Capítulo dos: House of memories

58 14 30
                                    

Luego de haber regresado a Nueva York las cosas fueron de mal en peor.

Su madre enfermó lo que trajo como consecuencia que tuviera que cuidar de sus hermanos mientras trabajaba atendiendo el nuevo bar que su padre había comprado para poder subsistir. Era trabajoso en todo sentido. Se estaba desgastando a más no poder para poder con la intención de lograr tener todo bajo control pero no, no podía. Sus hermanos a veces eran muy impertinentes o berrinchudos, los clientes del bar eran demasiado exigentes o groseros, su padre parecía no preocuparse en lo absoluto por la salud de su madre y claro, cómo olvidar ese sentimiento de inminente soledad que lo carcomía hasta el punto de haber empezado a beber alcohol a escondidas de su familia.

Con tan solo veinte años, Husk ya era un completo alcohólico sin aparente remedio. Su padre se enteró de ello y para empeorarlo aún más, la guerra empezaba a hacerse presente con cada día que pasaba. Desgraciadamente su padre lo enlistó, dándole el ultimátum de que si no iba a defender al país que no se apareciera en su casa.

Harto de estar sometido hasta esa edad por su padre, lo retó y al final terminaron peleando puño a puño. Fue en ese momento en donde descargó toda la presión que lo había consumido y convertido en la sombra de lo que alguna vez fue. Se concentró tanto en golpearlo que no se percató de que pronto sus manos estaban alrededor de aquel maldito hombre, arrebatándole el oxígeno con intenciones de asesinarlo por cada cosa por la que tuvo que pasar gracias a él. Pero un atisbo de lucidez llegó a él. No podía asfixiarlo, lo encerrarían, lo apartarían de su madre y hermanos, los dejaría solos con aquella bestia.

Finalmente se separó de él para dejarlo caer de bruces al suelo, respirando con dificultad y con el tabique desviado. Husk lo miró con indiferencia, con sus puños temblorosos bañados en sangre y una mueca de seriedad. Terminó por aceptar enlistarse para participar y así poder regresar a casa cuando fuera el momento, y con ello, junto con una botella de ron, se fue de casa para hacer servicio militar.

Lo que no esperó es que la guerra fuera así de despiadada. En medio de un amplio campo de batalla, se encontraba teniendo un ataque de adrenalina, disparándole a cada soldado de la fuerza enemiga como si no hubiera un mañana. Se volvió alguien demasiado hostil, si antes ya era un alcohólico ahora era uno de primera. Incluso y sin querer le disparó a su compañero de tropa. Fue en ese momento en el que cayó en cuenta de que se había convertido en un monstruo, justo como su padre. Y por ese momento de bajar la guardia fue fácil de secuestrar junto con su compañero y otros soldados.

Las torturas fueron desquiciadas. Los golpeaban hasta el cansancio si se negaban a hablar, amenazaban con extorsionar a sus familias, asesinándolas frente a ellos; los privaban de probar alimento alguno durante semanas, los hacían beber vinagre y a veces, en situaciones críticas, asesinaban a uno al azar para dar a entender que hablaban en serio.

Fueron noches enteras de torturas, de dolor físico y mental, pero Husk se mantuvo firme. Tenía que regresar a casa, tenía que regresar con su madre y hermanos, tenía que regresar para cumplir con su promesa a ese niño que dejó atrás. No quería decepcionarlos ni desilucionarlos. Él regresaría a cómo de lugar.

Fue entonces que en medio de una de esas tantas noches en las que imaginó cómo sería su vida cuando regresara, la manera en como lo verían como un héroe por defender la patria; uno de los comandantes enemigos había llegado allí para interrogarlos extrañamente. Les preguntaron uno por uno qué era lo que sabían hacer y cuando llegó su turno, fue cuando lo eligieron.

«¡Llévenlo! ¡Cambienle esos arapos y manténganlo bien vigilado!» fue los gritos que escuchó de aquel tipo uniformado mientras que era llevado a rastras por otros dos soldados que lo sacaron de aquella habitación.

𝗕𝗨𝗧𝗖𝗛 𝟰 𝗕𝗨𝗧𝗖𝗛Where stories live. Discover now