Capítulo 8

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Leah

Con el corazón apretado, tecleo el nombre de Vanesa en mi teléfono.

Vanesa

¿Puedes hablar?

Las palabras se ensayan en mi mente mientras la noche envuelve mi habitación en una calma que no siento. La pantalla se ilumina con la videollamada entrante, y el rostro de Vanesa aparece, radiante y lleno de vida. Su sonrisa es contagiosa, y por un momento, me permite olvidar el motivo de la llamada.

—¡Leah! ¡Por fin! Te he extrañado—exclama con una energía que casi puedo sentir a través de la pantalla—. ¿Cómo estás?

Intento devolverle la sonrisa, pero la mía es una sombra pálida de la suya.

—Estoy... bien —Miento— Pero necesito contarte algo... —mi voz tiembla, delatando mi ansiedad.

Ella se acomoda en su silla, sus ojos muestran una curiosidad cautelosa.

—¿Qué sucede? Pareces preocupada. —su frente se arruga ligeramente, una sombra de preocupación cruza su rostro.

Tomo una respiración profunda, sintiendo el peso de cada palabra antes de que salgan de mis labios.

—Vanesa... no me permitieron regresar a la ciudad para estudiar con ustedes—confieso, y es como si hubiera soltado una bomba en medio de nuestra conversación. Veo cómo la luz en sus ojos comienza a desvanecerse y siento como algo dentro de mí se rompe.

El silencio se hace eterno.

—¿Qué? Pero... ¿y nuestra promesa? — su voz se quiebra, y la imagen de la chica fuerte y vivaz que conozco se desmorona ante mis ojos.

—Lo intenté, de verdad que lo intenté, pero...

—No, no puede ser —interrumpe, y su rostro se transforma en una máscara de dolor— Me prometiste que estaríamos juntas.

Las lágrimas inundan sus ojos, y su dolor es palpable.

—Lo siento, Vanesa. Hice todo lo que pude, pero...—balbuceo, pero las palabras se sienten vacías, insuficientes.

—No, Leah, no es suficiente —me interrumpe, y puedo sentir la distancia creciendo entre nosotras— Hiciste una promesa y no la cumpliste.

La llamada termina con un clic, dejándome con una sensación de impotencia y tristeza.

Las horas pasan, y me encuentro dando vueltas en la cama, incapaz de encontrar el sueño. Cada intento de cerrar los ojos solo trae la imagen de Vanesa. La promesa rota se convierte en un fantasma que me persigue, susurrando palabras de culpa y remordimiento.

El amanecer me encuentra con los ojos abiertos, mirando el techo, mientras el vacío de una amistad fracturada se asienta en mi pecho, con la imagen de Vanesa llorando aún fresca en mi mente.

Me levanto, arrastrando los pies hacia la ducha. «No tengo ganas de nada» pienso, mientras el agua fría cae sobre mí, intentando lavar la sensación de abandono.

Un golpeteo en la puerta me saca de mis pensamientos, pero no respondo. ¿Qué más da?

Al salir, veo mi uniforme cuidadosamente doblado y dispuesto sobre la cama. No puedo evitar que mis cejas se frunzan ligeramente.

Me detengo un momento, tomando consciencia del entorno. Todo parece estar en su lugar, excepto por la presencia de mi uniforme.

Dirijo mi mirada hacia la puerta, la cual permanece cerrada, sin indicios de que alguien haya entrado. Entonces, vuelvo a centrar mi atención en el uniforme ordenado sobre la cama.

Todo fue una mentiraWhere stories live. Discover now