Despertar

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Los engranajes giraban, los circuitos funcionaban, la GPU arrancaba sin problemas y los párpados de porcelana se abrían. Marceline estaba viva. Miró a su alrededor y vio el desastre, los cuerpos de sus hermanas, autómatas creados a través de la más alta tecnología recubiertos de una piel de porcelana decorada con patrones de flores se hallaban en el suelo, inertes, muertos. Sus vidas no habían podido ni empezar, los atacantes de la fábrica la asaltaron mucho antes de que los autómatas pudieran levantarse.

Pero Marceline estaba de pie, viendo el desastre, la escabechina, la masacre de sus hermanas. El aceite bañaba la porcelana de sus piernas, trozos de porcelana rota descansaban encima de su mano y algún que otro trozo de metal reposaban al lado de su muslo izquierdo. Marceline miró, viendo a los asaltantes descansar usando uno de los cuerpos de sus hermanas como asiento y la piel de la mano de otra de ellas como cuenco para beber el vodka barato que habían traído.

Tres hombres, vestidos con harapos andrajosos de tela que vulgarmente llamaban ropa y armados solo con almádenas robadas de alguna obra de la ciudad, estaban satisfechos de su obra, totalmente ajenos ante el hecho de que uno de aquellos esperpentos de tecnología y alfarería seguía con vida. Y quería venganza.

Un cuerpo se levantó, uno intacto menos por las manchas de aceite. La figura, claramente creada con inspiración de un cuerpo femenino, se erguía de pronto. La luz, situada justo detrás del autómata, hizo que los tres hombres vieran la figura de una mujer delgada con poco pecho y unas curvas prominentes, pero no enormes se levantara de pronto frente a ellos. Las marcas que dejaban que la figura se articulase eran visibles aún en la silueta, siendo que aquello que tanto temían ahora se encontraba frente a ellos.

Los hombres intentaron atacar a la figura, pero era inútil. Lo que las almádenas habían conseguido unos minutos atrás ya no eran capaces de hacerlo cuando la figura esquivaba los ataques. Hasta que la silueta del autómata consiguió agarrar uno de los brazos de los asaltantes, arrancándolo de cuajo sin ningún problema y usando la ahora abandonada almádena para aplastar el cráneo del primer hombre.

Uno de los dos asaltantes sobrevivientes, lejos de acobardarse ante la sangrienta venganza de su enemigo, agarró con fuerza su propia almádena y se abalanzó contra el autómata. La cabeza de su almádena fue parada por la de su oponente en un grácil y rápido movimiento, demostrando la superioridad de su enemigo en velocidad, puntería, fuerza y clase.

Las muñecas del asaltante estaban doloridas por el choque de ambas armas, pero aun así volvió a intentarlo, siendo esquivado con un grácil movimiento de cadera y decapitado brutalmente por la almádena de su rival. La cabeza del asaltante voló, uniéndose a los miembros amputados de los cadáveres de sus hermanas. La roja sangre se unió al negro aceite que decoraban el suelo y paredes del lugar.

La flotante cabeza llegó a uno de los interruptores de la fábrica, pulsándolo de manera accidental y encendiendo todas las luces del sitio, dejando que un asustado maleante mirase a la que a sus ojos ya era una encarnación de la mismísima parca. La porcelana, con adornos florares pintados de verde, rojo, amarillo y violeta, cubrían el cuerpo de lo que parecería una bailarina desnuda en una bella armadura ajustada. El pelo, o peluca de la muñeca estaba recogido en una larga coleta que le llegaba hasta la mitad de la larga espalda. Incluso con sus 1.80 metros de altura, el asaltante pudo ver como la figura claramente le sacaba una cabeza.

Se tiró al suelo, suplicó, pero Marceline quería venganza. Venganza por esa familia que se le había negado conocer, por la vida que ya no podría tener debido aquel hombre y sus ahora asesinados amigos. El hombre tiró la almádena, acto que no imitó la autómata, y rogó juntando las palmas de sus manos y bajando la cabeza. Marceline observó.

Marceline, en lo más profundo de su CPU, alojado en algún sitio de su memoria RAM y su sistema operativo, pudo sentir como sus sentimientos despertaban. Le daba lástima. Lo entendió al vuelo. Le tenía miedo, por eso habían hecho aquello esos tres hombres. Por miedo y rabia. Lo mismo que ella sentía al atacar a sus antiguos compañeros. Marceline tiró la almádena al suelo y se fue. Simplemente caminó hasta la puerta y salió de la fábrica.

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