y aún así yo no lograba llamar tu atención. Tal vez era porque eres mayor que yo por unos cinco años pero de igual manera yo lo veía posible. Veía que tener una amistad contigo sería posible.

Siempre iba a tu casa en compañía de mi madre cuando iba a visitar a la tuya. Tú me ignorabas o te ibas a un lugar alejado de mí, jugando con tus juguetes en solitario mientras que yo añoraba acercarme a ti.

Y un día, por fortuna, lo logré.

Ese día venía de haber repartido periódicos en la calle, tenía dinero suficiente como para comprarme una goma de mascar para pasar el rato y de camino te encontré a ti. Estabas frente a una tienda, viendo fijamente un paquete de galletas con chispas de chocolate. en tu mano noté unos cuantos centavos pero, a juzgar por tu expresión y porque no tenías el producto en manos te faltaba para completar la suma pedida.

Por un momento consideré seguir con mi camino pero claro, solo fue eso, una consideración. Al final y luego de reunir valentía, me adentré en la tienda bajo tu mirada confusa y expectante. Tomé el paquete de galletas y me dirigí a pagarlo con mi dinero. En cuanto terminé la compra, salí de la tienda y me acerqué a ti.

Siendo sinceros, me sentía nervioso a tu reacción. Sobretodo porque pareciste sorprendido cuando te extendí el paquete de galletas tímidamente y decir un bajo: «Aquí tienes».

Tú no cabías en ti mismo. Fue una reacción graciosa, parpadeaste varias veces muy atónito para después tomar el paquete de mis manos, mirándome con cierta incredulidad.

«¿Por qué lo hiciste?» me preguntaste tratando de sonar desinteresado pero yo percibí un rastro de confusión en tu voz.

Me encogí de hombros y te sonreí.

Mi madre siempre dijo que tenía una linda sonrisa que alegraba a cualquiera, pero aún así, contigo no pareció funcionar. Pues frunciste el entrecejo y me examinaste con la mirada, como si esperaras que mi amabilidad fuera una broma. Luego de un momento, tu expresión se suavizó y abriste el paquete de galletas para darme una, la cual acepté con extrañeza.

Fue entonces que me dijiste un tenue: «Gracias, supongo.»

Yo no pude evitar ensanchar mi sonrisa con emoción. Por fin lo había logrado, había logrado que no fueras hostil conmigo.

«De nada» respondí mientras te daba la espalda con la clara intención de seguir mi camino a casa. «Fue un gusto verte por aquí» agregué.

Y no dí ni siquiera cinco pasos cuando tú me tomaste suavemente del brazo. Giré un poco mi rostro solo para verte. Tenías las mejillas rojas de vergüenza y aunque seguiste tratando de parecer rudo me parecías adorable.

𝗕𝗨𝗧𝗖𝗛 𝟰 𝗕𝗨𝗧𝗖𝗛Where stories live. Discover now