Capítulo uno: Oh klahoma

77 16 29
                                    

Gotas frías descendían el nublado cielo de Medianoche en la gloriosa Nueva Orleans.

Muchos estaban resguardados en sus hogares, otros en la comodidad de sus trabajos nocturnos y algunos, como le estaba pasando a él, corrían sin rumbo fijo bajo la lluvia con la poca esperanza de llegar secos a casa aunque estaba más que claro que no sería así. Corrió con más apuro bajo la lluvia, sosteniendo el maletín contra su pecho para evitar que este se mojara más de lo que ya estaba. Maldijo entre dientes y de mala gana al percatarse de que faltaba mucho para llegar al barrio francés de la ciudad. Alastor miró a ambos lados antes de cruzar la solitaria calle, tratando de encontrar algún local abierto y con techo en el cual poder quedarse un rato hasta que la lluvia pase.

Por haber querido tomar un atajo pasando por uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, se había retrasado aún más. Su abrigo ya estaba bastante mojado y ni hablar de su cabello. Estaba tiritando del frío pero aún así tenía las fuerzas suficientes como para continuar con su extenuante recorrido.

Ese día no había sido el mejor que digamos. Se levantó tarde, perdió el tranvía de la mañana, olvidó desayunar, almorzó hace unas dos o tres horas y creo que agregar que ahora está mojado, con frío y temblado lo empeora.

Parece que su típica suerte de todos los días había desaparecido y ahora le pasaba de todo. Miró a sus alrededores con cierta histeria ya que todos los locales de esa calle parecían estar cerrados. Pero afortunadamente, al final de la calle una luz provenía de un local. Su decaída sonrisa se ensanchó y empleó las pocas fuerzas que le quedaban en llegar, pisando varios charcos en el proceso.

Después de haber estado en la desesperanza una luz salvadora llegó a él.

Con temblor, fue bajando la velocidad hasta estar frente aquel bar que al parecer estaba a punto de cerrar. Pasó una mano por su mojado cabello castaño y trató de recomponerse, sonriendo como siempre lo hacía. Empujó la puerta para entrar, notando que si, efectivamente, el bar ya estaba a punto de cerrar puesto que no habían muchos comensales y habían varias mesas recogidas. Caminó lentamente por el sitio, mirando curioso la decoración del lugar. Finalmente se decidió por tomar asiento frente a la barra, suspirando cansadamente y cerrando los ojos con notorio agotamiento.

Hoy había sido un pésimo día.

Necesitaba aclarar sus pensamientos tan cargados de trabajo y monotonía.

—¿Qué te sirvo?

Aquella voz lo dejó algo confuso. Se sentía muy... Similar a una que bien conoce. Abrió sus ojos cansados y se exaltó bastante al notar la intimidante silueta del bartender, mirándolo con una expresión seria e incluso apática.

Pero lo que lo hizo quedarse estático por segundos enteros fueron sus ojos. Amarillos tirando a dorado, brillando tenuemente bajo la influencia de la altanería. Esos ojos tan extrañamente familiares. Demasiado familiares. Fue entonces que Alastor cayó en cuenta de muchos detalles más. Su cabello negro, el tono de su piel, el timbre de su voz, esa maldita expresión de apatía que bien conocía. Se quedó sin habla por un buen rato hasta que sacudió la cabeza notoriamente avergonzado y tratando de recuperar aquella postura que antes tenía.

—Un trago de whisky, por favor.

Ahora pareció que fue el hombre de cabellos negros el que quedó fuera de sus casillas, quedándose inmóvil con el trapo y el vaso de cristal en su mano. El joven locutor pestañeó inocentemente antes de desviar la mirada algo incómodo ante la sensación de ser examinado casi de manera meticulosa por el otro.

—De acuerdo.

Y con eso, Alastor se sintió más tranquilo. Miró con disimulo al hombre que servía la bebida alcohólica, dandole la espalda. Se sintió muy mal ya que si bien aquel sujeto era muy similar a... Él. No significaba que pudieran ser el mismo. Se dio una fuerte bofetada mentalmente por seguir con sus locas ideas de que algún día realmente regresara. Se acomodó en su lugar y se quitó sus lentes empañados y con gotas de agua, secándolos con un pequeño pañuelo en lo que esperaba su trago.

𝗕𝗨𝗧𝗖𝗛 𝟰 𝗕𝗨𝗧𝗖𝗛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora